La emoción desbordaba en mí mientras el coche de Marco se adentraba en las serpenteantes carreteras de la montaña. La planificación esa escapada había sido prácticamente nula, pero me gustaba ver cómo Marco me sorprendía cada día. Todas las mañanas me levantaba expectante a lo que tenía para mí.
El camino nos llevaba a su casa familiar en la montaña. Marco me contó que hacía meses que no iba allí, que quería ir con alguien especial y que llevaba años sin pisar esa casa con su familia.
Al llegar a la casa, me quedé boquiabierta ante semejante belleza. Era una cabaña de madera construida en mitad de cientos de árboles y con un arroyo cercano. El aire fresco y puro de la montaña llenaba nuestros pulmones, trayendo consigo una sensación de paz y serenidad.
Era una cabaña rústica y encantadora. Desde el exterior, parecía sacada de un cuento de hadas, con su tejado a dos aguas y sus paredes de madera en tonos cálidos que se mezclaban con el entorno.
Frente a la casa, se extendía un amplio porche de madera con una mecedora de mimbre y un par de sillas que invitaban a relajarse y a disfrutar de las vistas panorámicas de las montañas.
Al entrar en la cabaña, me encontré con un acogedor vestíbulo con suelo de baldosas de barro y paredes revestidas de madera. Una gran lámpara de madera colgaba del techo, iluminando el espacio con una luz tenue y cálida.
Más adelante se encontraba una espaciosa sala de estar con sofás tapizados en tonos neutros y una gran chimenea que ocupaba un buen lugar en una de las paredes. Junto a la sala de estar se encontraban el comedor con grandes ventanales desde donde se veía el horizonte con el pequeño arroyo, y la cocina, espaciosa y luminosa.
La planta superior era exclusiva de los dormitorios, cada uno decorado individualmente, todo a juego.
Las ventanas enmarcaban unas vistas impresionantes. Mi apartamento en Nueva York también tenía grandes ventanales, pero nada era comparable a la grandiosidad de la naturaleza.
- ¿Te gusta? -. Sentí los brazos de Marco rodearme la cintura mientras admirábamos las vistas desde la habitación de Marco.
Había recuerdos de su infancia y adolescencia, una puerta que daba lugar a un baño privado y una cama de unos dos metros, con unas luces cálidas.
- Es preciosa, Marco -. Susurré, mirando a mi alrededor .- Gracias por traerme aquí.
Marco me sonrió y tomó mi mano, guiándome hacia la puerta principal.
- Quería que tuviésemos un fin de semana solo para los dos.
Volvimos a la sala de estar. No hacía falta encender la chimenea, hacía una temperatura estupenda. No pude evitar pensar en cómo sería pasar un fin de semana de invierno aquí, con él. Marco y yo solos, calentándonos con la chimenea y tomando chocolate caliente acurrucados en uno de los sofás mientras vemos cómo nieva en el exterior.
- ¿Qué te parece si hacemos una caminata por la montaña esta tarde? -. Propuso Marco acercándose a mí .- Podemos disfrutar del aire fresco.
Asentí emocionada.
Después de preparar unas mochilas que encontramos por la casa con comida y agua, salimos de la cabaña y emprendimos nuestra caminata. El paisaje era impresionante, con vistas panorámicas de los picos y los bosques frondosos extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista.
Marco y yo caminamos de la mano, compartiendo risas y conversaciones íntimas hasta que comenzó a atardecer. Decidimos que sería mejor opción regresar a la cabaña antes de que anocheciese.
Estábamos agotados, pero tan felices. Nos sentamos frente a la mesa de café, compartiendo una cena romántica a la luz de las velas. El ambiente era íntimo y acogedor, me sentí más cerca de él que nunca.
Cuando terminamos de cenar, Marco tomó mi mano y la guio hacia el jardín trasero de la cabaña, donde se encontraba el arroyo entre rocas y árboles. El cielo estaba adornado con miles de estrellas brillantes y el suave murmullo del agua bajando.
La luz de la luna se reflejaba en el agua, creando destellos plateados que iluminaban el camino de piedra que llevaba hasta el arroyo.
- ¿Qué te parece si nos damos un baño? -. Sugirió Marco con su sonrisa característica, esa de medio lado.
Miré el arroyo, sintiendo mi pecho palpitar. La idea de sumergirme en esas frescas aguas bajo el manto de las estrellas me parecía sorprendentemente tentadora.
¿Qué importaba si no llevaba bañador? A estas alturas había confianza más que suficiente entre Marco y yo.
- ¡Me encantaría! -. Respondí con entusiasmo.
Marco volvió a tomarme de la mano hasta el borde del arroyo, donde se descalzó y se despojó de su ropa. Giró la cabeza para mirarme. Sentí un cosquilleo al observar cómo Marco se adentraba en el agua, con la luz de la luna iluminando su silueta.
Suspiré llenándome de valor y, cuando ya solo se veía una cabeza por encima del agua, me deshice de mi ropa, quedando en ropa interior ante él.
Un sentimiento de aprensión se apoderó de mí, pero vi la expresión de Marco al mirarme, de satisfacción. Me sumergí en el agua fría, dejando que la corriente fresca me envolviera y me acercara a él.
La luz de la luna hacía brillar la piel ligeramente bronceada de Marco y sus ojos centelleaban al mirarme a mí.
- ¿No es maravilloso? -. Exclamó, extendiendo los brazos para acercarme a él.
- Es absolutamente mágico -. Respondí, sintiendo la emoción en mi pecho.
Los dos flotábamos en el agua. El sonido del suave arroyo y el susurro de las hojas en los árboles era la melodía que más me había transmitido paz y serenidad en toda mi vida.
Me acerqué a Marco, sintiendo el calor de mi piel contra la suya. El frío del agua había desaparecido. Sus labios se encontraron con los míos en un suave beso, sellando el momento.
- Te quiero, Nova.
Sentí su verdad. Mis ojos se nublaron. Me quería.
Lo miré con los ojos llenos de emoción, sintiendo cómo sus palabras resonaban en mi corazón. Volví a dejar que nuestros labios se encontraran en un beso apasionado y profundo.
- Te quiero, Marco -. Susurré entre besos, sintiendo nuestros latidos sincronizarse.
Nos fundimos en un fuerte abrazo y sus manos recorrieron mi espalda con ternura.
- Necesitaba que me pasases, te necesitaba a ti para volver a ser yo -. Añadió Marco, mirándome con lo que parecía ser adoración.
Sentí un nudo en mi garganta ante sus palabras. Me aferré a él con fuerza, sintiendo cómo el mundo alrededor desaparecía, dejando solo espacio para nuestro mutuo amor.
Así me hacía sentir él. Cuando estábamos juntos solo existíamos él y yo.
Juntos, nos sumergimos en el agua una y otra vez, salpicándonos, explorando los rincones más profundos de nuestra conexión.
La noche transcurrió en un torbellino de emociones y sensaciones, envueltos en las aguas cristalinas del arroyo. Las estrellas brillaban en el cielo como pequeños diamantes destellantes.
Con nuestros corazones latiendo con fuerza y nuestras mejillas sonrojadas, salimos del arroyo y nos envolvimos en unas toallas que encontramos por la cabaña. Nos sentamos en la orilla del arroyo, contemplando el horizonte con una total sensación de plenitud.
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Un verano para renacer
RomanceTras una dolorosa revelación que dejó su corazón en pedazos, Nova Blanco decide huir de la vorágine de la Gran Manzana desesperada por encontrar respuestas. Dejando atrás su vida en Estados Unidos, llega a la encantadora villa italiana de Montefiora...