06 - Parte 02

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Sacrificios del pasado

El hombre, con una estatura aproximada de 1.65 metros, poseía hombros anchos y una piel cobriza. Sus ojos, profundos y oscuros como la noche, reflejaban una mirada penetrante. Vestido con prendas tejidas con los más finos hilos y adornadas con intrincados diseños geométricos, parecía ostentar algún puesto importante en su cultura, como si fuera un intermediario divino. Un manto de color rojo intenso, símbolo de la sangre derramada por su pueblo en la grotesca batalla, caía majestuosamente sobre sus hombros, cubriendo su cuerpo mientras se erguía sobre el suelo, lamentando profundamente el apocalipsis que acababa de traer a la tierra.

A sus espaldas, una enorme roca de granito, tallada con una precisión asombrosa, se erguía como un portal a otro mundo. La puerta misma era un rectángulo perfecto, con aproximadamente 7 metros de alto y 5 de ancho. Su superficie estaba lisa y pulida, sin una sola marca o imperfección visible. En la parte inferior, una hendidura horizontal sugería la posibilidad de que la puerta estuviera a punto de abrirse.

A mi alrededor, se extendía la meseta volcánica hasta donde alcanzaba la vista. Un paisaje árido y rocoso, azotado por los vientos gélidos de la cordillera, completaba la escena desoladora.

—Nunca debí abrir esa puerta. Él me engañó, él dijo que era nuestro señor, nuestro salvador. —dijo en un hilo de voz el hombre que aún yacía en el suelo, lamentándose por su grave error, porque ahora cargaba con millones de muertes y el posible exterminio de la humanidad.

De repente, un objeto extraño chocó con el suelo, generando una potente onda de energía que arrojó lejos al hombre que yacía de rodillas, creando a su vez una gran nube de polvo. Se trataba de una vara elaborada en oro puro, emanando un brillo cálido y radiante. Su diseño era simple pero elegante: cilíndrica y alargada, con un grosor similar al de un brazo humano. La superficie lisa reflejaba la luz del sol como un espejo, creando destellos hipnotizantes para quienes la contemplaban.

En el extremo superior, una escultura de un sol naciente, tallada en oro macizo, coronaba la vara. Sus rayos se extendían con majestuosidad, simbolizando la luz del conocimiento, la civilización y un poder simbólico.

El hombre reconoció al instante la vara de oro y quedó atónito al verla ante él, como si fuera algo imposible. Lágrimas brotaron de sus ojos una vez más, pero esta vez no eran de tristeza, sino de alegría y esperanza. De alguna manera, esa vara le había otorgado un pequeño rayo de esperanza en medio de la fría y cruel realidad que asolaba al planeta Tierra.

—Busca los seis mejores guerreros de todas las culturas que aún existen. —fue la voz que se escuchó de la vara de oro. —Ustedes deberán cerrar las grietas en la línea temporal, asimismo encerrar al destructor y esconder la llave de su jaula.

—¿Cómo haré eso? ¿Cuál jaula? Él es poderoso y está controlando a esas bestias de otros mundos, él...

—Él solo es una creación más del todopoderoso y ustedes tendrán apoyo de ellos. —la barra levito y se colocó frente a mí. —Los vigilantes pidieron ser redimidos y ellos te ayudarán. Aquí te presento a su líder.

Esas palabras desencadenaron una vez más la fuerza invisible que colapsó el recuerdo, transportándome a otro evento similar, pero ocurrido en un futuro cercano en la misma línea temporal.

Me encontré de nuevo con el hombre que ahora empuñaba una vara de oro, acompañado de seis individuos más, cada uno con atuendos y lenguas diferentes, pero todos con un objetivo común.

Cada guerrero agarró un arma y salió de la cueva donde estábamos, enfrentándose a las criaturas que aguardaban con ansias para devorarnos del otro lado, siguiendo las órdenes de un hombre de piel blanca, dos metros de altura, cabello negro y ojos dorados. Sus brazos eran poderosos, con músculos definidos y venas del mismo color de sus ojos. El hombre de ojos dorados extendió su mano derecha y materializó una espada reluciente y brillante, adornada con las más preciosas joyas, con su nombre grabado en la hoja del arma.

LAILA - OSCURIDAD ETERNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora