13 - Despejar la mente

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El sol ya comenzaba a salir dando la bienvenida a otro día más y en casa de Amelia, su madre seguía preocupada aunque hacía ya unas horas que consiguió conciliar el sueño, no sin antes preguntarse porque no había avisado de que no iría o si le habria pasado algo. El lado bueno es que no tenía noticias de la policía ni de ningún hospital por ahora, con lo que podría significar que estaba bien o al menos trataba de auto convencerse de que sería así y que su hija a la cual amaba más que su propia vida, volvería sana y salva y no veia el momento de que esa puerta ya desgastada de tanto mirarla, se abriera y la volviera a ver pero hasta que eso no sucediese, no estaria tranquila. Así que tomó una decisión y como la casa de le caía encima por la desesperación, la angustia y la incertidumbre, decidió salir a pasear un rato y que le diera el sol, pues lo necesitaba, necesitaba renovar energías y cargarse de fuerzas hasta que Amelia diera señales de vida pero cuánto más tiempo pasaba, menos esperanza tenía de que estuviera bien. La mujer se llegó a preguntar si ella podría haber hecho algo para que su hija, la única que tuvo y por la cual daría su vida sin tener que pensarlo ni un solo segundo, pero no recordaba una discusión fuerte que fuese reciente pero la culpa la perseguía por no saber dónde estaba su hija, para ella siempre sería su niña, la del pelo rizado y que le gustaba subirse a los arboles en verano como un mono pues la chiquilla era muy inquieta y curiosa y era muy ágil desde prácticamente que nació. Llegó a pensar que se habría cansado de ella, de sus noches en vela llorando aunque en silencio y de su lucha contra una depresión que amenazaba con no irse de su vida y esta situación empeoraba la suya mentalmente hablando.

La mujer cogió con fuerza las llaves de casa, se arregló lo justo para salir a dar un tranquilo paseo por las cercanías de su casa, a pesar del miedo que tenía por ser ella quien descubriese lo peor que una madre podría vivir, encontrar el cuerpo de su hija tirado en alguna parte, con la vida ya apagada. Trató de no pensar mucho en ello si que evitó ir mirando a las cunetas y descampados. Se adentró en el pueblo al que siempre iba a comprar y donde siempre solía verse con los Gómez y ese día no quería verse con nadie, no quería que la viesen así y menos gente que la hacía sentir querida después de una vida llena de rencor y de soledad. No quería preocupar a nadie.

Después de estar un rato sentada en un banco tomando aire y renovando su energía la cual no era mucha por no tener noticias de su hija pero le vino bien el salir a pasear, cosa que siempre hacia con Amelia, y sentía algo en el pecho que la oprimía pero trataba de respirar pues sentía un mal presentimiento sobre su hija y quería evitar a toda costa pensar en ess imágenes que se le venían a la mente una tras otra hasta que de repente vio en un quiosco a un chico que le pareció conocido aunque con el sol dándole en la cara no estaba segura o no, tampoco lo estaba de si acercarse o no, no quería importunar a aquel joven, alto, moreno y que siempre llevaba un característico abrigo azul con piel o algodón en la parte del cuello. Pensó que serían imaginaciones suyas pues el debería estar con Luisita en estos momentos pero lo vio acercarse hacia ella y eso la puso en alerta, pues cuanto más se acercaba, más le notaba al hombre una sonrisa que transmitía maldad, pues ya conocía la enemistad entre su hija y ese hombre "el hombre del abrigo azul" como lo llamaba Benigna, la madre de Amelia.

El se sentó a su lado sin decir nada y ella quería que su nerviosismo y hasta miedo por ese chico el cual no le daba buena espina desde que escuchó hablar de el y menos de conocerlo la primera vez, en el hospital el día fatal.

Benigna sin mediar palabra y dudando en si levantarse como si nada o no, sacó fuerzas y se levantó rápidamente, comenzó a caminar hacia su casa, intranquila, sin mirar atrás, y con una extraña sensación de que algo malo iba a suceder en breve y no se equivocaba. Sebastián la siguió y antes de que pudiese entrar en casa, le puso en la boca un trapo con cloroformo y ella por mucha fuerza que hiciese por quitárselo de encima, cayó dormida en sus brazos. El entró en casa de la mujer y de su hija para dejar una nota a la morena en cuanto llegase, haría lo imposible, superando los limites de la ética y moralidad para alejarla de la mujer que el decía amar cuando lo que amaba era el dinero que poseía su familia pues el también tenía secretos que esconder pero nadie sospechaba nada de quién era realmente Sebastián Fernández.

Llamo a un colega de juergas, desfases y de otras cosas de las cuales mejor no saber y en menos de diez minutos estaba ahí con su coche y ayudó a su amigo a meter a la.mujer en el coche y amordazarla y atarla por si durante el trayecto se despertaba.

El accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora