Recuerdos Dolorosos

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Con el paso del tiempo aprendí que la vida solo es una secuencia de momentos. Solo eso. Unos no significan nada. Otros son determinantes. La vida también es impredecible, y que nos hubiéramos encontrado en aquel lugar perdido lo demuestra. Una casualidad que acabó convertida en uno de esos instantes decisivos. Un giro inesperado que cerró una puerta y abrió otra.

Me quedé plantado mirando la nada, con el corazón latiendo muy deprisa en mi pecho mientras trataba de procesar lo que acababa de ocurrir. La verdad de aquel instante. Mis pensamientos iban del blanco al negro. Había imaginado aquella conversación de muchas formas, en diferentes escenarios, pero nada se parecía a la realidad.

Había construido cuatro años de mi vida alrededor de una idea que nunca existió. Un muro de resentimiento y decepción que alimenté día tras día durante mucho tiempo. Llamarlo malentendido me parecía demasiado trivial, porque parte de quien era ahora se debía a lo que sucedió esa mañana en la habitación de James. Sin embargo, se trataba de eso, de un cúmulo de circunstancias que habían acabado en desastre.

No había distancia ni perspectiva entre mi realidad y la de él. Estaban mezcladas sin que pudiera dilucidar dónde comenzaba una y terminaba la otra. Pero sí una fisura por la que empezaban a filtrarse sentimientos que había llevado a cuestas mucho tiempo y que cada día pesaban más.

No sabía cómo manejarlo.

No sabía cómo afrontarlo.

No sabía qué sentir.

El agua entraba en la casa arrastrada por el fuerte viento y corrí para cerrar la puerta. Me asomé a la ventana, preocupado por él. ¿Adónde demonios pensaba ir con aquella tormenta?

Las horas pasaron hasta que perdí la noción del tiempo y mi nerviosismo no hacía otra cosa que aumentar. La situación era ridícula. Había ido a aquella casa para encontrarme a mí mismo y me sentía más perdido que nunca.

Me ajusté el cardigan con un escalofrío y escuché el chisporroteo del fuego consumiéndose. Fui a la cocina a buscar más velas. Cuando regresé, James estaba en la puerta, empapado y tiritando. Observé las sombras que había bajo sus ojos, tan oscuras que eclipsaban el ámbar que solía iluminarlos. Me crucé de brazos, mientras el alivio que había sentido al verle de vuelta se convertía en enfado.

—¿Has perdido la cabeza? ¿Cómo se te ocurre salir con este tiempo? ¿Dónde demonios estabas? —solté sin aliento.

—Lo siento.

—¡Me tenías preocupado!

—Lo siento.

—Eso ya lo has dicho.

—Lo sie...

Casi sonreí. Casi.

El crujido de la madera del suelo me acompañó mientras me acercaba a él. Los malos recuerdos seguían en mi cabeza, nítidos y demasiado reales. La verdad no era suficiente para olvidarlos así como así. Inspiré hondo. No quería que me traicionaran las emociones que sentía bajo mi calma aparente.

—Ven, tienes que secarte o acabarás enfermándote de una pulmonía.

Tomé su mano y lo insté a seguirme hasta la chimenea. Se agachó frente al fuego mientras yo me movía para buscar unas toallas en el baño de arriba. Después me tomé la libertad de entrar en su habitación, también necesitaba ropa seca. Encontré un pantalón y una camisa sobre la cama.

Regresé abajo y él continuaba inmóvil frente al fuego. Me arrodillé a su lado, un poco incómodo por la ausencia de palabras y de cualquier reacción por su parte.

—Vale, vamos a quitarte esto —susurré al tiempo que deslizaba los dedos por el bajo de su camiseta y tiraba para sacársela por la cabeza.

Me miró y, por un momento, dudó. Después me dejó hacer. Le quité la prenda mojada y no pude evitar fijarme en su piel dorada por el sol. En la firmeza de cada centímetro de su torso desnudo. En lo bonitas que eran sus manos, en los dedos largos. Tocar su piel me supuso un placer cálido que luego me dejó un regusto de culpabilidad por ceder tan pronto.

James Potter y otros desastresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora