Cap 9: El último cigarro

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El sargento se encendió un cigarro mientras el sonido de las ametralladoras y de los gritos resonaba de nuevo. El humo le llegó hasta los pulmones y le supo a gloría.

—¿Tan mal está el asunto? —le preguntó el cabo Chelne.

Raed había dejado de fumar hacía un par de años debido a que su ex mujer, preocupada por sus pulmones, le había dicho una y otra vez que lo hiciera. Sin embargo, siempre llevaba un paquete de su marca preferida en el bolsillo. Era una forma de fortalecer su fuerza de voluntad, y a la vez, de cumplir su «último» deseo, ya que se había fumado un cigarro por cada vez que creyó que no viviría para contarlo. De los veinte cigarros que había tenido el paquete inicialmente, le quedaban quince, y ahora, catorce. En su día, Raed se prometió que si conseguía fumarse todos los cigarrillos y aún seguía con vida, volvería a fumar, pues habría vívido lo suficiente como para preocuparse de algo tan trivial como morir de cáncer.

El sargento le dio otra calada al cigarro y miró al soldado. A pesar de la situación, seguía sonriendo. Raed siempre había envidiado esa positividad que tenía Chelne ante cualquier adversidad; era similar a la que había tenido su mujer.

—Señor, tenemos contacto de nuevo a las doce —dijo la soldado Miriam justo cuando Raed se disponía a contestar al cabo.

—¿Más mutantes? —preguntó mientras le hacía una seña a un soldado para que le pasara los prismáticos.

—No señor —negó la soldado—. Un humano y un aehul. Parecen civiles.

—Así que por fin han aparecido esos malditos cambiaformas —dijo mientras los observaba—. Soldado Elen, enséñales a esos hijos de puta como saludamos a los que se meten con los nuestros.

—Será un placer, señor. —La soldado apuntó, y el sonido atronador de la ametralladora auxiliar del V4-1 retumbó.

«Vamos, cabrones. Enseñarme cómo sois realmente»

El humano calvo sonrió ante la violenta bienvenida y dio un paso adelante. De repente, su cuerpo creció hasta convertirse en una mole musculosa de unos tres metros de altura. De su cabeza le surgían cuatro cuernos que se retorcían, y gran parte de su piel rojiza estaba protegida por una especie de escamas rocosas. Su brazo derecho, era una mezcla de carne, escamas y filo metálico.

Las balas de gran calibre repiquetearon en la armadura natural del monstruo de aspecto demoniaco en el que se había convertido el humano, y este soltó una grave carcajada ante su inefectividad.

—Señor, ¿¡ha visto eso!? —preguntó exaltada Miriam.

—Por Ibelir...No puede ser verdad... —dijo en voz baja Raed que no se creía lo que veía. La palabra «demonio» del mensaje no había sido utilizada para describir algún tipo de salvaje o mutante, si no para afirmar la existencia de aquellos seres. La imagen de su padre acuchillando a aquel hombre mientras repetía la palabra demonio se adueñó de su mente. ¿El muy hijo de la gran puta habría visto realmente demonios?

—Señor, creo que me vendrían bien uno de sus cigarros —bromeó Chelne para intentar ocultar su miedo.

Pero el cabo no era el único que estaba aterrado. El sargento tuvo que recordar la ira que había sentido cuando esa cosa mató a sus soldados para poder reaccionar.

—¡I43! ¡Dispárale a ese monstruo un puto cañonazo a ver si se vuelve a reír! —Raed se negó a decir la palabra demonio. Tanto él como los demás soldados se habían enfrentado alguna vez contra salvajes y monstruos de similar tamaño. Así que pensó que, si creían que simplemente era otro monstruo más, les sería más fácil vencer el miedo y luchar contra aquella cosa.

Anlova en llamas Vol 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora