11. MUNDO HUNDIDO

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Cuatro semanas después de emprender el viaje, las cosas se han precipitado. Uno de los contrabandistas ha desaparecido y la moral se esta deslizando por la pendiente de cada duna que sobrepasan hacia la desesperación.

El desierto parece no tener fin y los rumores, aflorados por las dudas, empiezan a tornarse clamor por el regreso a la ciudad. Dalil de momento contiene la inquietud del grupo, pero es cuestión de tiempo que haya una rebelión si no encuentran pronto un territorio que acabe con la desecadora lengua desértica por la que transitan.

El contrabandista desaparecido no ha ido muy lejos. Rayan lo ha encontrado, tres ciclos después, ahogado en la orilla cenagosa del torrente. No saben si el desdichado buscaba calmar su sed desesperada, pues el agua ha empezado a racionarla Dalil, o si quería pescar una de las siluetas sibilinas que se deslizan por la turbia corriente para huir del sabor omnipresente de las liebres.

Este suceso ha dado más argumentos a Dalil para que todos mantengan una distancia prudencial con las aguas turbulentas. Sin embargo, Lara está fascinada con el lecho acuoso.

—No deberías estar aquí —Dalil no la mira, sus ojos están tan distraídos como el de ella en la corriente. Ningún  sonido ha alertado a Lara sobre la presencia del contrabandista hasta que éste se ha puesto a su par.

—Conozco el peligro.

—Todos los muertos conocen el peligro, pero no son capaces ya de alertar a nadie.

—Espero que no sufriese.

—Su semblante era sereno. Fue rápido.

Lara tienta la arena húmeda con el pie, y nota una débil succión.

—Si, rápido —murmura—. No quiero que la muerte se convierta en una solución rápida a este infierno ralentizado. Estamos agotados, Dalil. Los hombres quieren volver.

—Lo sé.

—¿Sabes también a dónde vamos?

El contrabandista sigue absorto en los remolinos. Calla.

—O volvemos, ahora que aún tenemos provisiones para hacerlo, o...

—Sé por qué vienes tanto aquí Lara. La misma idea lleva atormentando mis sueños desde hace ciclos. Pero, no navegaremos por este río turbulento. No solo su corriente es peligrosa, iríamos tan rápido y recorreríamos tanta distancia, que si lo que acabamos encontrando no es la solución a nuestra escasez de recursos, el regreso puede ser imposible. Es un callejón sin salida.

—Entonces, ¿regresamos?

Dalil vuelve a callar. Quizá su resolución se ha perdido en el rápido discurrir de la corriente de agua.

—¿Cómo construiríamos una embarcación? —dice por fin. La idea sigue anclada en su mente y se resiste a desaparecer. Lara se alegra por ello.

—Podemos adaptar los trineos.

—¿Y las liebres? Se asustarán.

—Habrá que matarlas. Tarde o temprano, es su sino.

—No, nos quedaríamos sin comida en seguida. La carne se pudriría muy rápido con este calor.

Lara rasga una de sus telas, procurando que sea de una parte excedentaria y no quede nada de su piel al aire:

—Entonces haremos que su realidad sea otra. Les vendaremos los ojos, que piensen que todo está bien... ¡Al estilo hipocondrita!

Dalil calla definitivamente, Lara nunca llegará a ver como en ese momento humedece sus labios con la lengua antes de apretarlos, es su forma subconsciente de exteriorizar que ha tomado una decisión.

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