CAPÍTULO 24

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- ¡No, por favor! -. Abrí los ojos de golpe .- Ya sabes a lo que me refiero.

Era como si siguiese soñando, pero no. Marco estaba en el pasillo hablando por teléfono.

- No puedes aparecer ahora y hacer como si nada -. Susurró.

¿A qué se refería? ¿Con quién hablaba?

- Sabes lo que siento por ti y cómo me he sentido hasta ahora.

¿Qué?

- No, no puedes -. La persona al otro lado de la línea parecía enfadada .- No puedes decirme esto ahora, no es justo.

Me sorprendí a mí misma en la puerta cerrada de la habitación. Me había levantado de la cama y acercado hacia la conversación que Marco mantenía con quién sabría quién.

Oí a Marco suspirar.

No me mentiría, ¿no? Hasta entonces no me había dado ningún motivo para dudar de él. Quizá era su padre.

- Lo sé, lo siento. Pero no puedo seguir con esto, necesito ser honesto contigo -. Dijo Marco, con una mezcla de determinación y pesar en su voz.

Mis manos temblaban ligeramente mientras me apoyaba contra la pared, intentando descifrar la voz de la persona al otro lado de la línea. Había muchas cosas de Marco que todavía no conocía y me quedaban por descubrir.

La persona misteriosa parecía insistir, tratando de convencer a Marco de algo que no alcanzaba a entender. Una sensación de angustia comenzó a apoderarse de mí.

¿Qué estaba pasando? ¿Podía confiar en Marco después de todo?

Posé mi mano derecha en el lado izquierdo de mi pecho, notando cómo mi corazón latía con fuerza. Me quedé allí, pegada a la puerta, escuchando cada palabra que Marco decía. Sus explicaciones eran vagas, pero podía sentir la tensión en el aire.

- Lo siento, pero ya está decidido. Necesito hacer lo correcto -. Concluyó Marco con firmeza, aunque su voz se quebraba ligeramente.

Mi nudo en el estómago cada vez se hacía más grande. ¿Qué estaba decidiendo? Mis pensamientos volaban a mil por hora, tratando de encontrar en sus palabras alguna pista que me indicara qué estaba sucediendo.

Las palabras de la otra persona se volvieron como una neblina y solo podía captar fragmentos de la conversación, pero era suficiente para entender que algo estaba cambiando.

Finalmente, la llamada terminó con un suspiro pesado de Marco. Se quedó unos segundos en silencio antes de regresar a la habitación.

Para cuando él hubo entrado, yo ya estaba apoyada en el balcón, recibiendo los rayos de sol que entraban. Se acercó a mí, abrazándome por la espalda.

- ¿Cómo estás? ¿Has dormido bien? -. Me besó el hombro izquierdo. Asentí .- ¿Nerviosa por la boda de tu madre? Solo quedan dos días.

Permanecí en silencio por un momento, sintiendo el calor reconfortante de su abrazo. ¿Debía contarle lo que había escuchado? ¿O debía esperar a que me lo explicar él por sí mismo? La incertidumbre se hacía eco en mi cabeza, pero no quise arruinar el momento que compartíamos.

- Sí, estoy un poco nerviosa -. Respondí finalmente, intentando mantener mi voz firme pese al torbellino de emociones de mi interior .- Pero estoy segura de que todo saldrá bien.

Marco me soltó y se colocó a mi derecha, tomando mi mano, entrelazando nuestros dedos con ternura y besándolos.

¿Cómo iba yo a desconfiar de él si era el hombre más tierno que había conocido en toda mi vida?

Teníamos planeado hacer nuestro último viaje juntos antes de la boda. Nos íbamos esos dos días a Mónaco, desde allí volaríamos directos a España.

Entre los dos organizamos meticulosamente las maletas, incluyendo la ropa de la boda y de los días posteriores que pasaríamos allí.

A pesar de que Mónaco fuese pequeño, tenía muchos lugares que visitar por eso, cuando terminamos de revisar nuestro itinerario, salimos de la casa, nos despedimos de Giulia y Stella, cogimos el coche y nos dirigimos hacia el aeropuerto.

Durante el trayecto, el silencio se apoderó del coche, pero no era incómodo. Era como si cada uno estuviese medito en sus propios pensamientos.

Al llegar al aeropuerto, pasamos el control de seguridad y, cuando finalmente nos sentamos en nuestro asiento en el avión, el nerviosismo por la boda de mi madre comenzó a disiparse ante la emoción del viaje con Marco.

Fue un vuelo corto, pero nos dio tiempo a compartir momentos de nuestra vida que nunca antes habíamos compartido. Cuando finalmente aterrizamos en Mónaco, el sol brillaba en el cielo. El avión comenzó a vaciarse y, cuando salimos de él, una suave brisa marina nos invadió.

Nuestra primera parada fue el hotel, donde nos esperaba una habitación con vistas al mar. Marco me tomó de la mano y nos dirigió al balcón, admirando el paisaje que teníamos ante nuestros ojos.

- ¿Qué te parece? -. Me preguntó con una sonrisa.

- Me encanta.

Estar descubriendo lugares a los que nunca había viajado me parecía una sensación extraordinaria. Quizá ese sentimiento aumentaba al estar viajando con él.

Marco me miró con ternura y me acercó a él, envolviéndome en un abrazo de lo más reconfortante. En ese momento, todo lo demás pareció desvanecerse, dejando espacio solo para nosotros dos.

Nos quedamos así, abrazados, durante unos minutos. Inhalando cada instante con él.

Un verano para renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora