CAPÍTULO 6

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Marco corría hacia mí a cámara lenta, como en "Los Vigilantes de la Playa". Yo no podía moverme, estaba inmóvil.

Todo mi alrededor eran viñedos. Me hacía pequeña poco a poco. De repente era de noche y aparecieron los cuadros de Marco, pero él ya había desaparecido.

Me intrigaba tanto ver la noche a través de los ojos de Marco que no comprendía el orden y sentido de sus cuadros. Lo necesitaba a él para explicarme.

Pero cuando me giré, no estaba él. Estaba el hombre del que no quería saber nada por el momento, demasiado daño me había hecho.

Desperté en un mar de confusión.

Había transcurrido aproximadamente una semana desde aquella noche.

Estaba en lo cierto y había sido una llamada importante. Marco había desaparecido por completo durante los nueve días que habían pasado. Sin dar ni una sola explicación, no a mí al menos. Tampoco es que la esperase, apenas nos conocíamos. Sin embargo, sentía que habíamos conectado de una forma que no había conectado nunca con nadie.

Desperté como cada mañana desde que se fue, con la esperanza de que ese fuese el día en el que volvía a Montefioralle.

Durante esos días, Giulia había estado viniendo para ver si necesitaba cualquier cosa. Habíamos estado sacando a pasear a Stella por el campo. Me estaba pareciendo precioso cada lugar que veía: las calles empedradas, viñedos a punto de caramelo, atardeceres multicolores...

Pero nada parecía suficiente, tenía la ligera necesidad de que fuese otra persona quien me enseñase el país. Marco, en concreto. Había encontrado en él un amigo, sentía que podía contarle lo que me pasaba, aunque aún no lo hubiese hecho. Me gustaba pasar tiempo con él y descubrir el país a través de sus ojos, conocimiento y vivencias. Su pasión por su tierra era contagiosa y cada historia que compartía me acercaba un poco más a su mundo, un mundo lleno de tradiciones, sabores y colores vibrantes.

- Giulia -. Ella alzó la mirada en mi dirección .- ¿Sabes algo de Marco?

- Si, tuvo que irse a la ciudad a arreglar unos asuntos familiares con sus padres.

Me pareció una respuesta bastante abstracta, pero tampoco pregunté mucho más. Se había convertido en costumbre, durante esos días sin Marco, pasar más tiempo con Giulia. Paseando a Stella, jugando a las cartas, cocinando juntas. Me hacía recordar a mi propia abuela y a mi infancia con ella, cuando me explicaba los ejercicios de matemáticas o cuando tuve mis primeras veces, ella era la primera en saberlo todo. A veces pensaba que tenía poderes mágicos o un sexto sentido.

Giulia era un remanso de paz en medio de mi tormenta emocional. Con su risa dulce y contagiosa, y su sabiduría, conseguía ser como un bálsamo para mis heridas emocionales.

Una tarde, mientras Giulia y yo cocinábamos juntas una receta tradicional toscana de lasaña, me confesó que Marco tenía un pasado del que le estaba siendo duro deshacerse. De su profesión pasada, de sus recuerdos familiares y de los traumas que acarreaba una mala relación con su padre.

- Mi niña, no dejes nunca de buscar la felicidad. Está ahí fuera, esperándote.

Y en aquel momento, mientras las últimas capas de lasaña se deslizaban en el horno, supe que había encontrado en Giulia algo más que una amiga; una guía y una fuente inagotable de amor y sabiduría.

Los días pasaban y no sabía nada de él. Ya no eran nueve días, eran doce los que habían pasado desde nuestro último encuentro.

De repente, el día doce, recibí una carta suya. En ella me contaba que había tenido que ausentarse por motivos familiares, lo que ya sabía gracias a Giulia, pero que volvería ese mismo día y que tenía ganas de verme.

Un verano para renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora