Allan se ha asegurado de que no haya nadie cerca antes de asomarse por la apertura de la necro-bolsa. Sin embargo, se ha confundido. No está solo.
Hay una mujer a su lado, tan desnuda como él. Pero más silenciosa, porque está muerta.
Una hilera infinita de camillas cromadas recorre la sala. Solo la suya y la contigua tienen ocupante.
Ha funcionado el ardid de simular su muerte. Y, al contrario de lo que pensaba, haber destruido su médical-base ha deteriorado su salud hasta la muerte solo a ojos de los desesquizo. Él realmente se siente libre de esa monitorización. Y muy vivo.
Ahora piensa en su libertad total, en salir de ese edificio de pesadilla. Mira a la mujer muerta y las camillas vacías. Demasiadas para que la muerte sea una visitante fortuita del centro desesquizo,
Empieza a sospechar que el hipocondrita que ingresa ya no vuelve a salir. Lara se lo había advertido y sus palabras vuelven recurrentemente: «Si vuelves, búscame, quiero conocer al primer regresado».
Si, él quiere buscarla. Ansía saber que está viva. Que aquel grito fue una ilusión estúpida.
Unas voces le sacan de sus pensamientos. Los pasos se dirigen irremediablemente hacia allí, así que vuelve a su crisálida mortuoria.
—Los dos paquetes para dentro de quince minutos —dice una de las voces—. Urge que salgan del centro a su hora.
No tarda en comprobar que a los «paquetes» no se les trata con delicadeza. Embolsan a la mujer muerta y la apilan encima de él. Mover una sola camilla es más que suficiente para dos paquetes.
La curiosidad empieza a desplazar al miedo dentro de la necro-bolsa. ¿Qué pasa después de la muerte? Comprende que nadie en Hipocondría se preocupa por ella, a no ser que tengas un TIC, como le sucede a él. Ahora lo descubrirá, va a ser tratado como un cadáver más. Intenta controlar su respiración, cada vez más agitada, para que no le descubran.
No puede determinar durante cuánto tiempo ha sido golpeado, ahogando más de un grito lastimero; o zarandeado, conteniendo el vomito.
Siente como el transporte decelera hasta parar. Cierta ingravidez se apodera de él cuando los robots del muelle lo descargan con más delicadeza de la mostrada por los desesquizo.
El movimiento cesa. Escucha atento. Un ruido hidráulico se oye repetitivamente. Abre ligeramente el cierre de su necro-bolsa. Ve cómo en una plataforma paralela una fila de «paquetes» se desliza por una cinta transportadora hasta que un gran brazo mecánico los abre y extirpa los cuerpos que portan sin miramiento. Las extremidades y las cabezas cuelgan, algunas quebrándose entre las pinzas metálicas del robot. Éste, con sus quiebros hidráulicos, gira ciento ochenta grados y libera su macabra carga en un contenedor.
El ingenio mecánico atrapa a la mujer muerta con la que ha viajado desde el centro desesquizo. Sus pinzas, caprichosamente han atrapado su cabeza y, como si hubiesen activado un resorte neurólogico, abren sus párpados para desvelar una mirada inhabitada.
Paralizado, Allan no es consciente de que el siguiente «paquete» en ser procesado es el suyo.
Se ha quedado atrapado por el imán de esos ojos sin vida. Finalmente, los despojos de la mujer acaban desapareciendo en el contenedor, como todos los que la precedieron.
El golpe sordo de la carne rodando por las entrañas del contenedor hace reaccionar a Allan.
«¡Aún no es mi turno!»
Se deshace de la necro-bolsa y salta de la cinta transportadora sin llegar a calcular la altura. El contacto brusco de sus pies descalzos con el frío del suelo hace que éste impacte hasta el tuétano de sus tobillos. Es un frío doloroso.
Entonces una alarma vitorea su hazaña, mientras las pinzas robóticas reclaman al vacío el cuerpo que no encuentra.
Allan corre, lo hace como nunca, sin saber a dónde. Decide seguir los conductos que salen del contenedor. A través de su superficie se adivinan extremidades arrastradas a lo desconocido. Es la única oportunidad que se le ocurre aprovechar.
Cuando está llegando al final del recinto, ve una puerta de salida, pero está bloqueada. La pantalla reclama el código de acceso de un medical-base autorizado.
—¡Alto! —la voz sale a su espalda. Se vuelve hacia un desesquizo que porta una electro-barra—. ¡No se mueva y muéstreme su médical-base para identificarle!
Allan muestra su antebrazo. Pero éste no se para dócilmente para ser examinado, sino que coge velocidad y hace una trayectoria ascendente hasta impactar en el rostro del desesquizo. La electro-barra cae al suelo.
El miedo se hace tan incontrolable que se torna violencia. Allan entiende enseguida que uno de los dos tiene que morir para dar continuidad a la vida del otro.
Muerde al desesquizo en el rostro y el cuello. Tiene que escupir un trozo del hombre, para seguir mordiendo. Como un animal rabioso. Nunca ha peleado. No se plantea como tiene que ser, solo quiere vivir a toda costa.
La muerte a dentelladas es demasiado lenta, así que decide estrangularlo. Su pánico le hace inmune a los braceos y arañazos desesperados del desesquizo, que se ahoga entre gorjeos lastimosos.
Allan tiene que desviar la mirada para no ver como esos ojos desesperados se deshabitan poco a poco. Aprieta con más fuerza.
Por fin un violento estertor le anuncia que todo ha pasado. Ahora empieza a ser consciente del sabor dulzón que invade su boca.
Debe actuar rápido, aparecerán más desesquizos.
Intenta arrastrar el cuerpo aún caliente del desesquizo hasta la puerta. Pero cuando llega a ella el cadáver es demasiado pesado para alzarlo hasta la pantalla. Recupera la electro barra y comienza a golpear el antebrazo donde están injertados los chips de la base. Escucha cómo se quiebran los huesos, pero la carne no se abre, solo se amorata. Tiene que morder de nuevo.
Corre hasta la puerta con el despojo y acerca la medical-base liberada al ordenador de control. Una ligera descompresión y la puerta se abre.
"¡Libre!"
La noche estrellada se cierne sobre Hipocondría. Las calles están desiertas. Tira la llave de su libertad y comienza a alejarse del edificio de cuyos horrores él ya forma parte.
Oye el familiar zumbido de la barrera, que empieza a compensar todo lo que acaba de hacer porque le recuerda el motivo: ser libre y encontrar a Lara.
Aspira hondamente para buscar alivio en el ambiente nocturno de los arrabales de la ciudad.
Y echa un último vistazo al edificio del que acaba de escapar.
No puede contener un grito, un aullido desgarrador como el que profirió Lara al otro lado de la barrera.
Un gran panel electrónico remata la construcción donde se tratan los cadáveres: "Industrias Cárnicas de Hipocondría"
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CIUDAD SIN MUERTE
Science Fiction⚠️Historia incluida en la lista de lectura de WattpadCienciaFiccionES como distopia⚠️ ¿Es posible vivir de espaldas a la muerte? ¿Prefieres hacer un bonito cadáver sin saber cuándo te va a llegar la hora o aceptar la realidad de que envejeces? Si...