CAPÍTULO 25

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Estuvimos toda la mañana recorriendo Mónaco. Jamás había visto tanta cantidad de lujo junta. Todo era coches de lujo de los que salían lo que parecían empresarios de altos rangos y que se alojaban en hoteles de lujo. También cientos de mujeres con más bolsas de las que yo podría cargar, de marcas de lujo.

Además de aquello, también caminamos por sus pintorescas calles, admirando la arquitectura y disfrutando de un ambiente animado.

Nos detuvimos en una pequeña cafetería junto al puerto y pedimos un par de cafés. Nos sentamos en una mesa al aire libre, disfrutando del sol y de la brisa marina.

Tomaba el sol cuando Marco se quitó sus Ray Ban y miró hacia el puerto. Desvié mi mirada del cielo hacia él, intentando descifrar lo que su mente maquinaba.

- ¿Qué te parece si alquilamos un barco y exploramos la costa? -. Propuso.

Mis ojos se iluminaron. Nunca había subido en un barco y mucho menos en otro país, pero la idea de descubrir nuevos lugares me apasionó.

Asentí, emocionada.

Nos levantamos de la mesa y nos dirigimos al puerto, donde alquilamos un pequeño velero. Navegamos unas horas, dejando atrás la costa.

Me pareció emocionante lo pequeña que se veía una ciudad tan ostentosa cuando te alejabas un poco. Era como si se volviese insignificante y no importase nada más que nosotros dos, solos en el velero mar adentro.

Marco mostró sus dotes de navegador, confirmando que había obtenido clases de navegación cuando era un adolescente.

Nos reímos y charlamos mientras el viento nos rozaba y el sol calentaba nuestra piel. Marco parecía tan en su lugar, tan lleno de vida, que no pude sentirme más enamorada de él.

- ¿Has visto esa isla? -. Rompió el silencio señalando el horizonte.

Seguí su dedo y pude ver una isla a lo lejos. Parecía que tenía flora de todos los colores.

- Es preciosa -. Afirmé, pero se me hacía conocida .- Creo que la he visto en algún sitio, pero no estoy segura.

Marco se rio.

- Es uno de mis cuadros -. Giré mi mirada hacia él .- Una vez hace años visité Mónaco y también alquilé un velero. Me gustó tanto la vista que decidí pintarla al llegar a mi casa, de memoria. Pero para nada me quedó tan bonita como la veo ahora -. Me miró .- Quizá sea porque ahora la veo con la persona correcta.

Sonreí.

Marco maniobró con destreza y en escasa media hora ya estábamos bajando del velero para explorar la isla.

Comenzamos caminando por la playa de arena blanca, nunca había visto una playa con el agua tan cristalina como esa. Era como una playa virgen.

Decidimos desprendernos de nuestros zapatos y nuestra ropa para ir a la aventura, adentrándonos en el agua. Nos quedamos allí, jugando a salpicarnos, jugando a pelearnos en el agua. De vez en cuando, Marco me cogía en brazos y nos hundíamos los dos en el agua.

Sentí tanta felicidad en ese instante que creía que iba a explotar.

Tras un rato allí, volvimos a subir al velero. Pero no reanudamos nuestro viaje, nos quedamos tumbados boca arriba, secándonos al sol, disfrutando del silencio y la tranquilidad que ofrecía la playa.

Cuando el sol empezó a ponerse, volvimos hacia Mónaco y devolvimos el velero. Fuimos al hotel para cambiarnos de ropa y salimos a cenar.

- Ha sido un día increíble -. Susurré, cogiendo la mano de Marco al lado de las dos velitas que iluminaban nuestra mesa.

Un verano para renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora