Mentiras Intrincadas

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~ 25 ~


Sabía muy bien que Diannett debía ser una alfa muy fuerte y que su visión en la oscuridad era mejor que la mía, así que empujé al guardia y cayeron como piezas de dominó. Hubo gritos y quejas; aproveché la confusión y me mezclé entre la multitud. Me dije a mí misma que agradecería a Ann por ser tan oportuna, volví al pasillo y esquivé a los guardias de puro milagro, ya que al enfocar la vista solo lograba ver siluetas.

Sabía que Diannett no gritaría ni alzaría la voz para llamarme; yo era la pareja de su hermano, y no me pondría en peligro, por lo menos eso creía. Intenté a toda costa no prestar atención al dolor en mi pecho por pensar en Terrence, pues sentía que el aire me faltaba dado que pensaba en él.

«¿Me estará buscando? ¿Después de todo me quiere a su lado? ¿Debería volver? ¿Debo perdonarlo?»

Aun con todas esas preguntas formándose en mi cabeza, la respuesta no llegaba; solo me quedaba un vacío y un fuerte dolor. No me quedaba mucho tiempo antes de que volviera la luz, apresuré el paso y esquivé a dos guardias más, pero el tercero logró verme.

—¿Necesita ayuda, madame?

—Solo voy al tocador... es difícil ver en la oscuridad, perdí a mi acompañante y mojé mi vestido con vino.

—Tome mi mano, la escoltaré al tocador.

—¡Oh! Muchísimas gracias.

Fingí estar muy agradecida como una tonta adolescente, al tiempo que maldecía mi mala actuación.

«Me odiaré por esto.»

Los invitados murmuraban impacientes mientras esperaban que volviera la luz, y un anfitrión se disculpaba con aquellos que empezaban a impacientarse. Aproveché el descuido del guardia que me acompañaba para hacerlo tropezar; cayó sobre una hembra, la cual le gritaba e insultaba, al igual que el macho que la acompañaba exigía una disculpa. Entre el alboroto, salí corriendo en medio de aquella oscuridad.

Entré en el baño justo a tiempo, justo cuando las luces volvieron. Giré el cerrojo de la puerta y busqué la bolsa que nuestro cómplice comprado debía haber guardado entre las cosas de limpieza. Sin embargo, aunque rebusqué en el pequeño desván de la limpieza entre las escobas y trapeadores, no encontré nada. El bolso negro tenía todas las armas que con sumo cuidado había preparado; ahora solo contaba con las agujas que sostenían mi cabello corto, la estela en mi pierna, algunos cuchillos atados a mi muslo y la pulsera larga de oro que servía a la vez de cuerda.

Volví a maldecir como nunca antes, del otro lado de la puerta el alboroto y las voces de los invitados se retomaron donde lo dejaron hace cinco minutos. Pensé en Diannett buscándome entre los invitados, hablando con sus guardias o quizás con él, con Terrence. Sacudí la cabeza al volver a sentir la herida abierta arder en mi pecho.

Repasé mis opciones:

1. Volver al salón y tener la esperanza de que Ann haya encontrado algo.

2. Hacer una tremenda estupidez.

Sin darle tantas vueltas, empecé a quitarme la ropa. «Opción dos será». Debajo del vestido llevaba un corset pequeño que solo cubría mis senos y el panti de encaje negro a juego. Fui tan rápida como mis manos me lo permitieron, me aseguré de que mis cuchillos estuvieran bien atados a mis muslos, la estela la sujeté con la tira de mi panti, sin armas de fuego o con un arma que al menos me diera ventaja tanto como para un enemigo armado como para darme la oportunidad de escapar. Estaba poniéndome en peligro, solo que a estas alturas no pensaba con mucha claridad. Escondí mi vestido en el pequeño y estrecho armario donde se suponía debía estar la bolsa.

La Ascensión de la EspecieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora