Prólogo

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Año 708 del Nuevo Mundo

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Año 708 del Nuevo Mundo.

—...Están, están muertos...Por Ibelir, Garbe, los han descuartizado.

Al oír eso, el corazón de Garbe, cabo del Cuerpo de Defensa Nacional de Ibelir, se contrajo en su pecho.

«No puede ser...¿intrusos? No ha sonado la alarma» pensó, sintiendo cómo un nudo se formaba en su estómago.

—Michael, amplia la A-5. —ordenó Garbe a través del comunicador del casco. El vaho producido por sus palabras trepaba por el aire antes de desaparecer—. ¿Ves alguna apertura en la verja?

El operario de la sala de control enfocó la cámara hacia la zona indicada. La verja estaba intacta.

—No hay aperturas... —murmuró Michael, su voz estaba teñida de incertidumbre.

—Está bien. Tranquilo —dijo Garbe. Aunque no sabía si se lo decía a su amigo o así mismo—. Comprueba la A-8 y la A-9.

Un sonido de pitidos intermitentes se escuchó suavemente por el comunicador. El cabo del Cuerpo de Defensa Nacional de Ibelir bajó la vista a la cibertabla que llevaba en el antebrazo izquierdo. En la pantalla, el ícono del canal general parpadeaba. Alguien estaba hablando.

—Michael, un segundo —dijo y cambió de canal.

El sonido entrecortado de disparos y de unos gruñidos parecidos a los de una bestia llenó el casco de Garbe.

—¿¡Qué cojones es eso!? —gritó un soldado aterrado, mientras los disparos continuaban—. ¡No cae, mierda, esa cosa no cae!¡Seguir disparando, joder!

Un escalofrío recorrió el cuerpo del cabo.

—Renton, Aquí el cabo Garbe. ¿Qué está pasando?

El sonido de unas fuertes pisadas se acercó al origen de la transmisión mientras seguían resonando las armas de fuego y los gritos que intentaban hacer frente al miedo. Y entonces, un estremecedor rugido se superpuso a todos los sonidos, y luego...todo se quedó en silencio.

—¿Renton? —El corazón le martilleaba el pecho—. ¿Renton, me oyes? ¡Por Ibelir, contesta!

—Vuestro fin ha llegado, patéticos mortales —dijo una voz siniestra, y acto seguido se escuchó como el casco era aplastado.

Garbe se quedó paralizado. ¿Qué podía tener semejante fuerza como para destrozar un casco? ¿Quizás un Odrox de los Salvajes? Pero era imposible que una criatura así hubiera entrado en el recinto sin saltar las alarmas. ¿Habría mutado algún soldado u operario? Pero eso tampoco le cuadraba. Aunque de alguna manera hubiera habido una fuente de magia corrupta lo suficientemente grande como para mutar a alguien tanto y en tan poco tiempo, era imposible que un mutante hubiera podido decir aquello...

Otra vez el pitido intermitente. En la pantalla de la cibertabla parpadeó el icono de Michael. Lo tocó.

—Joder, joder, joder, joder —La repetida palabra salía de la boca de Michael más rápido que las balas de una ametralladora.

Anlova en llamas Vol 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora