CAPÍTULO 9

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Marco me avisó de que íbamos a estar fuera del pueblo un par de días, por lo que tenía que hacer una maleta. En cuanto estuvo hecha, nos metimos en su coche y pusimos rumbo a un lugar sorpresa.

Iban a ser casi dos horas de viaje, por lo que decidí poner yo la música que sonaría en el coche. Puse la música que me ponía mi madre a mi cuando era pequeña, canciones pop. Me sorprendió que Marco conociese algunas de ellas.

Me sentí en mi zona de confort, en mi nueva zona de confort. Quería pasármelo bien, quería ser una nueva versión de mí misma, quería soltarme el pelo. Y eso hice, literalmente.

Miré a Marco, que tenía su mirada fija en la carretera, con sus RayBan, pero con una sonrisa, como siempre que estábamos juntos. Lentamente acerqué mi dedo al botón prohibido.

Marco atrapó mi mano.

- ¿Qué vas a hacer? -. Me miró de reojo.

Sonreí y lo presioné. Más rápido de lo que me esperé, el techo del coche desapareció y dio lugar al viento que se producía al ir tan rápido. Sentí mi pelo en la cara, inhalé hondo y sentí cómo mis pulmones se llenaban de aire fresco.

- Pensé que no te gustaba que el viento te despeinase -. Añadió despeinándome aún más con su mano.

Me reí.

- Estoy probando nuevas experiencias.

El viaje se hizo más corto de lo que pensé que iba a ser.

Supe dónde estábamos gracias a un cartel a la entrada de la ciudad que ponía: Benvenuto a Bologna.

- ¿Bolonia? -. Pregunté acomodándome en mi asiento.

Él asintió con la cabeza.

Llegamos a la habitación de hotel que Marco había alquilado, dejamos las maletas y salimos a ver la ciudad. Me llevó a un encantador café italiano donde, mientras nos bebíamos el mejor café que había probado en mi vida, nuestras manos se rozaban con suavidad por encima de la mesa, como si quisieran mantener el contacto constante.

Después, Marco propuso ir a dar un paseo por el centro histórico, repleto de calles enladrilladas y pequeñas tiendas. Él me contaba anécdotas divertidas de su infancia con sus amigos, cuando se saltaban las clases, cuando hacían excursiones y hasta cuando gastaban bromas en clase.

- Así que eras de los malos de la clase -. Dije riendo.

- No, no era de los malos. Siempre he sido un niño bueno, aunque en mi adolescencia me volví más rebelde -. Sonrió mirándome a los ojos .- Los malos eran mis amigos, que me convencían para hacer trastadas.

Nos detuvimos frente a una tienda de antigüedades, y Marco señaló una pulsera del escaparate. Era ligeramente parecida a su colgante: de oro con pequeñas piedras verdes y una inscripción en su interior que no conseguí ver bien.

- Es preciosa -. Dije.

- Lo es.

Continuamos paseando y sentí un impulso, el de pasear con él de la mano. Decidí seguirlo, estaba dejando de pensar demasiado las cosas y actuando más.

Después de explorar la ciudad durante todo el día, los pies nos dolían y decidimos ir a un restaurante típico italiano. Marco me recomendó pedir unos tortellini rellenos con crema de trufa. Me habría quedado a vivir en ese momento para siempre, queriendo redescubrir ese plato una y otra vez del manjar que era.

En el camino del restaurante al hotel paramos en una heladería. Me estaba encantando descubrir Italia con él, estaba siendo como si la vida me estuviese devolviendo todos los años que me había estado reprimiendo.

Un verano para renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora