Cap 5: Los estragos de la corrupción

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La visión macabra del puesto de seguridad de la central hizo que todo el pelotón se estremeciera.

La barrera con el cartel de stop de la entrada de la planta auxiliar runieléctrica estaba destrozada, astillada, y con manchas de sangre. Las dos casetas de vigilancia que custodiaban la entrada tenían las ventanas rotas con marcas de balas en las paredes y casquillos por el suelo. Uno de los soldados de las casetas yacía sobre una de las ventanas con varios agujeros causados por algún tipo de arma punzante y en algunas partes, la carne le había sido desgarrada como por el mordisco de algún tipo de animal. El otro, sentado sobre sus rodillas tenía muñones por manos y un corte en el cuello por el cual se había desprendido una cascada roja ahora ya reseca. Su arma estaba unos pocos centímetros más adelante y había sido cortada en dos trozos irregulares. Alrededor, y detrás del puesto de control, se encontraban desperdigados numerosos cadáveres de mutantes, soldados del Cuerpo de Defensa Nacional, y Salvajes. Los primeros tenían numerosas heridas de bala y de armas de filo o contundentes, mientras que los segundos y los terceros, parecían haber sido destrozados por bestias. Si algo compartían todos ellos, era los desmembramientos que habían sufrido.

Aquello confirmaba las sospechas del sargento. El grupo de salvajes que se habían encontrado no había sido un escuadrón enviado a su encuentro o en busca de víctimas, sino los restos del grupo que había intentado asaltar la planta runieléctrica. La presencia de la camioneta tamborilera y el aspecto destrozado de los soldados y los salvajes de la entrada, también reforzaba la teoría del sargento Raed de que los salvajes no habían sido los primeros en atacar la planta, sino los mutantes.

¿Pero cuántos de ellos habría habido? Por pequeña que fuera la planta, no era fácil tomarla con todos aquellos soldados y las vallas electrificadas, y menos aún por un grupo de mutantes sin inteligencia ni sentido de unidad. A eso, además había que sumarle el hecho de haber matado a la mayoría de salvajes que habían intentado asaltar la planta y habían hecho huir al resto. Raed no sabía exactamente cuántos mutantes hacían falta para algo así, pero estaba seguro de que al menos se necesitaban más de cien. La pregunta era, ¿de dónde habrían salido tantos? ¿Habrían sido guiados de alguna forma hasta la planta? ¿O había sido casualidad?

Y entonces, otra preguntada más perturbadora le asaltó la mente. Si los primeros en atacar habían sido los mutantes en lugar de los salvajes, ¿por qué habían utilizado la palabra «demonio», en lugar de «mutante»?

De repente, en su cabeza se formó un recuerdo lejano que creía haber olvidado. En él, su padre repetía una y otra vez la palabra «demonio» mientras acuchillaba el cuerpo inerte de un humano en una calle oscura formada en el interior de un edificio. Un escalofrió recorrió su cuerpo, y algo en lo más profundo de su ser le dijo que se alejaran de allí lo más rápido posible. Pero Raed no supo si eso se lo había dicho el niño inocente de aquella escena o su yo adulto que había luchado en tantas batallas.

***

—Sargento, detecto magia corrupta —dijo Isen con su rostro inexpresivo. A diferencia del resto del pelotón, a él lo que le preocupaba no era la carnicería que allí había ocurrido, si no la alteración de la esencia de la propia magia.

—Joder, lo que faltaba. —Raed se pasó la mano por la cara preocupada—. Se supone que por esta zona no había fuentes de corrupción.

—¿Qué quiere decir con magia corrupta, señor? —preguntó el soldado Burmac.

—¿Es que no os lo enseñaron en la academia? —preguntó a su vez el mago. Sus fríos ojos se clavaron en los del soldado—: Entre otras cosas, es lo que crea a los mutantes...Piensa en ella como si fuera radiación. Solo que no entra en nuestro organismo al respirar.

Anlova en llamas Vol 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora