2. ESCRITO EN LA PIEL

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Los grandes ventanales del tren hipersónico apenas han reverberado al alcanzar la velocidad máxima, e Hipocondría se muestra, a través de ellos,  inmóvil y eterna, solapada con el horizonte.

Pero para Allan todo esto es invisible. Solo ve un recuerdo pálido en la cristalera, la chica del consultorio. No sabe su nombre, al igual que los nombres de tantas mujeres que nunca llegaron a salir del callejón oscuro de la ignorancia. Con esta es diferente, quiere llamarla de alguna manera que la diferencie del resto. ¡Quiere saber su nombre!

Salía en media hora, ¿por qué no la ha esperado? Ahora anhela volver a verla... ¡Aún puede bajarse en la próxima estación! Pero, ¿sería una sorpresa agradable o desagradable para ella? Seguramente pensaría que es un acosador. ¿Qué se puede esperar más allá de la relación sexual habitual? Si quieres algo más es que no eres normal. La asustaría.

«¡El TIC, Allan, esos pensamientos son provocados por tu trastorno! Disfruta de su sexo y olvídala».

Un estruendo ensordecedor le obliga a volver en sí. Los miradores son ahora cristal pulverizado que dibuja con filigrana de sangre garabatos en la piel de los viajeros.

Los gritos rivalizan en intensidad con el estruendo del tren, ahora destripado. El caos se ha adueñado del convoy.

Aparece una mujer con un rostro que parece no haber parpadeado nunca. Su mirada está en otro territorio, el de la locura.

—¡No sabéis la verdad! —grita agarrando a un hombre por las solapas— ¡No os conocéis!

El asco a veces se impone a la locura cuando ella se acerca demasiado a los rostros de algunos viajeros. Uno de ellos es Allan, que se aparta con repulsión deseando, en lo más interno de su ser, que esa dolencia que afecta a la mujer no sea contagiosa.

Una niña llora desconsolada.

—¡No, pequeña! —la voz histriónica de la loca acrecienta el desasosiego de la niña. A pesar de que la mujer ha recogido del suelo la muñeca que cayó al suelo con la explosión.

Pero, un extraño gesto vuelve a arrebatar el juguete de manos de la pequeña. Arranca un ojo y un brazo de la muñeca antes de devolvérsela. El llanto de la niña se detiene un instante, ahogado por la sin razón del gesto.

—Niña, acostúmbrate. Así es mejor.

—¡Bruja loca! —grita la que parece ser la madre o hermana de la niña, y que por fin reacciona apartándola de la influencia de esa extraña mujer alterada.

Se empiezan a oír voces de autoridad en el vagón contiguo. Entonces la mujer desaparece en dirección contraria, como alma que lleva el diablo.

El ruido de las botas y el metal de las armas preceden a una patrulla «desesquizo».

—Permanezcan en sus sitios —ordena uno de ellos—, en seguida reduciremos a la terrorista. ¿Han podido ver si portaba alguna otra arma?

—No —Allan mira el brazo de la muñeca tirado en el suelo—, pero parecía capaz de cualquier cosa.

—Lo es —interviene el otro agente— la bomba ha matado a dos personas en el primer vagón. Afortunadamente el tren se ha mantenido en su sitio.

Un murmullo creciente mezcla entre los pasajeros el horror de lo sucedido con el agradecimiento de seguir existiendo.

***

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