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Prisionera

Los recuerdos acabaron y todo volvió a la normalidad. Intente abrir los ojos, pero por alguna extraña razón estos me dolían, impidiéndome hacerlo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, erizando mi piel como si miles de agujas diminutas me clavaran. Un sudor frío brotó de mi frente, empapando mi cabello y deslizándose por mi rostro hasta llegar a mi boca reseca, con labios rotos y ásperos. Mis manos, antes fuertes y ágiles, ahora temblaban dejando escuchar el ruido del metal de las cadenas que me tenían cautiva chocando entre sí, rompiendo con el profundo silencio del lugar.

Todo me generaba dolor, incluso respirar y pensar. Me sentía débil, cansada, al borde de la muerte.

De pronto un temblor incontrolable se apoderó de mí, recorriendo cada músculo de mi débil y mortal cuerpo, debilitándome y manteniéndome aún en el frio y rocoso suelo. Mi corazón, latía con una furia aterradora en mi pecho, también quemaba y me dolía, como si miles de agujas lo estuvieran perforando.

Un mareo nauseabundo me invadió, nublando mi vista y haciendo que el mundo empezara a girar como un torbellino. Intente otra vez abrir mis ojos para entender donde me encontraba, pero todo era borroso.

La tenue luz que se filtraba por una pequeña abertura en la pared de piedra solo servía para aumentar mi desorientación. Las paredes ásperas y frías me rodeaban, eran mi único paisaje. Un hedor nauseabundo impregnaba el aire, una mezcla de humedad, polvo y algo más que no podía identificar.

Me encontraba en un lugar que solo podía describir como un calabozo. Las paredes de piedra toscamente talladas, el suelo polvoriento y una gran puerta de acero reforzada eran las únicas pistas para descubrir donde me encontraba.

¿Cómo había llegado a este lugar? ¿Dónde está Número 73 y los demás?

Las preguntas martillaban en mi cabeza, pero no encontraba respuestas. Solo podía sentir el frío, el temblor y las náuseas.

<<Número 19, ayúdanos...>>

El leve pensamiento y la voz de Número 26 fue como una fuerte migraña en mi cabeza. Intente usar la telepatía para comunicarme con ellos, pero lo único que gane fue que mi cabeza me doliera aún más, el dolor era parecido al que me aplastaron el cerebro desde adentro mientras recibía potentes descargas eléctricas dirigidas por mi propio cerebro, producto de un fallo, igual a un corto circuito.

Como pude me arrastré sobre el suelo para llegar a la pared y poder recostarme para asi intentar levantarme o romperla para escapar.

<<Ayuda>>

<<Vamos a morir>>

<<Te necesitamos>>

<<Por favor...>>

Los pensamientos y súplicas de mis compañeros causaban una fuerte ira y desesperación. Ellos debían estar igual o incluso mucho peor que yo. Debía salvarlos, me pedían ayuda, yo era la número uno y no debía dejarme caer.

El dolor está en la mente. ¡Nadie puede detenerme!

Me daba aliento yo misma para reunir fuerzas y levantarme. Todo el cuerpo me ardía, sentía que mis músculos y tendones se rompían con cada esfuerzo que realizaba por levantarme. Apreté tan fuerte mi mandíbula para resistir el dolor, que llegué a sentir que mis dientes estaban por quebrarse o que estaba por fracturar mi propia mandíbula.

Agonizando, logré cumplir mi objetivo. Empecé a moverme con dirección a la puerta. Mi visión y mareos se intensificaron aún más, mi mente estaba llena de ideas de cómo podía acabar con mi vida para aliviar el dolor, una de ellas suicidándome, golpeando mi cabeza en las paredes.

LAILA - OSCURIDAD ETERNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora