𝐃𝐀𝐄𝐌𝐎𝐍 𝐓𝐀𝐑𝐆𝐀𝐘𝐄𝐍, 𝐄𝐋 𝐂𝐔𝐏𝐈𝐃𝐎

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La visión ante él lo congeló.

Lady Daenys Arryn cepillaba el cabello de su hija mientras reían juntas.

La presencia de la hermana menor de su difunta esposa parecía servir como un bálsamo calmante para su adorada hija.

Rhaenyra parecía tan que encantada por su presencia como nunca antes.

Mientras ellas conversaban a una corta distancia y, ahora, Lady Daenys trenzaba su cabello blanco, él no pudo evitar darle la razón a su hermano.

Tal vez y solo tal vez Lady Daenys había llegado para calmar su dolor.

Todo parecía correcto y en calma.

Sin problema pudo imaginarse su vida de esa forma, tal vez con uno o dos pequeños dragones rondando por ahí.

Fue cuando notó algo inusual.

Lady Alicent hizo una reverencia ante él, apenas y la había notado al entrar, antes de dirigirse donde Rhaenyra y su tía, quienes aceptaron su llegada pero mantuvieron su distancia.

Lady Alicent empezó a bordar en silencio, casi ausente, mientras que Rhaenyra, del otro lado del saloncito, se giró dando la espalda a la joven castaña y siguió su conversación con su tía en Alto Valyrio.

¿Acaso Daenys le dijo de las constantes visitas de Alicent a su habitación?

Aquella amistad había iniciado desde que Rhaenyra era una niña.

Lady Alicent, era mayor que su hija, apenas y rhaenyra tenía quince días del nombre recién cumplidos, mientras que la joven ostentaba diecinueve días muy bien llevados.

Por lo que alcanzaba a oir desde la lejanía Rhaenyra y Daenys hablaban sobre uno de los bufones y carcajeaban sobre una obra de teatro.

No recordaba ninguna obra de teatro en el castillos desde hacía ¿Tres años?

Fue cuando lo comprendió.

Daenys sabía sobre el escape de Rhaenyra con Daemon al pueblo, ¿Cómo no lo sabría? Rhaenyra parecía confiar ciegamente en ella y Daemon era su siamés.

El enojo lo consumió, aún así, no hizo nada.

No porque no quisiera, claro, pero no valía la pena quitarles las sonrisas del rostro por una reprimenda.

Terminó su copa de vino y se puso de pie saliendo de ahí bajo la atenta mirada de todas las damas.

El día fue tranquilo y tuvo suficiente tiempo para mirar desde lejos a su hija con su tía, eran simplemente adorables, bueno, hasta que las encontró eligiendo espadas y no dudó en dejar a Otto Hightower con las palabra en la boca antes de ir hacia ellas.

—¿Qué crees que haces, Rhaenyra?

La pregunta salió de su boca con pánico, su princesa, su dulce niña, podía salir lastimada.

— Mi tía me va a entrenar.

Daenys parecía orgullosa de sus palabras.

— No, eso si que no.

— Debes relajarte, Viserys,  Nyra necesita aprender a defenderse.

—¡Tiene cientos de guardias para su defensa!— Dijo exaltado.— ¡Vete! déjame solo con mi hija.

Daenys bufó y le quitó la espada a su sobrina.

— Como ordene, mi Rey. —Hizo una reverencia antes de salir del campo de entrenamiento.

Deseó detenerla, decirle que simplemente estaba asustado, aún así, no lo hizo.

— Ve a tu habitación.— Miró a Ser Criston Cole, su guardia jurado.—  Manténgala a salvo, Ser.

𝓔𝓵 𝓭𝓻𝓪𝓰ó𝓷 𝓭𝓮 𝓥𝓪𝓵𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora