capitulo 13 huyendo de nuevo

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DE ALGÚN MODO, Lincoln y sus padres consiguieron pasar lo que restaba del fin de semana. Tal vez fue porque el padre de Lincoln no se dejó ver mucho por casa. El lunes por la mañana pareció reinar una atmósfera de calma. El estaba trabajando, por lo que de momento no había el peligro de verle aparecer poniendo el grito en el cielo por cualquier motivo.
La señora Loud, vestida con una bata vieja, estaba sentada en la mesa de la cocina fumandose un cigarrillo y sorbiendo una taza de café. Lincoln la acompañaba. Distraídamente, la señora Loud le ofreció un cigarrillo que el, no menos ausente, acepto.

En el Reformatorio teníamos una maestra bastante simpática, ¿Sabes? -Empezo Lincoln, tratando de iniciar una conversación intrascendente-. Y una una chica que se llama...
-por favor; no hablemos de ese lugar durante los dos días que nos quedan-interrumpio la señora Loud con impaciencia, aplastado la colilla en el cenicero.

El rostro de Lincoln se ensombreció.

Mama-comenzo, pero se interrumpió al ver algo raro en la expresión de su madre. Esta miraba una mancha que había en la mesa, con gestos de incertidumbre, como si no supiera como empezar. Por último, y sin atreverse a mirar a Lincoln de frente, dijo:

-Ha sido todo muy diferente aquí, Lincoln. El procuraba ser un poco más amable...

¿Quieres decir mientras yo no estaba? -lanzo Lincoln con amargura, dando una larga chupada a su cigarrillo, el primero, el primero y probablemente no el último-. Entonces, ¿Por que no me dejan ir con el abuelo por que me mandaron al Reformatorio?

Ignorando la objeción, y tratando de sacarle las palabras que el deseaba escuchar, la madre de Lincoln se decidió por fin a mirar a su hijo:

-¿No era lo mejor para ti?

Lincoln apenas daba crédito a sus oídos. ¡Realmente, no lo entendían! ¡No tenían la menor idea de lo horrible que era! ¿Como podría hacérselo entender? Vaciló un momento, al no saber que podía decir para persuadir a su madre. Con un hondo suspiro, adelanto el pecho y la miró cara a cara.

No, mamá -dijo lento y deliberadamente-. No ha sido lo mejor para mí. No ha podido ser peor.

La señora Loud no le escuchaba sino a medias; como su marido, solo entendía lo que le interesaba entender.

Pensé que...

Se interrumpió. Lincoln, viendo que de aquel modo no iban a ninguna parte, apartó la silla y se puso en pie.

Me voy a casa de Clyde! - murmuró, y sin más despedida dejó a su madre y salió.

La señora Loud se quedó mirándolo un momento y luego bajo la mirada hacia su taza de café. Con movimientos mecánicos, encendió otro cigarrillo. «Tal vez podría irme a mi habitación y tomar un trago -penso-. Un poquito nada más; lo justo para templar los nervios.» No es que no quisieran a Lincoln, se dijo. No es que no desearan tenerlo en casa. Pero aquel niño no se hacía cargo de las cosas. Lo que necesitaba era un poco de disciplina; por eso, aquél Reformatorio era la solución ideal. Lo había dicho su esposo y, al fin y al cabo, ¿Quién iba a saberlo mejor que el? Había hablado con el juez, y ciertamente un juez no iba a mentirle.

Con un suspiro de autocompasión, la señora Loud empujó tristemente la silla y se levantó. Consultó el reloj de la cocina. Aún le daba tiempo a tomar aquel trago, pensó, y luego perfumarse el aliento antes de que su esposo volviera del trabajo.

CUANDO LINCOLN REGRESO A CASA era ya de noche. Cruzó despacio el césped y se acercó a los escalones del porche, prestando atención al canto de los grillos. Subió y alargó la mano hacia la puerta, para luego quedarse inmóvil. Aunque no hacía frío, se sintió súbitamente helado. Sus padres se estaban peleando otra vez. Entreabrió la puerta y escucho.

viviendo un infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora