CAPÍTULO 5

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Me sentía tan sumamente pequeña, después de lo que había pasado con mi prometido, si todavía podía seguir llamándolo así.

El paseo por Florencia y la cena con Marco me hizo desconectar de una forma especial. No lo sabía, pero descansé por un momento. Mi mente hizo pausa y empezó a vivir el presente en cámara lenta, disfrutando de cada momento del día.

Me prometió llevarme ese día al Lago di Castelnuovo y así lo hizo. Fueron apenas veinticinco kilómetros en coche.

Marco parecía tener un don para la música, para escogerla. Tenía tan buen gusto musical que no me sorprendí cuando empezaron a sonar canciones de los años dos mil: mis favoritas.

Cuando llegamos al lago, bajé del coche y me fascinó la vista. Era un lago enorme, rodeado de casas coloridas y lo que, a lo lejos, parecía un parque de atracciones.

- ¿Te gusta? -. Preguntó.

- Es precioso.

Marco sonrió, reflejando en sus ojos el brillo del sol sobre las aguas del lago. Se acercó a mí y me tendió la mano, invitándome a explorar juntos el lugar.

Caminamos juntos por la orilla, sintiendo la suave brisa acariciar nuestros rostros y escuchando el suave murmullo del agua que se mecía en la orilla. Marco me contaba historias sobre el lago, sobre cómo solía ir de niño con su familia. Los momentos de silencio en la conversación no eran incómodos, más bien transmitía confianza y tranquilidad a pesar de ser dos completos desconocidos casi obligados por Giulia a pasar tiempo juntos.

Llegamos al borde de un pequeño muelle, Marco detuvo sus pasos y me miró. Los helados que nos habíamos comprado habían empezado a derretirse así que nos sentamos dejando que nuestras piernas colgasen.

- Deberías conocer a mi mejor amiga, te caería genial -. Hablé.

- ¿Sí? ¿Por qué? -. Preguntó sonriendo.

- Con la poca información que tengo sobre ti, ya sé que os llevaríais genial.

Y era verdad. Percibía a Marco como un hombre tierno, cálido, pero con carácter. Marco inclinó la cabeza ligeramente, como si estuviera considerando mi sugerencia, y luego asintió con una sonrisa.

- Me encantaría conocer a tu amiga. Siempre es bueno tener personas como yo en nuestras vidas -. Se rio.

Rodé los ojos ante su falsa modestia.

Cuando empezó a anochecer, decidimos volver a Montefioralle donde, después de cenar sola, me recosté en el sofá.

Tras estar un rato sentada frente a la chimenea encendida, volví a mirar mi anillo. Me había sentido tan incómoda cuando Marco lo mencionó que no sabía dónde meterme.

Era lo suficientemente tarde como para que no se escuchase ni un alma, solo la brisa nocturna. Pese a estar en verano, por las noches seguía haciendo un poco de frío.

Cogí una fina manta que descansaba sobre el sofá del pequeño salón y salí de la casa en busca de un poco de aire que me refrescara la mente y las ideas. Di la vuelta a la casa y, al girar a la derecha, lo vi. Como, aparentemente, cada noche, ahí estaba Marco. Sentado en una vieja silla de madera frente a un también viejo caballete y un lienzo.

Me acerqué lentamente sin ninguna intención de molestarle, solo de observar lo que pintaba.

- Pensaba que solo pintabas atardeceres -. Comenté para romper el hielo.

Marco se giró en mi dirección. Pude ver su camiseta, que más que blanca era multicolor y algunos restos de pintura sobre su rostro. Algunos mechones de su pelo caían sobre su cara, tenía un aspecto tan natural que parecía hasta preparado.

Un verano para renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora