Memorias y Pesadillas

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Salimos del callejón en el que todos debían cruzar el arco de piedra, y los guardias, al vernos, nos saludaron con la mano en el pecho, llevando espadas y lanzas, con toda una coraza de cuero y hierro forjado como armadura. La plaza del mercado negro parecía como cualquier otro mercado: los gritos de los vendedores, la gente comprando o regateando. Algunos puestos vendían frutas, otras tiendas ofrecían carne, y no quería saber su procedencia. En otros lugares, se comercializaban hadas de fuego o pequeñas ninfas de agua en peceras, como accesorios o entretenimiento. Intentaba no prestar atención a nada. Annetta se ponía tensa al ver a los mercaderes, especialmente cuando cruzamos un puesto de pescadores. Me bajé la capucha; empezaba a sofocarme y a molestarme ver criaturas que no deberían estar encerradas en pequeñas jaulas. Agarré la mano de Annetta para que no viera nada de eso; seguramente debía sentir la tristeza de las criaturas. Por lo tanto, apresuré el paso e intenté relajarme para que ella solo sintiera mi tranquilidad.

Concentré mi atención en el golpe de mis tacones contra el suelo de piedra. Me acostumbré a que siempre me miraran de forma diferente, que los machos desviaran su mirada hacia mí y, sobre todo, observaran el emblema de mi cadena. Quizás pensarían que era una de las muchas mujeres con las que Erick dormía. Prefería ese pensamiento; al menos, no se atreverían a ponerme una mano encima. Visualicé el letrero de madera después de pasar unos vendedores de piedras mágicas o amuletos con runas grabadas. Toqué la puerta y esperé a que respondieran.

—¿Tienes cita? —Preguntó una anciana. —Sin cita, no hay consulta.

Quiso cerrarme la puerta en la cara, pero metí el pie antes de que se cerrara, apretando los dientes para no demostrar dolor.

—Sí, el cuervo blanco me llamó y me invitó a su casa.

Obviamente, carecía de una cita; evidentemente, había estado trazando un mapa mental de las pocas veces que había visitado el mercado y cómo me aseguré de recordar cada tienda en los edificios. En especial, me había concentrado en memorizar la ubicación de la residencia de la bruja a la que ahora pretendía visitar. Saber exactamente dónde encontrarla se volvía crucial en ese momento. Sería imposible aprenderse todo en unas cuantas visitas, y no podía depositar completamente mi confianza en los mapas, ya que el mercado siempre estaba en constante cambio. Mi padre me había inculcado la costumbre de memorizar los lugares a los que solía ir.

—Espere un momento —gruñó la vieja.

—¡Señora! Mi mano...

Annetta tenía una mueca de dolor en la cara, pues apretaba con fuerza su mano sin darme cuenta.

—¡Lo siento, Annetta! No quise lastimarte.

Miró el lugar con detenimiento; su trabajo no era cuestionarme, pero podía ver las preguntas en sus ojos.

—Y llámame Pearl, simplemente Pearl... —Quería que me dirigiera solo por mi nombre, pero parecía difícil erradicar ese hábito de su comportamiento.

Quería indicarle a Annetta que no comentara nada con Erick, pero poco tendría sentido si guardias y espías estaban observándonos; además, mi discreción no era precisamente un punto fuerte. No obstante, una vez dentro, no podrían seguir vigilando me. Reconocí las runas en el marco de la puerta, lo mismo en las ventanas del frente.

—Señora... Pearl, no creo que venir aquí sea una buena idea.

—Yo tampoco creo que sea la mejor idea, pero no tengo otra alternativa... simplemente haz lo que te diga y no tendrás nada de qué preocuparte.

La Ascensión de la EspecieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora