Encrucijada

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Salir de esa iglesia con las ideas mezcladas con preocupación e incertidumbre eran una dolorosa puntada en su pecho, la ansiedad de ese evento era una placa incrustada en su cabeza que hacía subir su ritmo cardíaco. Era todo tan despiadado, se sentía observada por una entidad desconocida, sentía que era demasiado su pesar al borde de la desesperación. ¿Qué debía hacer ante tal alarmante oráculo? Sabía que no podía huir de su destino porque ya estaba escrito. El único camino fácil era quitarse la vida, pero sabía muy bien que un arrebato así la condenaría al limbo en el mejor de los casos, y además, su vida no era suya ya que se la había entregado a su diosa el día que fue envenenada. Una colérica deidad, ¿qué podría hacer ante tal acción de desprecio por su favor? Le daba escalofríos solo pensarlo, quizás borraría su alma de la existencia del universo.
A pesar de que sus colegas de la iglesia le pidieron que pasara la noche en lugar ella se negó, quería encontrarse con su prometido y sus amigos en la taberna. No tenía lágrimas para el asunto, sólo un tenue abrazo a sí misma y una mirada baja constante.
A la lejanía pudo ver a su querido amigo Nidghögg, nuevamente sin camisa, esta vez sin pantalones decentes, mejor dicho con un taparrabos, y colgaba su espada en la espalda con una sonrisa inquietante. Su ánimo estaba por los suelos para preguntar acerca de eso, sin más preámbulos, se acercó con prisa. Él la saludó primero cambiando su sonrisa inquietante a amistosa, buscaba ver una respuesta similar de su compañera pero ese tul negro molesto le opacaba los detalles de su rostro. Simplemente acortó la distancia para que pudiera abrazarlo, se quedó plasmada en su pecho en silencio abrazándolo con demasiado sentimiento.

- No... Un abrazo no...- se quejó el patán.

- Solo cállate. - le dijo con voz cortada.

Se abrazaron amistosamente, Eloísa era la que más sentía la calidez de su compañero. Era un breve alivio de su martirio, pese a que el calor no era tan abrasador como el de su amado, aunque aquél abrazo le brindó ese consuelo que tanto estaba necesitando. 

- ¿Estás bien? -  preguntó intrigado por el largo saludo.

- Sí, estoy bien. - se alejó con una sonrisa sincera algo cansada.

Sin más preámbulos fueron hasta el lugar acordado algo incomodos y en silencio, alrededor de media hora tardaron en llegar a la taberna de Beltrán, todo para beber antes de la supuesta victoria del masculino del día de mañana. En el lugar todo era felicidad para los presentes, canciones alegres, alcohol del bueno, ambiente festivo en sí. Menos para la muchacha que se dedicó a beber cerveza de raíz como si no existiera un mañana, acompañado de los varones, por supuesto.

A todo esto, esa noche era especial para Gyliam quien logró tomarse el tiempo de ir a beber con ellos. En camino al lugar de encuentro se encontró con su querido hermano quien brotaba de las sombras por arte de magia, tenía su traje oscuro para deambular como fantasma en la ciudad. Por ello hay una especie de leyenda urbana de una sombra que mata a los ladrones o personas sospechosas propensas a alterar el orden público, pero como la gente es paranoica le añadieron la característica de que es un ente errático que caza personas al azar. No se equivocan demasiado, solo les faltó agregar que era una asalariado de la nobleza, desquiciado y psicótico.

- ¿Otra vez escapando de tus quehaceres? - dijo Gostto yendo al lado de su hermano.

- Me tomo una noche, y ya para ti soy un vago. - se cruzó de brazos. - Escúchame, 24 años de servicio a la corona, ¿ok? Y nunca me había tomado días libres o noches libres a menos que estuviera malherido o enfermo.

- 20 años. - tosió por lo bajo.

- Lo que sea.

- Vas con Eloísa, ¿no? - sacó de su bolsillo un frasco con cenizas. - ¿Te recuerda alguien que conozcas?

Las Crónicas de Eloísa, la Magnífica PaladinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora