A pesar de estar totalmente recuperado, no hay muchos sitios donde ir. Lo más interesante es un almacén donde los contrabandistas guardan medicinas de los antiguos, el resto es una especie de arrabal campamento que, como una rémora con la piel de su tiburón, se mantiene adherido al muro energético de Hipocondría para aprovecharse de sus parásitos.
Allan pasa horas en el almacén. Es una caverna excavada debajo del hospital, seguramente ideada como refugio nuclear. Pasea entre muros de cajas apiladas con rótulos de palabras con prefijos y sufijos de lenguas muertas. Extraños vocablos que, como hechizos sanadores, nombran a los diferentes fármacos que contienen las cajas.
La temperatura es agradable, inferior a la que abrasa la superficie. Allan no puede dejar de pensar en el desierto y la propuesta de Dalil.
—¿Vas a venir con nosotros? —no ha oído llegar a Lara, los cartonajes infinitos de los pasillos amortiguan cualquier eco.
—¿Nosotros? —mira a su único ojo con sorpresa— ¿Es que tú vas a ir?
Ella asiente con la cabeza. Y eso cambia las cosas para Allan. Sin Lara no tiene sentido permanecer en ese campamento que hace siglos llamaban Sidney,
—Es peligroso —advierte él.
—Lo sé. Pero es un riesgo mínimo si conseguimos saber de qué formamos parte.
—Quizá el conocimiento sea cada vez más doloroso —Allan vuelve a tener en mente los secretos de Hipocondría.
—¿Vienes? —insiste ella.
Pero Allan vuelve a rehuir contestar a una pregunta en la encrucijada. Son incógnitas a las que no quiere enfrentarse, aunque sabe que lo que decida ella es lo que finalmente sucederá.
—¿Por qué no usan estas medicinas con los hipocondritas? —Allan se aleja de una encrucijada para acabar en otra.
—Control de población.
—¿Sabes lo de...?
—Si. Dalil me lo ha contado. Era cuestión de tiempo que tú hicieses lo mismo, así que se ha adelantado. Es horrible. Y todo esto explica también que los contrabandistas sean más longevos, ellos disponen de todos estos fármacos, sin restricción.
—¡Pues ayudemos a nuestros conciudadanos! ¡Liberemos toda esta medicina sanadora!
—Dalil lo impediría. No hay para todos. Dice que los hipocondritas son felices así, sin saber. Hay que mantener el status quo.
—¡Pues se van a enterar! ¡Voy a volver a Hipocondría y los despertaré..!
—¿Para hacerles partícipes de la pesadilla? No, Allan —ella se acerca para cogerle de los brazos, por si sus palabras no son suficientes para frenarlo. Él nota su tacto a pesar de las telas, suficiente para apaciguarle momentáneamente— Por eso quiero explorar las tierras de las que habla Dalil, para buscar esos recursos que puedan cambiar las cosas. No quiero que los hipocondritas sepan la verdad sin darles una alternativa.
En ese momento, Allan ve en Lara a una mujer que se diferencia de todas con las que se ha divertido dentro de la barrera, por su épica. Y comienza a sentirse como un viejo soldado que desea seguir a su capitanía hasta el fin de sus días. Traspasar la barrera le dio el horror, pero empieza a entender que lo hizo por ella. No entendía por qué siguió a esa chica extraña, y ahora sabe que si no lo hubiese hecho se habría perdido para siempre la cálida sensación que siente al estar cerca de ella. Solo por eso está convencido de que el sufrimiento ha merecido la pena.
Toma sus manos y se enfrenta a su hermosa mirada maltrecha.
—Lara, yo...
—¡No! Allan —ella se libera y baja el rostro avergonzada—. Cuando estaba en Hipocondría deseaba secretamente que algún ciclo alguien me alagase diciéndome que era una chica diferente a las demás. ¡Que estupidez, en un mundo donde todos se ven bellos! Ahora que me veo diferente esas palabras sonarían falsas, porque igualmente es una estupidez pretender alagar a un monstruo.
—No eres un monstruo. No lo somos.
Las telas que cubren las mejillas de Lara se están humedeciendo.
—Pase lo que pase —solloza ella—, no permitas que nadie me quite las telas.
—Te lo prometo.
Allan hace intención de abrazarla, pero se queda en un torpe amago cuando Lara toma distancia, asustada por el contacto.
Allan no sabe si pedirle perdón. Sin embargo, cuando se sobrepone del rechazo, por fin afronta la encrucijada con una determinación:
—Iré contigo.
Lara vuelve a levantar el rostro. A pesar de las telas que tapan sus labios, su ojo parece sonreír.
—«Iré contigo» —repite ella—, ese es el alago más bonito que jamás me han hecho.
Allan sonríe bajo las telas.
—Bueno, eso es lo que he hecho desde que te conocí ¿no? Seguirte a donde fuese.
Esta vez las telas no son capaces de amortiguar el sonido de las risas de ambos.
***
El calor deshidrata su mente. Le cuesta pensar y un ligero sueño le aborda de vez en cuando. Pero se resiste a volver al almacén, tiene que acostumbrarse al calor. En el desierto va a ser peor.
—S... s... s... so...soy Rayan —la figura que eclipsa el sol, resulta ser un contrabandista más menudo que el resto, cuando Allan se incorpora de su sopor—. M.. mm.. me manda Dalil a buscar... car... carte. Para que nos ayu... ayudes con los preparativos.
Allan asiente, el calor también ha deshidratado sus ganas de hablar. Y sigue al chico obedientemente.
Llegan a un descampado inundado de contrabandistas ajetreados. Están preparando fardos, poniendo a punto lo que parecen armas, y alimentando a unos conejos enormes atados por arneses a unos trineos.
—Esos conejos son enormes —menciona Allan distraídamente.
—S... s... so... son liebres. Las usamos para tirar de los tri... tri...neos. Con sus saltos y las almohadillas natu... tu... turales que llevan en la planta de sus patas son ideales para moverse por la arena del de... de... desierto. Y cuando sus trineos ya no hacen falta porque hemos consumido su carga, ellas nos sirven además de al.. al... ali... mento.
—Son inquietantes sus ojos rojos —iba a continuar diciendo que no las ve muy apetitosas, pero se da cuenta de que él ha comido cosas peores.
—No sé. Te acabas ac.. ac.. acostum...braaando.
Sin embargo, Allan no acaba de acostumbrarse a algo que le tiene intrigado y que no se ha atrevido a preguntar. Por fin la curiosidad acaba por destruir su prudencia:
—Rayan, ¿Por qué hablas así?
El chico suspira incómodo antes de contestar.
—S... s...siempre he hablado así. Yo soy un hip... hip...hipo... condrita como tú.
—¿Cuántos más hay como nosotros? ¿Cuántos que sepan la verdad?
Rayan niega con la cabeza:
—S... s... so... solo tú y yo. Y la chica que vino con... ti... contigo. Yo tras...traspasé la barrera de Hipocondría porque la nano-tecno transforma to... to... todos los estímulos, excepto los auditivos. Mi forma de hab... hab... hablar no se puede ocultar de ninguna manera. Era un bi.. bich... bicho raro. Nadie quería estar con...con... conmigo.
—¡Si se viesen ellos!
—La... la... laaas telas lo pueden tapar todo, menos mi tar... tar... tartamudez.
—«Tartamudez» —repite Allan absorto—, cuantas palabras nuevas en un mundo tan pobre.
Pero Rayan, ya no está escuchándolo, asegura los arneses de algunas de las liebres. Unas se acicalan el ocio con sus patas delanteras de manera nerviosa. Otras peinan sus largas orejas. Y, las menos, se ponen sobre las patas traseras y olisquean la brisa cálida que arrastra el arenal rojizo desde el desierto.
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CIUDAD SIN MUERTE
Science Fiction⚠️Historia incluida en la lista de lectura de WattpadCienciaFiccionES como distopia⚠️ ¿Es posible vivir de espaldas a la muerte? ¿Prefieres hacer un bonito cadáver sin saber cuándo te va a llegar la hora o aceptar la realidad de que envejeces? Si...