Demonios en la Oscuridad

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~ 27 ~


Sentí cómo el tiempo se congelaba, dejando de lado pensamientos y planes. Todo lo que vendría a continuación sería impulsivo, guiado por el deseo de hacer arder todo.

—Permite me compartirte una parte de mi historia, una que aún permanece oculta.

Me moví rápido hasta llegar a él. No tuvo tiempo para reaccionar cuando deslicé el cuchillo, ahora en mis manos, dentro de su boca para silenciar cualquier hechizo. Su cuello estaba en mi agarre, y simultáneamente me acerqué a él, usándolo como escudo, mientras los demonios, presintiendo la amenaza a su amo, acechaban en las sombras.

—Hace unos años, cuando apenas tenía dieciséis, el ex-esposo de mi atda nos perseguía. Estaba obsesionado con poseer a su omega. Harta de escondernos, de huir sin rumbo, escapé de casa para buscarlo. Solo quería advertirle.

Estaba dándome tiempo para pensar en cómo desmantelar y destruirlo todo. Recordar esos días me hizo sonreír, una sonrisa cargada de nostalgia por mi propia ingenuidad.

—En mi travesía, cometí actos desagradables; no dudé en matar a quienes amenazaban con arruinar mi plan... A mis dieciséis años ya había tomado vidas, y no siento remordimientos por ello. Sería hipócrita afirmar que esas muertes me han quitado el sueño.

—Lo vez, no somos tan distintos...

Farfullo aun con el cuchillo en la boca.

—¡Silencio! —le advertí. —Lo encontré... Un oficial de alto rango que se creía dios, jugaba con fuerzas que escapaban a su control—percibí el estremecimiento de Guilliam, así que aflojé ligeramente mi presión. —Como tú, él también pensaba que podía controlar a los oscurias, creía que podría utilizarlos para proteger a Ërrendle. No fue sencillo introducirme en su laboratorio y sobre todo el esconderme y esperar el momento adecuado.

Riendo, como una locura teñida de desesperación, aunque quizás era apropiado cuando la vida de mis seres queridos estaba en juego.

—No puedes asesinarme —me advirtió. —El hechizo me protege solo a mí; yo dicto las órdenes—no había duda, las bestias esperaban la orden de su amo. —Si me matas, será tu sentencia de muerte.

—Sabes lo que he aprendido de lo que te he contado—negó con la cabeza. —Los oscurias no son más que bestias, pero aborrecen la idea del encierro y de ser sometidos o controlados... y sobre todo, sienten una desesperada y enloquecida atracción por la sangre—le susurré junto al oído para que captara cada palabra. —La sangre de los omegas... eso los sume en la más profunda locura. Así que imagina el desastre que causé para que ese individuo dejara de perseguirnos, o al menos para hacerle entender que estaría dispuesta a cualquier cosa para proteger a mi padre, que por mis seres queridos pondría su mundo de cabeza.

—Matándome no resolverás nada—susurró, temblando bajo la sombra de su propia angustia.

—No, pero será un eco menos en el abismo de mis preocupaciones.

Hice girar a Guilliam sobre sus pies y, antes de que tuviera la oportunidad de completar el hechizo, hundí el cuchillo debajo de su mentón. En sus ojos, descubrí puro odio, y por primera vez en años, vislumbré miedo; de repente, parecía más humilde, y ya no había nada más que un cuerpo sin vida. Lo dejé caer con un golpe seco, y en el suelo se formó un charco de sangre.

* * *

Al principio, todo quedó en silencio, como si el tiempo se hubiera detenido a mi alrededor. Ni yo ni las criaturas nos atrevimos a hacer ningún ruido. Hasta ese momento, no había sentido pánico por mi vida; tenía que salir de allí, y tenía que hacerlo ahora. Debía salvar a Terrence y a Erick; tenía que evitar que murieran o peor, que se convirtieran en esas cosas que Guilliam había creado, y solo lo lograría si salía con vida. La muerte de Guilliam no me preocupaba; tampoco tenía tiempo para reflexionar sobre las consecuencias de mis actos.

La Ascensión de la EspecieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora