Vínculos Desconocidos

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El auto negro ya estaba estacionado frente a la tienda, de esos largos con enormes farolas y parrilla plateada con los vidrios completamente oscuros, seguramente alguien de su estatus debía proteger su privacidad. El conductor le abrió la puerta para que entrara. Todo mi cuerpo me decía que me diera media vuelta y me mantuviera lejos de él. Sin embargo, esa vocecilla necia que solía ser impertinente se mantuvo a raya, al igual que la amenaza de los recuerdos. Todo se acalló cuando lo tuve suficientemente cerca; era como si su presencia alejara a los fantasmas.

—Tal vez deba volver a pensarlo; vivo lejos y seguramente alguien tan ocupado como usted tiene mucho que hacer.

—Tonterías. Pueden vivir sin mí unas cuantas horas.

Realmente quería negarme a subir al auto, solo que verlo de pie, estirando su mano hacia mí, era tan familiar y distante que no logré negarme. Me subí al auto sin pronunciar palabra. No sabía qué decir o cómo se suponía que debía actuar. Fijé la mirada de vuelta al local, donde los chicos miraban el auto desde los ventanales.

Seguramente me tendrían un millón de preguntas cuando los volviera a ver. Aun me costaba mantener los nervios a raya. Debía tener el cuerpo impregnado con sus feromonas, pues aún podía olerlo, pero, por extraño que fuera la situación y por nerviosa que estuviera, de alguna manera me sentía segura.

Noté que le indicaba algo al conductor y luego este dio la vuelta al auto para entrar por la otra puerta a mi izquierda. Se desabrochó el saco y cruzó las piernas al sentarse.

—Señorita, ¿me indica su dirección? —quiso saber el conductor.

No tenía forma de contestar; me quedé en completo blanco. Sus feromonas, me distraían tanto que concentrarme era difícil.

—¡Señorita! —el alfa colocó su mano sobre mi hombro para llamar mi atención. —Harlam, vayamos al hospital, creo que se encuentra en shock.

—De inmediato.

La cabeza me daba vueltas y el dolor persistente volvió de golpe otra vez, seguido de imágenes. No estaba segura si era un recuerdo porque solo eran fragmentos de algo; escuchaba música y risas.

—Tus feromonas son muy fuertes... —alcé la voz. —Por favor, deja de esparcir tus feromonas.

Tenía la cabeza metida entre las rodillas, intentando amortiguar el dolor que empezaba a golpearme toda la cabeza. Era como si alguien quisiera atravesármela mente a punta de cuchillo.

—Tú eres...

Su voz sonaba algo nerviosa, así que lo interrumpí antes de que terminara de hablar.

—No, soy beta, solo que... mi olfato es sensible —era una mentira terrible, pero esperaba que me creyera; el dolor no me dejaba pensar con claridad.

—Entiendo. Actué impulsivamente, lo lamento, pero igual te llevaré a que te evalúen.

—¡No! Es solo migraña por las feromonas de usted, suelo soportarlo, pero las suyas son... diferentes.

No dijo nada, quizás solo estaba pensando si debía creerme o no. El sonido de la calle, con todo y sus olores, entró al auto cuando bajó la ventana y aquella brisa fría me golpeaba el cuello, calmando y serenando el dolor.

Esperamos unos segundos para que todo me pasara.

—¿Ahora se encuentra mejor? —Su voz serena y calmada me llego cuando finalmente habló.

—Sí —puse la espalda recta y me recosté en el asiento con los ojos cerrados. —Vivo en Thieros, en la calle 345 de Rheggend.

Una vez el auto en movimiento, nos quedamos en silencio. Yo no sabía qué decir, tampoco tenía el valor para verlo a la cara. Me moría de vergüenza frente a estas personas.

La Ascensión de la EspecieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora