~ 6 ~
Sí, era una cobarde en ese momento, o tal vez siempre lo había sido. No lo recordaba, y tampoco quería saber justo ahora. Después de pasar varias semanas sin encontrar una respuesta o deseando que la voz en mi interior me dijera algo, había decidido torturarme guardando silencio, diciéndome que era mejor no recordar. Y ahora que decidía no hacerlo, quería obligarme a escucharla, a ver mi pasado, a recordar a papá llorando, recordarlo angustiado. No era justo, nada había sido justo conmigo nunca.
Estaba cansada de jugar con Maxi. Fuimos al lago, y aparte de los cisnes, no vimos a las ninfas del lago. Uno que otro duende se acercó a pedirnos un poco de frutas; eran criaturas odiosas, iguales a las hadas, pero estas no tenían cabida para el perdón. Las hadas pequeñas, como las de fuego o las hadas del bosque, procesaban sus emociones una a la vez, pero solían perdonar. Con los duendes, era todo lo contrario. Tuvimos la suerte de no tener más intrusos a la hora de comer nuestras loncheras. Jugamos cartas, en lo cual el niño era todo un bribón.
Al mirar mi reloj de mano, indicaba las tres con treinta de la tarde.
—Aurel debe ya de estar llegando a casa. ¿Qué te parece si vamos y le compramos algo de comer?
—Bueno, quisiera estar más tiempo contigo, pero Atda se preocupa cuando estoy mucho tiempo lejos de él —Max se veía desilusionado; se podía ver la desilusión en su rostro, algo que personalmente comprendía. —Es difícil estar todo el tiempo escondiéndonos.
—¿Sabes de quién se esconden? —Asintió y agachó la cabeza, entretenido guardando las barajas—. ¿Entiendes que todo lo que hace tu Atda es porque te ama? Te ama más que a nadie en el mundo y no quiere que seas infeliz.
—Lo sé. Atda me ama demasiado, pero creo que es mi culpa que sea infeliz. Quizás si no hubiera nacido, estaría mejor sin mí. —su voz se fue apagando hasta solo ser un pequeño susurro.
Mi corazón no logró soportarlo más, y lo abracé tan fuerte como pude.
—Eso no es cierto. Si no estuvieras, su vida no tendría sentido, porque eres tú quien le da la mayor felicidad de su vida.
—¿Cómo puedes estar tan segura de eso?
—Solo lo sé, estoy 100% segura de esto... no hay nadie sobre esta tierra que te ame más que Aurel —le limpié la cara para que no llorara y le sonreí, tratando de hacerle ver que mis palabras eran completamente ciertas, yo lo sabía, mi corazón me gritaba que era cierto. —Ahora recojamos y vayamos por un helado y por comida para tu Atda.
Me hundí de ternura sin razón al ver a Max agarrar mi mano; esa calidez era familiar. «¿Un déjà vu?» De pronto, las angustias se fueron, y dejó de importarme lo que me gritara mi conciencia. Me sentía bien, en calma, con Max a mi lado. Recogido todo, salimos del parque, buscamos la Heladeria mas sercana y nos sentamos en las bancas que estaban en la parte de afuera para comer helado. Como ya no soportaba la comezón por la gorra, me la quité. Sentí alivio y frescura, pero duró poco cuando noté las miradas de otros sobre mi rostro, así que volví a ponerme la tortuosa gorra.
—¿Te duele mucho? —se colocó frente a mí para alzarme la gorra y ver mi rostro magullado. —Atda solía tener muchos de ellos antes; me gusta que ya no sea así.
—No duele, solo pica... ahora entiendo la importancia de no jugar en el baño.
—Cuando crezca, yo me encargaré de cuidar de ti, te protegeré para que nada te haga daño. —No logré contener la risa por su ternura; quería apretarlo y mantenerlo en mis brazos. —Hablo muy en serio; cuando crezca, seré rico y ni tú ni Atda deberán preocuparse por el dinero.
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La Ascensión de la Especie
FantasyEn un mundo donde alfas, omegas y seres míticos dominan el destino de todos, Pearl despierta sin recuerdos, atrapada entre las sombras de su propio pasado y los oscuros secretos que la rodean. Tras un inesperado encuentro en una tienda, su vida se e...