8. RAZA

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Lo que ve en el espejo podría ser el reflejo de cualquier contrabandista. Detrás, Lara ha intentado hacerle cambiar de opinión. Pero él está decidido. O eso cree.

—Te agradezco que me hayas cuidado.

Lara permanece en silencio, esperando que Allan cumpla su deseo de quitarse las telas que lo envuelven.

—¿Tan horrible es que no quieres que me las quite?

—No más que el resto. —se miran a través del reflejo, eso parece hacerlo todo más fácil— Tú mismo harías lo mismo si me hubieses visto.

—¿Te repugno?

Lara comprueba entonces que a los dos les están asaltando las mismas dudas, los mismos temores. Tiene la certeza de que, si la viese como es, él ya no querría ningún tipo de diversión con ella.

—No —contesta Lara por fin—. Te he visto estos días antes de que te cubriesen. No me repugnas. Lo que me da miedo es que seas consciente al verte de que yo soy así también. Las telas facilitan...

—¡Ja! ¿Como lo hacía esa mierda que me han sacado de la sangre? Estoy harto de engaños.

—Aquí ya no hay engaños, Allan. Es una cuestión de intimidad. Cosa que en Hipocondría no teníamos. Pero, adelante, si es lo que quieres.

En un arrebato violento, Allan se desprende de las telas que le cubren la cabeza.

—¡No! —aparta la mirada, no soporta verse.

Lara lo contempla, ya está más acostumbrada a verle a él que a sí misma. Apoya su mano entelada en el hombro de él. Nota la aflicción en su respiración agitada.

—¡No digas nada! —grita Allan injustamente— ¿Serías ahora capaz de divertirte conmigo? No, no digas nada. Si antes no querías, ahora...

Ella sabe que es mejor no decir nada. Ninguna palabra de consuelo podría sonar veraz en ese momento.

—Tengo la piel quemada, como el carbón —solloza Allan— seguro que me estoy muriendo.

—No te mueres —dice ella por fin—, ni te estás quemando.

—¿Cómo lo sabes?

—Ese es el color de tu piel.

—¡Qué locura! ¡Maldita radiactividad! ¡Malditos antiguos!

—No es una mutación por la radiactividad Allan, es tu raza.

—¿Raza?

—Dalil me ha explicado que esa nano-tecno que nos han sacado del cuerpo no solo nos hacía vernos siempre sanos y jóvenes. También nos han ocultado las razas que dividían a los Antiguos. Nos hemos visto siempre como una única raza de piel pálida, pero la realidad es que hay muchas y... la tuya es negra.

—¡Negro! ¿Era una raza defectuosa?

—¿Por qué dices eso? No lo creo.

—Pues yo sí lo creo ¿Por qué si no iban a ocultarlo? ¿Por qué teníamos que aparentar ser pálidos?

Lara se encoge de hombros. Empieza a estar cansada.

—No me gusta ser negro. No me gustan las pústulas, no me gusta...

—¡Joder Allan! ¿Te crees que a mí me gusta tener un solo ojo? ¡También tengo pústulas como tú! ¡Mira!

Lara se quita las telas del rostro. Su piel pálida está salpicada igualmente de surcos azulados y pústulas. Pero su único ojo, enmarcado por una cabellera pajiza y deslustrada,  brilla con una humanidad tan desbordante que Allan, que nunca ha visto nada igual, cree ver algo bello y real por primera vez en su vida.

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