15. LA ESPERADA

17 6 23
                                    

—¿Qué eran? —pregunta Allan, mirando más allá del aquelarre ígneo que las llamas de la hoguera se empeñan en reproducir también en su imaginación.

—Dingos —explica Dalil, y echa más leña a la lumbre—, perros salvajes.

—A pesar de todo —Lara no ha tenido tiempo de enjugarse las lágrimas por la pérdida de Lubita, las telas y el calor de la fogata las han secado prematuramente—, a pesar de devorar animales inocentes, son hermosos.

—Hacen lo mismo que nosotros —contesta Dalil—. Sobrevivir.

—Si, son hermosos —continúa Allan—. Pero, ¿nadie se da cuenta de que la naturaleza ha superado todo? ¿de que las liebres, los monos, los dingos... todos están libres de las cicatrices de la radiación? Y el ser humano no. ¿Por qué?

La única contestación que el hipocondrita recibe es el chisporroteo de las llamas al encontrar la nueva madera con la que Dalil las alimenta.

—¡Yo os diré la razón! —clama finalmente Allan— , porque estamos en un círculo vicioso, porque durante siglos nos hemos comido unos a otros, podridos por la radiación.

—Chico, vas a tener que superarlo —le replica Dalil—. Estás aquí gracias a ese reciclaje cárnico.
Pero eso va a cambiar, aquí podremos aprovechar toda esta naturaleza inmortal.

—¿Qué sabes realmente, Dalil, sobre este mundo? —pregunta Lara— ¿A dónde vamos?

El jefe contrabandista saca de su cincho el arma arrojadiza de madera que le diese aquel viajero desconocido hace ya muchos ciclos:

—Hay civilización, esto lo demuestra. Aquel desgraciado que viajó para morir en el confín hablaba nuestra lengua y otras desconocidas...

—Pero, si tienen aquí todo lo necesario —puntualiza Allan—, ¿por qué quisieron ir al desierto? ¿Por qué se atrevieron a cruzarlo? Quizá ese desgraciado huía de algo.

—Quizá. Pero tú también, Allan, pensabas tenerlo todo y sin embargo lo dejaste sin saber a cambio de qué. La diferencia es que tu vida era ficticia y todo este territorio es algo auténtico, real. Y sea lo que sea lo que nos espera, gracias al río iremos más rápidos a partir de ahora, si aprovechamos de nuevo el trineo como balsa. Pronto sabremos a qué nos enfrentamos.

***

Después de unos ciclos siguiéndoles por la rivera, los dingos han desistido de perseguirles. Dalil siempre ha establecido el campamento, cuando han tenido que descansar en tierra, en la orilla contraria, convirtiendo el río en una frontera demasiado peligrosa para el «rey dorado» y su corte hambrienta.

De vez en cuando, un par de ojos gelatinosos surgen desde la profundidad para observarles y recordarles que otros depredadores se ocultan en el agua. Ninguno de los tres saben lo que es un cocodrilo, pero evitan meterse en el río sin la balsa porque algo les dice que esos ojos solo son la parte amable de algo terriblemente traicionero.

Todo pasa muy lentamente. El curso del rio es perezoso y sinuoso.

Está anocheciendo y hay que acampar en la orilla inhabitada de dingos. En la última parada todo se va a precipitar.

Lara y Allan obedecen a Dalil, que les ha pedido encontrar leña para mantener vivo el fuego que está encendiendo.

Durante la búsqueda, llega un momento en el que ya no necesitan abrirse camino con el machete. Están en otra senda.

CIUDAD SIN MUERTE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora