Cap 18: Los Exterminadores (2)

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Vralt corría a una velocidad asombrosa con la pistola en mano mientras mandaba a más y más de sus hombres a por ellos. Cuervo siempre había sabido que el líder de la banda de los Drokis era una rata asustadiza, pero nunca pensó que llegaría a tal extremo. Si había llegado a jefe, sin duda lo había hecho de forma traicionera y rastrera. Algo muy común en las Zonas Colmena, y casi una marca personal de las bandas afiliadas a Las Serpientes Venenosas.

Varios miembros de la banda salieron a su encuentro para intentar frenar su avance.

Cuervo disparó a uno en la cabeza, esquivó el cuchillo de una humana, y de un golpe la tiró por la barandilla. Luego escuchó un grito de Tania reclamando al tercero y se agachó. Un par de balas atravesaron el cráneo del Droki aehul que cayó restregándose por la pared y tintándola de rojo.

—¡Vamos jefe, que te quedas atrás! —dijo Tania mientras le adelantaba. La chica de mechas rojas, y ojos azules vestía con ropa ceñida y corta, e iba protegida con una coraza de Akro que le cubría el pecho y parte de la espalda y unas hombreras. A Cuervo le encantaba ver su sensual cuerpo mientras mataba.

Cuervo y Tania continuaron junto a Serf por la plataforma metálica. Como si el sexto sentido de la rata de Vralt le hubiera avisado de la trampa que le esperaba, el líder de los Drokis comenzó a subir por la escalera que llevaba a la escotilla en lugar de continuar hasta la habitación que llevaba al ascensor.

Cuervo avisó rápidamente a los otros compañeros con su cibertabla y continuaron tras los pasos de Vralt. Al otro lado de la escotilla, el techo de la nave industrial hacía de calle entre los edificios que se alzaban a ambos lados. Unas pasarelas metálicas unían los diferentes edificios en diferentes alturas formando una especie de túnel. El aire estaba cargado del murmullo de conversaciones y el débil resplandor de algunos anuncios parpadeando que promocionaban mercancías o servicios. Varios metros más adelante, y tras unos pilones de cemento a modo de barricada con estandartes de los Drokis, la calle continuaba por la apertura de otro edificio colindante, donde vendedores ambulantes ofrecían sus mercancías y los niños correteaban entre las sombras, esquivando a los adultos ocupados.

Cerca de los pilones de cemento, se encontraba Vralt jadeando por la carrera que se había pegado. El jefe de la banda de los Drokis era un humano delgado y pálido con una larga melena negra, las cejas afeitadas y numerosos piercings. Iba vestido con ropas de colores vivos, y llevaba una coraza de fibra sintética y placas de akro.

—Ya eres nuestro, maldita rata —dijo Cuervo con una sonrisa endiablada. El ansía de acabar con el cabecilla de una de las bandas afiliadas a Las Serpientes Venenosas, hacía que le palpitase el pecho y amenazaba con nublarle la mente.

—¡Ja! ¡Eso es lo que creéis! Pero sois vosotros los que vais a morir —dijo cargado de confianza, y tocó su cibertabla—. ¡Chicos, salid a saludar a estos hijos de puta!

Del balcón de una de las primeras viviendas del edificio que se alzaba a su derecha, aparecieron varios Drokis con armas de fuego. Mientas que, del portal, aparecieron dos groks. Uno de ellos tenía el pelo echado hacía atrás y llevaba una enorme hacha en las manos. El otro era clavo, le faltaba un ojo y llevaba un hacha y una espada. Ambos iban vestidos con cuero, pieles y numerosas protecciones de diferentes metales. Los groks, al igual que la mayoría de las razas que formaban los llamados «Salvajes», solían recorrer el mundo junto a otros salvajes en forma de bandas u hordas con el fin de arrasar y saquear todo a su paso. Era por eso, que gran parte de los pocos groks que vivían en las ciudades, solían llevar una vida parecida, uniéndose, apoderándose o creando sus propias bandas delictivas. Sin embargo, muchos de ellos también trabajaban como mercenarios, e incluso había algunos que lo hacían en puestos donde era necesaria la fuerza.

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⏰ Última actualización: Oct 22, 2024 ⏰

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