Sara abrió los ojos con un pequeño sobresalto, pero se mantuvo tumbada, analizando todo lo que había sucedido. De un lugar frío y helado había pasado a estar en la tórrida arena de Matheroth de nuevo, por lo que no se había equivocado: había sido una premonición, pero no entendía su significado.
A su derecha percibió a alguien y giró la cabeza.
—Ya iba siendo hora, humana —gruñó Taro—, llevamos aquí media hora.
—Por Dunegram, déjala tranquila —dijo esta vez Leopold, intentando tranquilizar a su amigo.
<<Dunegram>>, pensó, confundida.
Se incorporó lentamente, con un tremendo dolor de cabeza.
—¿Qué ha pasado?
Los gnomos se miraron encogiéndose de hombros. No habían cambiado nada desde que los conoció, tan solo habían sustituido su pequeño traje hecho a base de hojas por unos petos de piel azul.
—Salimos como nos dijiste y al volver la cabeza hacia atrás vimos... vimos...
Pero no podía continuar.
Según parecía, los pequeños se habían sobrecogido con el tremendo poder del Fuego Dorado; una llama tan poderosa como para convertir la Dreonita, una piedra que absorbe la energía, en polvo.
—Creo recordar algo, pero... no, no puede ser.
—¿Qué ocurre? —inquirió Leopold.
Sara lo miró, dudando.
Comenzaba a recordar con mayor claridad lo que había pasado. Se encontraba en Matheroth, el reino que había osado atacar Gotherrim el día de la boda de la princesa Merieva, hija del rey Salathor. Durante la ceremonia, los fameros atacaron acabando con todos los invitados y después... Después había aparecido él, Lazs, el chico con los extraños ojos morados que la había acosado en sueños y que había resultado ser hijo de Laicea. Todo era demasiado surrealista. Pero, además, había también otra cosa, algo que no quería creer del todo.
Miró a su alrededor y le asustó lo que vio: no había ni rastro de los soldados que la habían rodeado, como tampoco una gran parte del castillo negro. Todo el suelo estaba cubierto con una extraña y fina capa de polvo de distintos colores, y la muralla por la que se accedía a la ciudad y que bordeaba el castillo estaba completamente destruida.
—Mi abuela... —susurró.
—¿Qué? —preguntó Taro.
—Briel... mi abuela... no puede ser.
Miró a los pequeños gnomos como si estos pudieran ofrecerle alguna respuesta.
—Tenemos que volver a la capital cuanto antes.
Hacía rato que Denver se había levantado del jergón donde se había despertado. Estaba terriblemente cansado y no sabía por qué. Tampoco conseguía recordar nada de lo que había ocurrido en las últimas horas y, si no hubiera sido gracias a la bandera que había visto ondear a través de la ventana, tampoco sabría dónde se encontraba.
En la habitación no había nadie más que él, pero veía que las otras camas estaban deshechas, por lo que supuso que Laicea, Sara y su hermana ya se habían despertado. Se vistió y salió por la puerta de madera en dirección a donde pensó que estarían. Recorrió los pasillos del castillo de Gotherrim sin saber muy bien qué dirección debía tomar, así que se guió únicamente por unas voces que oía. En pocos minutos llegó hasta el Gran Salón, donde se encontraba el príncipe Evarión con su hermana y Laicea.
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BÚSQUEDA - Parte 2 - El camino del Portador
FantasiTras conocer la existencia de su abuela y despertar sus poderes destruyendo el castillo de Matheroth, Sara deberá afrontar nuevos retos mientras Sêlboro la persigue incluso cuando es llevada de vuelta a la Tierra. Entrenará, conocerá el desprecio de...