El sargento Raed estaba mirando desde lo alto del tanque ligero I43 los cadáveres de los mutantes que habían abatido, cuando escuchó la voz del cabo Chelne por el comunicador.
—Aquí el cabo Chelne. Señor, Esto parece una puta película de terror. Está lleno de cadáveres descuartizados.
—Como el resto de este jodido sitio, cabo —dijo Raed—. ¿Va a ser posible restablecer el funcionamiento de la planta?
—Imposible, señor. Está todo destrozado —contestó el cabo—. Y cuando digo destrozado, es destrozado. Incluso los cables de alta tensión están cortados. Es como si un enorme animal se hubiera vuelto loco aquí dentro.
Raed se estrujó las sienes con los dedos. ¿Por qué iban a destrozar los generadores los mutantes? No tenía sentido alguno. A menos, claro, que no hubieran sido ellos, si no alguien que hubiera querido desactivar la verja eléctrica, lo que entonces reforzaría la idea de que alguien hubiera atraído los mutantes de alguna forma. Pero incluso aunque eso hubiera sido posible, ¿por qué iban a atraer mutantes para atacar una planta runieléctrica sin valor alguno? ¿Y cómo cojones se las habían apañado para hacer semejante destrozo en la sala de máquinas? ¿Podría ser que realmente hubieran sido los salvajes los primeros en atacar?
Todas aquellas preguntas sin respuesta le daban dolor de cabeza.
—Recibido —contestó Raed—. ¿Habéis encontrado algún superviviente?
—No, señor...Espere, creo que he visto moverse algo —dijo el cabo, y tras unos segundos de silencio se escuchó—: ¡Fuego! ¡Fuego!
El sonido de los fusiles se mezcló con el de los gritos de los soldados.
—¿Qué ocurre? —preguntó el sargento sorprendido—. ¿¡Cabo!?
—Aquí Chelne. Algo nos ha atacado, señor —dijo aterrorizado.
—¿Mutantes?
—No...era como más monstruoso...Sé que sonará a broma, señor. Pero tenía cierta similitud a esos...demonios de la pelis.
«Demonios»
Por su mente apareció el último recuerdo que tenía de su padre. Aquella vez se encontraban en su diminuta y desastrosa casa. Su padre, con el rostro confuso y la voz afligida, le decía a su madre que ella no lo entendía, que los demonios los perseguían y tenía que acabar con ellos para protégelos. Ella le chilló que estaba loco, después forcejearon, y al final su madre le dio un tortazo. Unos minutos después, su madre cogió a Raed y a su hermano, y huyeron de aquella casa para no volver jamás. Mientras se alejaban de allí, su padre le seguía chillando lo mismo; «Tú no lo entiendes, tú no lo entiendes».
—¿Alguna baja? —preguntó Raed al volver en sí.
—Ordwulf y Estrek, señor.
—Mierda... —dijo dolorido—. Está bien. Venir al perímetro de defensa.
—Sí, señor.
El sargento sabía que era demasiado pronto, pero aun así echó un vistazo a la entrada del edificio principal con la esperanza de que aparecieran sus soldados. Todo lo relacionado con la misión le daba muy mala espina.
No lo hicieron.
Un pequeño pitido indicó al sargento una transmisión entrante por otro canal. Raed miró la cibertabla y procedía del cabo Ramón. Apretó un botón y cambió de canal.
—Señor, ...cabo Ramón. Alguien...nuestra posición...parking. —La voz del cabo sonaba entrecortada.
—¿Qué? ¿Qué cojones ocurre, cabo?
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Anlova en llamas Vol 1
Ciencia FicciónEn un mundo oscuro y despiadado, marcado por la guerra y la fusión de magia y tecnología, un pelotón del país más poderoso se enfrenta a la existencia de seres que podrían cambiar el destino de todos. Con la muerte acechando en cada rincón y la trai...