POV DE ADIEL.
¡Olvídate de ese error!
Era lo que decía mi abuelo, madre y hermana cada vez que me visitaban y preguntaba por ella. Desde entonces la convertí en mi error favorito, ese error del cual no me arrepiento y si tuviera la oportunidad de repetirlo lo haría.
Agarré todo lo que dejé cuando ingresé a este lugar, una vez que puse un pie fuera de prisión el viento sopló con fuerza y una ola de polvo nubló mi visión.
Mi madre fue la primera en recibirme con los brazos abiertos, le siguió mi hermana y su esposo, por último, mi abuelo. A él me quedé abrazado por unos segundos de más, se apartó dejando su mano derecha entre mi cuello y quijada y mirándome a los ojos dijo —¡Te quiero! —, volvió abrazarme.
—¡Yo más abuelo!
Subimos al auto y perdí la mirada en la hermosa vista. El día estaba despejado, dejaba ver el imperioso volcán que se encontraba a varios kilómetros de la capital, el cerro tunqui se veía esplendoroso.
—¿Tienes que despedirte de alguien? —, negué, no había nadie a quien pudiera visitar y decirle que me iba del país. Al único amigo que tenía lo perdí hace cinco años seis, para él morí ese mismo día.
Cinco años pasaron y no hubo un día que no la pensara. Cada mañana, tarde, noche, ella estaba ahí, presente en mis pensamientos y dándome fuerzas para soportar ese encierro.
Cómo me hubiera gustado ir a su rescate, sacarla del encierro en el que se encontraba y llevarla lejos, convertirla en mi esposa y formar un hermoso hogar junto a ella. Pero al igual que ella, también estuve encerrado, aunque estuve rodeado de comodidades, no era lo mismo como la libertad.
Llegamos a casa, me di una larga ducha, posé las manos en la fría pared de baldosa y afirmé la cabeza en ella, dejé que el agua rodara por mi espalda y se perdiera por el desagüe.
Horas más tarde me encontraba en lo alto de Tuntaqui, iba rumbo a Yucán, iba a buscarla, sabía dónde estaba, sabía que estudiaba en la universidad de mi abuelo y que no se iría hasta terminar su carrera.
Cuando descendimos del avión, un auto nos esperaba, me adentré a este y cuando entramos a la ciudad solicité —Déjame aquí—, habíamos viajado en la madrugada, por lo tanto, llegamos temprano a Yucán.
—¡Adiel! —, mi abuelo masculló —¿No puedes esperar...?
No podía, debía verla hoy, no la había visto durante cuatro años seis meses, moría por estar delante de ella, explicarle todo lo que pasó, que supiera que jamás volví con Rocío, que no tengo ningún hijo, que no quise abandonarla y dejarla sola con todo ese problema, que moría por ir a su rescate, pero nomás no podía, debía pagar por lo que había hecho, debía afrontar todo el caos que ocasioné.
—Nos vemos en casa—, cerré la puerta del coche y caminé en dirección a la universidad, me acerqué con el corazón latiendo a mil por horas, un temblor en las piernas que entre ratos parecía que caminaba en el aire me atacó.
Estaba al tanto de la rama que escogió, la facultad en la que se encontraba, incluso los paralelos a los que ingresaba. Fátima se había encargado de llevarme cada vez que me visitaba información durante estos dos años y medio en los cuales Crys estudiaba en la universidad, aunque desde hace seis meses ya no me detallaba las cosas, simplemente decía, está bien, va bien en los estudios, y cuando la vi entendí el porqué de la falta de detalles.
Detuve el andar de mis pies cuando la vi salir y aquel joven que esperaba por ella la recibió con un abrazo y beso que congeló mis huesos.
Tenía los oídos tan afilados que escuché claramente cuando dijo "te adoro mi amor", era su voz, era ella expresando las emociones que le provocaba aquel hombre.
Cuando se dirigieron al auto que estaba parqueado a unos metros de mí, me di la vuelta y agarré un periódico y lo abrí cubriendo mi rostro con él. Pasaron justo por mi lado, sentí que se detuvieron y él preguntó.
—¿Qué pasa? ¿Por qué te detienes?
—Por nada...
Contenía una gorra, una camisa de rayas muy arrugada, mi barba había crecido, incluso mis cabellos estaban algo largos. No pudo reconocerme, ni yo me reconocía cuando me miré frente a los grandes cristales de los locales.
La vi subir aquel coche, este se marchó dejándome ciego de ella. Me quedé observando en esa dirección, cuando el conducto lagrimal picó cerré los ojos y bajé la cabeza, llevé la mano derecha al rostro y con mi pulgar e índice estregué ambos ojos aplacando así las lágrimas.
Crys había continuado con su vida, me había olvidado, quizás ya no me recordaba, me había desechado de sus recuerdos, incluso de su corazón. Y no la juzgaba, era tan joven, llena de vida y un futuro por delante, tenía derecho a continuar, a enamorarse, a ilusionarse cuántas veces le placiera, ella era libre, no tenía por qué detenerse y esperar por mí, ni por mí ni por nadie.
El "voy a amarte por siempre Adiel", no fue tan real como sonó. Fui tan iluso que me lo creí.
Pero que podía esperar, si cuando lo dijo estaba completamente enamorada o ilusionada de mí, y cuando uno está en esa etapa dice cosas las cuales no puede cumplir.
Nadie ama ni espera tanto tiempo Adiel, a fuera la vida sigue, a fuera las personas continúan con su vida olvidando todo aquello que las lastimó. Crys solo hizo lo que le pedía, que saliera con más chicos, que se enamorara y gozara de su juventud, que experimentara lo que conmigo no pudo.
Caminé sin rumbo, a pasos lentos y perdido en los recuerdos, en lo que pudo ser y no fue. Una rebelde lágrima se me escapó, la limpié con el dorsal de mi mano, detuve un taxi y me dirigí a casa, apenas ingresé mi hermana y abuelo se levantaron del asiento.
—No te lo dijimos para que no sufrieras—, dijo Fátima.
—Adi—, esa era mi madre —La vida es así. Las niñas a esa edad cometen locuras, se ilusionan y creen que su primer amor es y será para siempre, pero con el tiempo conocen a más chicos, y el amor les regresa... es lo que pasó con esa muchacha. Ahora tú... tú debes continuar con tu vida. No quiero que vuelvas a meterte en problemas, cariño. No quisiera que por despecho cometieras una locura.
Agarré las manos de mi madre que sostenían mi rostro, dejé un beso sobre ellas y musité —Se cuando pelear y cuando retirarme. Quédate tranquila que, no buscaré más a Crysthel, no apareceré en su vida cuando ya no soy parte de ella.
Dicho eso me dirigí a la habitación, aquella habitación que no pisaba desde hace muchos años, la cual aún estaba decorada cómo una de adolescentes.
Sin ánimos dejé caer mi cuerpo en la cama quedando sentado en ella, mi cabeza se colgó hacia adelante y las tibias lágrimas empezaron a caer sobre la alfombra.
Quizás si no hubiera estado encerrado también te hubiera olvidado Crysthel, tal vez me había vuelto a casar, porque soy humano, sobre todo hombre, y los hombres somos así, no podemos estar solos.
Pueda que de aquí a mañana aparezca alguien y decida empezar de nuevo, podría sacarte de mi corazón y solo recordarte como "mi error favorito", lo único que me queda de ti es eso, los recuerdos y esta piedra que me diste en aquel viaje con nuestros nombres tallados en ella, la cual pediste que cargara por siempre para que no te olvidara. Y lo hice, durante cinco años estuvo conmigo, recordándome tu sonrisa, tu ternura, y esperanzado que cuando fuera puesto en libertad nos volveríamos a encontrar y seríamos felices ya que no había nada que nos lo impidiera serlo, pero tú, tú mi niña, decidiste continuar con tu vida, y yo no soy quién para destruirla, más si ya no significo nada para ti.
No la busqué más, pues ella ya había encontrado el amor en alguien más, decidí ocupar la mente en otras cosas como publicar mi libro bajo un seudónimo anónimo, emprender un nuevo proyecto y así sacarla de mis pensamientos, pero el destino se encargó de ponerla frente a mí.
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Profesor Adiel
RomanceLo amaba en silencio desde que era una chiquilla, pero era prohibido en todos los aspectos. Juraba que nunca iba a tener una oportunidad, sin embargo, un día, él la miró, la citó, y su vida cambió.