Un dia tranquilo

17 3 0
                                    

«Todo empezó con un joven que quería poner en orden su vida y descubrir su camino.» De haber sido una novela, mi aventura en aquel confín del mundo habría comenzado con esas palabras.

Cuando desperté, el sol entraba a través de las cortinas a medio echar y dibujaba pequeños círculos vibrantes en el techo. Su luz inundaba hasta el último rincón de la habitación. Una luz blanca y brillante que logró cegarme unos instantes. Entre rápidos pestañeos para aclarar la vista, miré la hora en la pantalla de mi teléfono móvil. Me sorprendí al comprobar que eran más de las nueve.

Salté de la cama sintiéndome descansado por primera vez en mucho tiempo. Intenté hacer memoria, pero no recordaba cuándo había dormido tanto y de un tirón por última vez.

Abrí una de las ventanas y el aire fresco penetró agitando las cortinas. Un arrendajo azul pasó volando a escasos centímetros de mi cara y di un respingo.

—¡Vaya! —susurré.

Ante mis ojos tuvo lugar una explosión de colores deslumbrantes. Un manto verde de hierba daba paso a una playa teñida de un rojo brillante y un mar azul que refulgía con miles de destellos. El cielo, de un añil mucho más claro, se extendía como una cúpula salpicada de nubes blancas y etéreas coronando un paisaje que me dejó sin palabras. ¡Precioso!

No podía esperar a verlo.

Me vestí con un pantalón corto azul y una camiseta gris. Una vez en el baño, me compuse el pelo. Contuve el aliento al mirarme en el espejo. Me preocupaba lo que podía encontrar en aquella isla, y no me refiero a la tierra, el aire o sus vecinos, sino a lo que podía descubrir en mi interior estando allí. Donde nada me empujaba a ser de una forma concreta y a alcanzar ese ideal.

Estaba listo para ser honesto conmigo mismo.

Para ser yo, solo yo.

O eso quise creer.

Todo mi entusiasmo se vio eclipsado por una despensa vacía y una cocina igual de despoblada. Abrí uno a uno todos los armarios y no encontré nada. Ni un triste sobre de sopa instantánea. En ese momento me habría comido cualquier cosa.

Reordené mi lista de prioridades, en la que salvarme de la inanición ocupó el primer puesto. Salí de la casa y el aire salado me golpeó la cara, arrastrando consigo el sonido estridente de un fuerte oleaje y algunos restos de espuma que se posaron en mis labios y mejillas.

Contemplé la vivienda. Era mucho más bonita que en las fotos. El tejado estaba revestido de tejas de cedro tan oscuras que parecían negras, en contraste con las de las paredes, más amarillentas, y la madera blanca que decoraba los aleros, las ventanas, las columnas y la baranda del porche.

Ahora entendía por qué Sirius se había enamorado de aquel rincón perdido, hasta el extremo de convertirlo en un regalo tan significativo para mi Remus. Era como si alguien lo hubiera sacado de un cuento para colocarlo allí, tan mágico y perfecto.

Mi estómago gruñó de nuevo.

Tras algunas vueltas y un par de giros equivocados, logré llegar al pueblo. Aparqué frente al bar de Xeno y troté hasta la puerta. Olía deliciosamente a café, beicon y a algo dulce con canela. A la luz del día, con el sol penetrando a través de las ventanas, el local no parecía tan anticuado y deprimente como la noche anterior, así que supuse que mi primera impresión se debió en gran parte al estado de ánimo con el que llegué.

Era un lugar limpio, bien iluminado, incluso podría decirse que bonito dentro del estilo de la isla, la verdad. La palabra que mejor lo describía era «auténtico».

Xeno salió de la cocina y me saludó con la mano nada más verme. Me acerqué a la barra, devolviéndole la sonrisa.

—¡Hola! Veo que has encontrado el camino.

James Potter y otros desastresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora