CAPÍTULO 14

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Los días posteriores pasaron tranquilos. Me hizo feliz que Marco volviese a sentarse en mi jardín a pintar. Era reconfortante verlo sumergirse en su arte, dejando que los colores y las formas plasmaran sus pensamientos más profundos

Sabía que no estaba del todo tranquilo, llevaba consigo toda la carga de las palabras hirientes de su padre. Intenté ser su refugio, brindándole apoyo y amor, pero entendía que no era salgo que pudiera solucionarse de la noche a la mañana. La herida estaba ahí y necesitaba tiempo para cicatrizar.

No es que a mí no me importase cómo me describió Adriano, Marco me había advertido de que su padre haría alguna de las suyas e intenté prepararme mentalmente. Tampoco le guardaba rencor, Adriano necesitaba conocerme para poder crearse una verdadera opinión sobre mí.

En cambio, conocer a Vittoria y Alessia fue todo un alivio.

Alessia era una mujer muy agradable. También parecía algo reservada, pero me trataba con mucho cariño, igual que Giulia. Estos días me había estado escribiendo por mensaje para preguntarme tanto por mí como por Marco ya que él no contestaba sus mensajes. Se preocupaba por su hijo y quería la felicidad para él tanto como yo. Me había dicho que quería que mi estancia en Montefioralle fuese de lo más placentera y grata pese al incidente de aquella noche.

Vittoria era todo lo contrario a Marco: ojos marrones y rubia. Como me dijo Marco, ella había estudiado empresariales y estaba muy pendiente de la empresa familiar, formaba parte de la junta directiva al igual que sus padres, Marco, Giulia y el resto de sus hijos. Pese a ser una empresa familiar, Vittoria había trabajado muy duro para que su padre aceptase que ella entrase en la empresa. Aun así, cuando él se jubilase muy pronto, su puesto de director general de la empresa iba a ser para Marco y no para ella, por más que ella fuese la mayor de los dos. Así era Adriano.

Vittoria también me hizo sentir como en casa. Tener cerca a una chica de mi edad era maravilloso, hablábamos de todo tipo de temas. Ella, al igual que su madre, también me había estado escribiendo, pero no para preguntarme por su hermano, sino para exigirme amablemente que le mandase fotos de la boda de mi madre y de cómo íbamos Marco y yo vestidos.

Con ella sentí una conexión entre mujeres. Las conversaciones con ella me proporcionaban un respiro. Descubrimos multitud de similitudes en nuestras vidas.

Apoyada en el umbral de la puerta que daba al balcón, me debatía entre seguir observándolo en la lejanía o bajar a acompañarle. Opté por unirme a él. A medida que me acercaba a él, pude ver cómo su expresión se suavizaba al notar mi presencia. Se levantó del taburete y me recibió con su sonrisa, esa que tanto me gustaba. Me besó.

- Pensé que estarías arriba descansando.

Le devolví la sonrisa y me abracé a su cuello.

- Prefiero estar aquí, contigo.

Él agradeció silenciosamente mi compañía mientras volvía a sentarse y me invitaba a hacerlo yo también, dando un par de palmadas sobre su pierna. Lo hice.

- Cuánta presión pintar con mi musa al lado -. Comentó.

- ¿Ahora soy tu musa? -. Reí.

- Lo has sido desde que pisaste este pueblo.

Observé con atención sus trazos y mezclas de colores. Mientras hablaba, supe que ese era su escape, su manera de procesar las emociones. Escuché cómo me explicaba la mezcla que utilizaba para obtener cada color, sintiendo cómo me incluía en su mundo artístico.

Con el tiempo, Marco dejó de hablar sobre la pintura y, en cambio, compartimos nuestras reflexiones sobre la vida.

- ¿Sabes? Nunca pensé que podría encontrar algo así -. Marco me miró .- Ya me entiendes. No pensé que venir aquí podía hacer que me enamorase, no creía que lo mereciese.

- Lo mereces, Nova. No lo dudes nunca, mereces ser amada de la misma intensidad en la que tú amas.

Sonreí y cogí su cara con mis manos para besar sus labios.

La tarde se convertía en noche poco a poco, recogimos los pinceles y todo lo que Marco había usado esa tarde. Salimos a dar un paseo por las calles de Montefioralle.

Nos acercamos al centro del pueblo, donde aún quedaba abierto algún puesto del mercado. Era increíble el olor que desprendía toda la fruta y verdura fresca, recién recogida del campo. No era nada comparable con lo que compraba en el supermercado.

Nos adentramos en la pequeña iglesia del pueblo. Pese a haber pasado casi dos meses en Montefioralle, nunca había entrado.

Era una capilla bastante pequeña, con apenas ocho bancos donde se encontraban tres ancianas rezando, un pequeño altar con un Cristo y una mesa con velas encendidas.

Pese a no ser de las más grandiosas que había visto, sí era de las más bonitas. Era de piedra y vidrieras de colores tanto en las paredes como en la cúpula que había encima del altar.

Era tan feliz con Marco que no me creía la suerte que tenía. ¿Y si me quedaba allí para siempre? Para siempre era mucho tiempo.

Caminamos por el pueblo de la mano, sumidos en la tranquilidad que ofrecía la noche. Marco compartía conmigo historias sobre su infancia en esas calles, haciendo travesuras con su hermana y paseando con sus abuelos. Mientras lo escuchaba atentamente, podía sentir cómo su corazón se relajaba.

Decidimos pasar por casa de Giulia a saludar, pero terminamos quedándonos a cenar. La mesa estaba iluminada con velas que daban un ambiente muy acogedor al comedor.

Después, Marco me dijo que quería enseñarme algo, "un lugar secreto". Dejé que me guiara hasta la parte trasera de la colina donde una noche vimos las estrellas. Allí, escondido, descubrimos un pequeño rincón con palos y piedras apiladas.

- Este es mi lugar secreto desde niño -. Confesó con una sonrisa nostálgica.

Me hizo feliz que me enseñase los rincones del pueblo que no conocía, que se abriese a mí de la forma en la que lo estaba haciendo y sin recibir nada a cambio más que mi cariño.

Mientras nos sentamos juntos en aquel rincón secreto, rodeados por la luz de la luna, Marco parecía perdido en sus recuerdos. Observé con curiosidad su expresión, preguntándome qué rondaba su mente.

Me gustaba la sensación de nuestros dedos entrelazados, haciéndonos caricias mutuas con nuestros pulgares.

Antes de que pudiese preguntarle nada, él habló.

- Una vez me preguntaste que por qué no pintaba personas -. Asentí .- solo he dibujado a dos: mi exnovia -. Nos miramos .- No salió bien.

- ¿Y la otra?

- Mi abuelo, pero falleció -. Miró a nuestras manos entrelazadas .- Solo he pintado a las personas más importantes de mi vida y, cuando todo se desmoronó, me prometí no volver a pintar a nadie, no importa cuánto la quiera.

Me pareció comprensible, pero también triste el hecho de saber que a mí nunca me retrataría en uno de sus lienzos.

Volvimos a casa, besándonos en cada esquina que veíamos. No había callejón por el que no me cogiese de la mano y me arrastrase a él para besarme con toda la intensidad del mundo. Me sentía como una quinceañera con su primer amor.

No creía la felicidad que estaba sintiendo, no creía poder tener otra oportunidad en el amor hasta que llegó Marco.

Un verano para renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora