capitulo 14 Traición Definitiva

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EL AUTOBÚS FRENÓ BRUSCAMENTE bajo la fría luz de las lámparas de mercurio, junto a las desiertas cocheras. El conductor se apeo con gestos de fatiga, y aguardo pacientemente a que bajaran los escasos viajeros. Apareció primero un hombre que estiró las piernas, bostezo y se encaminó hacia las cocheras; luego Lincoln, con los ojos hinchados y enrojecidos, y un feo morado en la mejilla izquierda. Anduvo algunos pasos, mirando ansiosamente a su alrededor por si veía alguna cara conocida. Al no ver a nadie,se dirigió directamente a las cocheras, entro y registro con la mirada el cavernoso interior de la sala de espera. Todas las taquillas estaban cerradas, y los fluorescentes del techo bañaban el recinto con una luz azulada y fría.
De súbito,la expresión angustiada de Lincoln se conviertio en otra de alivio y júbilo radiante. Por detrás de una columna acababa de aparecer su abuelo Albert, quien ahora se acercaba a el. Sonrió levemente mientras tendía los brazos, en los que Lincoln se arrojó impulsivamente.

 Sonrió levemente mientras tendía los brazos, en los que Lincoln se arrojó impulsivamente

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¡Oh, abuelo, abuelo!-lloro, inundado de alegría. Por primera vez en muchos le pareció estar seguro y protegido. Estaba con la única persona del mundo en quien creía, en quien podía confiar para franquearle su corazón y contarle sus miserias, hasta vacíar de su alma el último tiro de sus penas.

Albert deshizo suavemente el abrazo y retrocedió para contemplar a su nieto. Hizo una mueca cuando se fijó en la contusión. No le hizo falta pregunta que había ocurrido; demasiado bien lo sabía.

-¡Le odio, ese maldito! -murmuro Albert apretando los dientes.

¡Ah! ¡Que contento estoy de hallarme aquí -exclamo Lincoln, abrazándole de nuevo.
Se separaron y volvieron a contemplarse, sonrientes.

-Hay que ver lo que ha crecido, señorito -bromeo Albert, estudiando le con administración. Apenas podía creer que su nieto, el que recordaba como un diablillo gordinflón y travieso (le parecía ayer mismo), hubiera crecidos hasta hacerse todo un hombre, salvó algún resto de gordura infantil. Rodeándole la cintura con el brazo,lo condujo al interior de la sala de espera. El se apretó contra el, sintiendose tan libre y seguro que no le afectó la atmósfera deprimente de aquel lugar. Estaba con su abuelo y eso era lo importante. Habría sido lo mismo en cualquier parte. El cuidaría de el; estaba protegido y ni su padre,ni el tribunal de menores,ni la policía podrían hacerle nada. Podía olvidarlos a todos como se olvida un desecho arrojado a la basura. Entraron en un local contiguo a la sala de espera y reservado a las consumiciones; a lo largo de las paredes se alineaban las máquinas automáticas de venta, juego y cambio de moneda. El lugar estaba desierto,a excepción de un marino que enchaba una partida en un billar eléctrico.

-¿Tienes hambre?-pregunto Albert con un gesto hacia la hilera de máquinas expendedoras de bocadillos, paquetes de galletas, helados,bebidas refrescantes y sopas enlatadas. Lincoln meneó la cabeza; estaba demasiado emocionado para pensar en comer. Ya tendrían tiempo de hacerlo cuando llegasen a casa. Se preguntó cómo sería la nueva de su abuelo. Ya se figuraba que no sería como su vieja casa. Tenía miles de preguntas que hacerle, de proyectos que consultar con el.
Se movieron entre las filas de mesas cromadas,con sus tableros de plástico, hasta elegir la situada en el rincón más escondido, junto a una voluminosa máquina expendedora de bocadillos que ostentaba un letrero torcido que decía «por favor no se folle a la mesera» torpemente pintado a mano. Ocuparon asientos opuestos y pusieron los codos sobre la mesa. Lincoln estaba lleno de emoción, que no reparo en la disimulada inquietud de su abuelo.

viviendo un infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora