Capítulo 4. ¿Qué quieres de mi?

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¿A su casa? ¿Qué narices iba a hacer ella en la casa de aquel hombre rico? Porque sabía que después de aparecer con ese coche. Ikal sería un hombre con mucho dinero y ella no quería parecer tan desesperada como para necesitar esa ayuda tan inmediata. Aunque si, la necesitaba. No quería tener que deberle un favor a ningún hombre.

Aquel hombre había se había insinuado en el bar, había intentado ligar con ella y ahora la estaba llevando a un sitio privado de donde ella, quizá no pudiera escapar.

— ¿Qué quieres de mí? –Preguntó en lo que pareció un susurro.

Ikal no dijo nada, giró a la derecha y metió el coche en un aparcamiento subterráneo. Ella se aferró al cinturón ante la brutalidad del giro del hombre y lo miró de forma desaprobadora.

Está loco, debió de pensar.

— ¡Nada, joder! No quiero nada de una humana insignificante como tú... –Gritó él.

Ella se asustó y abrió la puerta del coche rápidamente para salir pero él fue más rápido y tiro de su brazo aguantando ese chispazo que parecía volverse cada vez más familiar en cuanto la tocaba.

¿Una humana? Pues él se creía tan poderoso que ni siquiera tenía la decencia de tratarla como a una igual. Pues no era un simple hombre adinerado... qué narices pensaba ese hombre. ¿Que ella era una cualquiera?

—Yo, jamás obligaría a una mujer a hacer algo que no quiere, jamás ya obligaría a quedarte si no quieres... ¿A caso piensas que podría llegar a ser de esa clase de hombre? -Aquellas palabras tan suaves tenían un cierto tono de rencor que ella pudo notar.

—¿Quieres que te diga que clase de hombre pareces? —Él asintió. —Me pareces la clase de hombre que agobia a una mujer que quiere irse solo porque desea tenerla en su cama, eres la clase de hombre que se piensa que por tener poder sobre algunas personas puede tener poder sobre todo el mundo, eres la clase de hombre que repugno. La clase de hombre que no se merece nada de lo que tiene. Eres egoísta, insaciable, exigente, intratable y estupido. Eres la clase de hombre que es capaz de ver a través del alma de la gente, la clase de hombre que se aprovechará de cada ocasión que tenga, y también la clase de hombre que se juega su vida para salvar la de una mujer perdida.

Y le había calado hasta los huesos, Ikal era eso, todo eso y mucho más. Era un hombre sin escrúpulos, un hombre sin sentimientos, un hombre que al fin y al cabo, ni siquiera era un hombre.
Ikal era un maldito ángel y eso tenía que servir para algo. Si, él podía ver a través del alma entre otras cosas, tenía habilidades que otros ni siquiera podrían soñar y había dejado de usarlas hacía tantos años que ni se acordada del poder que podía ejercer sobre los humanos.

— ¿Tienes hambre?—Preguntó el chico bajando del coche.

Ella se quedó boquiabierta, no sabía que contestarle, acababa de insultarle en su cara y a él parecía darle igual. Parecía que no había escuchado nada de las venenosas palabras que ella le había dicho.

Abrió la puerta del copiloto incitándola a bajar, cosa que ella hizo sin rechistar. Aun le daba vueltas la cabeza por todo lo que había pasado y sin embargo se sentía atraída a él de una forma que no podía explicar.

Bajó la falda de su vestido mientras le seguía rápidamente, esos tacones que había decidido ponerse aquella noche no la ayudaban en nada y al final, decidió ser ella y se los quitó. Ando descalza hasta el ascensor del sótano detrás de los pasos de aquel hombre, el silencio se hizo en todo el lugar, hasta que el sonido de llegada del ascensor hizo que sus miradas se cruzaran, tan diferentes una de la otra.

Unos ojos azules y electrizantes, gélidos frente a unos de color ámbar y cálidos, ardientes.

Él deseaba poseerla, quería hacerlo por encima de todo, pero pese a ello, también sabía comportarse cómo debía. Ella era como un puzzle, un puzzle roto que Ikal quería montar pieza a pieza.

Polvo de ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora