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Chiara llevaba más de una semana cuidando a Violeta y aún no había sucedido nada fuera de lo común. A veces pensaba que su padre había exagerado en cuanto al peligro que corría la pelirroja, pero esperaba que fuera así porque desde hace un par de días sentía una extraña sensación en el pecho; algo sucedería. 

Esa sensación creció cada vez más a medida que se acercaba el día de la recaudación de fondos de HódarTech, la empresa familiar.

Las donaciones serían destinadas al hospital de niños con cáncer para encontrar maneras de evitarles tanto dolor. No entendía por qué su padre le daba pruebas tan fuertes a esos pequeños  y a sus padres. 

Cuando escuchó a Violeta contarle su idea a Denna, no pudo estar más orgullosa de ella. Dios tenía razón cuando dijo que ella haría mucho bien en el mundo. Chiara sabía que aunque fuera también para limpiar su apellido de los malos actos de los Hódar, el gesto venía desde el fondo de su corazón. 

La admiraba muchísimo.

Dejando eso de lado, la pelinegra estaba preocupada. No sabía si evitar que Violeta fuera a la recaudación a toda costa o simplemente esperar que no pasara nada y vigilarla lo mejor posible. 

Esto era importante para Violeta y no quería que lo perdiera. Buscaba la aceptación de las personas y si no se presentaba en su propia gala, no se imaginaba las cosas que dirían y escribirían sobre ella. Optó por la segunda opción. La motrileña ya estaba arreglándose en su habitación mientras Chiara la esperaba sentada en el sillón del salón. Tenía que seguirla siempre, pero tampoco era una pervertida. El simple pensamiento de ver a Violeta en ropa interior la hizo sonrojarse.

—Perdóname, Dios, he pecado—, dijo en un susurro. Luego recordó que la podría escuchar y se puso más nerviosa. 

—¿Qué has hecho, angelito?— Escuchó la voz de su padre dentro de su cabeza. 

—YO? Nada, sólo quería saludar. Hola—. Una risa nerviosa salió de su boca. —Ya saludé, así que adiós, tengo cosas muy importantes que hacer y pensar. 

—Todo lo sé, pero digamos que te creo. Mantén tu mente en otra cosa, señorita. Recuerda que te amo. 

—También te amo—, soltó el aire, ya no había nada más que decir. Había sido descubierta por su propio padre.

Hace cientos de años, su padre la habría castigado fuertemente por tener esos pensamientos, pero luego de que varios de sus hermanos habían querido unir sus vidas con humanos, entendió que ya no tenía caso oponerse. 

Aunque esto siempre tenía sus consecuencias. Los humanos no podían vivir demasiado, así que lo más probable es que vieras morir a la persona que amabas. Pocas eran las excepciones. Algunos ángeles renunciaron a su inmortalidad para vivir en la tierra y otros esperaban la muerte para encontrarse con el amor de su vida en el cielo. Era trágico de igual forma. En algunos casos, los humanos terminaban con su hermano en el infierno y, obviamente, nunca salían de ahí, haciendo que Lucifer fuera más odiado por algunos. Chiara sabía que eso no era su culpa, pero no todos eran comprensivos como ella.

La pelinegra estaba cansada de esperar a que Violeta saliera, así que ella también aprovechó y se vistió para la ocasión a pesar de que no sería vista. Empezó a dar vueltas por el lugar que ya conocía de memoria para finalmente volver a la sala en el momento exacto en el que Violeta salía de su habitación. 

Chiara la miró de pies a cabeza sin creer lo que veía. Esa chica no podía ser humana. Se veía tan perfecta, más que siempre. El vestido verde pegado a su cuerpo acentuaba muy bien sus curvas, el cabello suelto y lacio le quedaba excelente, y ni hablar de su boca con ese tono rojo intenso. Parecía que todo iba en cámara lenta. Violeta tropezó, cortando el momento y dejando a Chiara soltar el aire que no sabía que estuvo conteniendo. 

My Guardian Angel | kiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora