Eliad avanzaba con rapidez entre las alineadas columnas mientras sujetaba con la mano derecha la espada anti demonios y con la izquierda una de sus pistolas semiautomáticas. Al final del túnel, las enormes puertas que dividan el camino, comenzaron a moverse pesadamente. El chirrido de los engranajes desusados retumbó por todo el corredor.
—¡Mirar, las puertas se están cerrando! —chilló de repente Eliad—. ¡Tienen que ser ellos! ¡Rápido!
Los cuatro comenzaron a correr sin perder del todo la formación mientras la imagen de las puertas al fondo se iba agrandando poco a poco. Sin embargo, la velocidad a la que estas se cerraban era más rápida de la que él había pensado, así que aceleró el ritmo y dejó a los soldados atrás.
Cuando ya estuvo un poco más cerca, frente a la enorme puerta distinguió varias figuras humanoides. Algunas de ellas se dieron la vuelta y comenzaron a cruzar lentamente al otro lado.
«¡No te voy a dejar escapar!» dijo para sus adentros.
El hueco entre ambas puertas era cada vez más reducido, pero si conseguía ir un poco más rápido, le daría tiempo a pasar entre los humanoides que estaban a este lado y atravesarlas. Sabía que el mago y los soldados iban bastante más atrás, por lo que seguramente aquello supondría dejarlos a su suerte. No era algo que le complaciera, pero su prioridad era acabar con el demonio antes que se hiciera más fuerte.
Eliad canalizó su energía interior y la liberó para insuflar con ella sus piernas. Sus músculos se agrandaron y se tensaron justo cuando estaba apoyando un pie en el suelo. Saltó y se desplazó mucho más de lo que cualquier humano lo haría. Tocó el suelo, y siguió corriendo a una velocidad mucho más elevada. Notaba como todo su cuerpo cortaba el aire a su paso. Las figuras humanoides que le esperaban para darle la bienvenida, se volvieron totalmente visibles justo antes de que comenzaran a cambiar.
La figura de una humana con ropa de secretaria se volvió más esbelta, su piel se tiñó de un color lila claro, y su cabello se volvió ceniciento. Sus uñas se tornaron largas, duras y afiladas. Le creció una cola, y le surgieron tres cuernos negros de su cabeza. Los huesos de sus rodillas se convirtieron en unos unos gruesos pinchos. Un tercer pecho que desprendía un líquido blanco sobre su estómago desnudo, le creció debajo de los otros. Era la viva imagen del erotismo y el peligro.
La parte inferior de un humano regordete con coleta se convirtió en el torso de un enorme gusano de color amarillento que tenía diez largas patas en cada lado. La superior, que aún mantenía cierta forma humanoide, estaba repleta de tentáculos. Dos enormes bocas sin dientes y repletas de lenguas se dibujaron en su cara deformada, separadas por un gran ojo.
La cabeza de un humano de ojos saltones se volvió enormemente grande y llena de globos oculares. Dos de ellos estaban unidos a su cara por unos tentáculos. Hasta su boca, era un ojo con dientes. Las piernas del humano se volvieron como las de un animal y sus manos como las de un reptil.
Finalmente, los cuerpos de los dos humanos vestidos con el uniforme del Cuerpo de Defensa Nacional crecieron hasta alcanzar el tamaño y la musculatura de un grok. Uno de ellos tenía cuernos, patas de bestia y sujetaba un hacha de guerra de gran tamaño. El otro, de piel rojiza, rostro canino, y una cola acabada en una bola con pinchos, sujetaba un enorme y retorcido mandoble.
El dispositivo rúnico comenzó a pitar y en él se dibujaron cinco puntos junto a unas pequeñas letras que indicaban el nivel de las apariciones. Uno de nivel 2, y cuatro de nivel 1. Por sus apariencias, Eliad apostó que se trataba de una de núcleo de lujuria, uno de núcleo de gula, otro de núcleo de avaricia y los últimos de núcleo de ira u odio.
«Puedo sortearlos» pensó Eliad.
Los demonios recién transformados se lanzaron a por él como hienas hambrientas.
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Anlova en llamas Vol 1
SciencefictionEn un mundo oscuro y despiadado, marcado por la guerra y la fusión de magia y tecnología, un pelotón del país más poderoso se enfrenta a la existencia de seres que podrían cambiar el destino de todos. Con la muerte acechando en cada rincón y la trai...