Los soldados y el cazador dejaron atrás el rudimentario túnel, y salieron a uno totalmente distinto. Este, había sido excavado a la perfección. Tenía una altura de unos veinte metros y una anchura de doce. Tres filas de enormes columnas circulares en forma de espiral atravesaban el túnel y subían hasta el techo revestido. Allí, iluminadas por decenas de lucecitas azules que brillaban como si fueran estrellas, se abrían como palmeras y sus hojas y tallos de piedra descendían parcialmente por las paredes. Unas lámparas con grabados rúnicos que colgaban de decenas de brazos metálicos convertían la oscuridad en penumbra. A unos tres metros de suelo, una línea de escudos grabados en piedra de antiguos reinos y clanes, recorría las paredes del túnel.
—¡Esto sí que es un auténtico túnel drauo! —dijo maravillado Bargu.
—Es...es increíble —dijo Isen fascinado.
El mago de combate había leído y escuchado sobre su majestuosidad, pero verlo en persona había superado incluso sus expectativas. Su primer instinto fue desacoplar la cibertabla para fotografiarlo, pero cuando fue a cogerla recordó que se la había dado al cabo Dragen, y soltó una pequeña maldición para sus adentros. Su segundo instinto fue palparse los bolsillos en busca de un papel y algo con lo que escribir, pero al parecer no se había traído ninguno. Suspiró.
—Tome señor, aquí tiene.
Isen se giró y vio a Neisa a su lado con el brazo estirado y su cibertabla en la mano. Sus dedos eran finos y largos.
—Gracias, soldado.
Neisa se limitó a asentir con la cabeza.
Isen la observó durante unos segundos con el ceño ligeramente fruncido. En el tiempo que habían estado trabajando juntos, la soldado siempre había contestado verbalmente excepto aquella vez que Neisa abatió al mutante que había subido por las escaleras del edificio central. En ese momento no le había dado importancia, pero esa forma de asentir le recordaba a...
—¿Me estás...Imitando? —preguntó finalmente.
—¿Qué? No, señor —contestó Neisa antes de escapársele una ligera sonrisa.
Los ojos azules del mago se encontraron con los verdes esmeralda de la soldado mientras esta sonreía. De repente, Isen notó como un extrañó calor le subía por los mofletes y apartó la vista sin darse cuenta.
«¿Qué es...este calor repentino? ¿Será algún síntoma de que estoy enfermando?»
—Por muchas veces que vea los túneles drauos, nunca dejan de sorprenderme —comentó Eliad que había pasado por alto aquella pintoresca situación.
—La verdad es que es increíble que pudieran construir semejantes bellezas en aquella época —dijo Neisa—. Tu pueblo es increíble, Bargu.
—Según su antigua mitología —comenzó a decir Isen sin que nadie le hubiera preguntado mientras andaba y tomaba fotos con la cibertabla—. Fue el dios de la roca Grarock quien excavó los túneles y las cavernas para dar cobijo a las distintas razas que sufrían el extremo frio del invierno en el continente de Norgrem. Muchas de ellas aceptaron la oferta del dios de la roca, sin embargo, en lugar de tratar el regalo del dios con respeto y agradecimiento, lo hicieron con desprecio y egoísmo. Llenaron las paredes de garabatos que reflejaban sus anhelos de abandonar el subterráneo, y utilizaron las propias piedras para crear rudimentarias armas con las que arrebatar la vida y las riquezas de las otras razas a las que el dios de la roca había dado cobijo.
»» Pero no fue así en el caso de los drauos. Estos, en lugar de anhelar el exterior, daban gracias todos los días de poder vivir en el interior de las montañas. A diferencia de otras razas que utilizaban las rocas para robar o matar, ellos las utilizaban para crear sus viviendas y templos, mientras que utilizaban sus manos para defender con furia el regalo que el dios de la roca les había concedido. Grarock, que quedó maravillado ante el comportamiento de los drauos, decidió enseñarles el arte de la minería para que pudieran crear sus propios túneles, y encontrar los metales y minerales que se ocultaban en las entrañas de la tierra. Una vez aprendieron a extraerlos, fue un paso más adelante y les enseñó a moldearlos, pues creyó que había visto en ellos el futuro de su credo. Como había esperado, los drauos utilizaron los minerales para crear joyas con las que enriquecer las piedras que daban forma a sus ciudades, y los metales, para crear armas y armaduras con las que defenderlas. Finalmente, el dios de la roca nombró a los drauos sus hijos predilectos, y les concedió su mayor regalo: una piel dura como una roca decorada con minerales que no solo les concedería belleza, si no también diferentes aptitudes.
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Anlova en llamas Vol 1
Science FictionEn un mundo oscuro y despiadado, marcado por la guerra y la fusión de magia y tecnología, un pelotón del país más poderoso se enfrenta a la existencia de seres que podrían cambiar el destino de todos. Con la muerte acechando en cada rincón y la trai...