El Destino es una Mierda (parte 2)

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Mi mente estaba a punto de explotar, también mi corazón, que no parecía capaz de recuperarse del susto que acababa de llevarse. Durante una fracción de segundo había visto mi muerte a manos de un psicópata desconocido. A la policía levantando mi cadáver. Los titulares de la sección de sucesos explicando cómo había intentado defenderme con un candelabro de madera hueca. ¡Patético! Mi funeral repleto de desconocidos que murmuraban frases «¡Qué pena, era tan joven! ¡Tenía toda la vida por delante, es una lástima que fuese tan torpe, pobre!». Barty se hubiera reído de mí.

Respiré hondo una vez, y después otra, intentando controlar la descarga de adrenalina que me había colapsado el cuerpo. Me pellizqué el brazo con fuerza, porque era evidente que estaba sufriendo alucinaciones. No podía haber otra explicación.

Probablemente me había resfriado después de correr bajo la lluvia durante tanto tiempo. Tenía fiebre y, en realidad, seguía tumbado en la cama, sufriendo una experiencia extracorpórea cercana a la muerte. Eso explicaría por qué era él a quien veía, mi cuenta pendiente.

¡Oh, Dios, iba a quedarme atrapado entre el mundo de los vivos y los muertos por su culpa! Ese chico también iba a ser mi infierno particular en el más allá.

Parpadeé, recuperando la cordura, y fulminé con la mirada al mismísimo James Potter.

—¿Qué haces tú aquí?

Él también pareció salir de su ensimismamiento.

—La pregunta es qué demonios haces tú aquí.

—Es la casa de mi hermano y Remus me la ha prestado por unos días. ¿Y tú?

—No te importa.

—¿Perdona?

Cogió del suelo el candelabro y lo sopesó.

—¿Ibas a golpearme con esto?

—Da gracias de que haya fallado —dije.

—¿Es que había otra posibilidad?

Se estaba riendo de mí sin ningún reparo. Empezó a hervirme la sangre y pensé que aún podría tirarle alguna otra cosa, como la lámpara de mesa que tenía a mi izquierda. La tentación era muy grande. Hice un gesto hacia la puerta.

—Lárgate.

—No pienso ir a ninguna parte.

—¡Debes irte! He llegado primero y no tengo intención de estar bajo el mismo techo que tú.

Señaló la ventana.

—¿Has visto la que está cayendo?

Como si la tormenta quisiera darle la razón, la lluvia cobró más fuerza sobre nuestras cabezas y una secuencia de relámpagos iluminó todo el salón. Me fijé en que tenía la ropa empapada y que a sus pies se estaba formando un charco. El pelo se le había pegado a la frente y lo apartó con un gesto airado. Una pequeña parte de mí se ablandó al ver cómo tiritaba, pero me mantuve firme. No lo merecía.

—¿Y crees que eso me preocupa? Puedes dormir en tu coche. Habrás venido en uno, ¿no?

Me miró a través de sus oscuras pestañas. Sus ojos parecían una ventisca de hielo y tenía la mandíbula tensa. No dijo nada y se limitó a ir hasta la puerta. Sonreí, pensando que me había salido con la mía, pero lo que hizo fue coger del suelo un par de bolsas de viaje y dirigirse a la escalera. Di un paso atrás para evitar que me arrollara y me volví hacia él con la boca abierta.

—¡Esto es allanamiento, James! La casa ya está ocupada, ¡por mí!

Soltó una risotada cargada de sarcasmo.

James Potter y otros desastresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora