8- La carta del cajón

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Después de la situación vivida entre Luisa y Sebastián, Amelia decidió dejar a la rubia un rato a solas, además que ya dentro de unos minutos era su hora de irse y prefería no molestarla, no agobiarla más. Aunque Luisita la llamó desde el cuarto sacando a la morena de sus propios pensamientos. No tuvo más remedio que ir donde Luisita a ver qué era lo que necesitaba. Y ella tan solo quería compañía, la suya, solo eso, con eso ella se sentiría más tranquila pues era lo que Amelia, su vieja amiga le transmitía y aunque ella no se acordase, siempre fue así.

- ¿estás bien Luisita? ¿Quieres que localice a tus padres? - La pobre no sabía cómo enfrentarse a esa situación. Luisita había vuelto a nacer y experimentaba por vez primera cada sentimiento, cada emoción y la frustración de no entender que era lo que le pasaba.

- No por favor. Estoy bien, tan solo necesitaba hablar con alguien y tu eres la persona ideal y aunque no me acuerde mucho, siento que siempre fuiste así de amable conmigo. Me transmites mucha paz y como sé que pronto te tienes que ir pues mejor quedarte aquí conmigo que sola ¿No? - Luisita ya no lloraba, aunque seguía teniendo los ojos rojos y la voz le temblaba un poco pero trataba de hacerse notar alegre y parece que lo conseguía pues Amelia al ver que estaba tan bien prefirió no preguntar porque había llorado.

- Me parece un buen plan. Y, ¿Necesita hablar de algo en especial la enfermita? - Amelia se puso tierna, con ella era fácil serlo.

- Tan solo quiero decirte que gracias por cuidarme y por estar ahí siempre

- Es mi trabajo y además creo que ya sabes todo el aprecio que te tengo a ti y a tus padres. Siempre habéis estado ahí conmigo, en lo bueno y sobre todo en lo malo. Como no iba a estarlo yo para ti Luisita.

Unas llaves giraban en la cerradura de la entrada y las dos miraron pues la puerta del cuarto, al estar solas, estaba abierta ya que nadie las podría molestar ni escuchar si hablaban de cosas privadas.

- Luisita hija ya estamos aquí - La voz de Manolita sonaba por toda la casa, la gran casa. Y Luisita se alegró de ver que ya estaban sus padres de vuelta pero un segundo después su rostro cambio a uno más serios pues sabía que en ese momento Amelia se tendría que ir y sintió como una punzada en el pecho, aunque ella era incapaz de describir aquel nuevo sentimiento o sensación. Quería estar con Amelia todo el rato. Amelia salió a saludar a los padres de Luisita y regresó al cuarto para despedirse por ese día de su amiga. Le dejó un tierno beso en la frente y Luisita se ruborizó, "estaba tan guapa cuando se ponía roja" pensó Amelia. Amelia recogió su abrigo y su bolso y cerró la puerta con suavidad.

Después de que se marchase Amelia, Luisita no tenía demasiado sueño así que decidió mirar en sus cajones, por si había algo que la hiciera recordar, algún pequeño detalle que le diera un punto de luz. Y encontró aquella carta que nunca volvió a leer. Por miedo. Miedo a lo que podía llegar a sentir, por sentir que aquello podría estar mal, miedo a que sus padres la rechazaran, miedo a vivir. Comenzó a leer cogiendo con muchísimo cuidado aquella carta tan preciada.

Cariño mío, como me gusta llamarte así, no soy Melchor ni esta la carta que esperarías recibir la mañana de reyes. Pero no encuentro otra manera de decirte lo que siento por ti. sin saber cómo te has ido colando en mi corazón y en mi pensamiento. Me he ido enamorando de ti, he intentado frenarlo pero no he podido y ya no concibo pasar ni un día más sin verte, sin oír tu voz, sin encontrar tu mirada, oír tu risa. En este día de Reyes quiero compartir contigo el deseo más profundo de mi corazón, pasar cada dia de mi vida a tu lado y bailar juntas a la luz de la luna.
Te quiero
       Amelia.”

Una lágrima empezó a recorrer el rostro impecable de la rubia, que sin recordar nada, sintió una punzada en el corazón porque en el fondo, sabía que lo que sentía por Amelia, no era solo amistad, aunque trataba de negarse a si misma esa realidad, era evidente que su corazón ya tenía decidido a quien quería amar pero esa jovencita tan testaruda no le dejaba ser libre. Estaba encadenada a un hombre que siempre le despertó un interés por su atractivo o eso quería creer pero no lo amaba, y aquella carta se lo recordó de golpe. Se durmió con la carta bien agarrada a su pecho.

El accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora