Capítulo 17| Tu Nombre

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                        Advertencia:
En este capítulo se hace mención de drogas y violencia.

Desconocido

La cabeza me daba vueltas, quizás por la ansiedad que me causaba haberme pasado tanto tiempo sin probar nada.

Era jodidamente desesperante.

Sumándole a mis desgracias salí de casa porque mi molesto hermano me pidió un raro favor que aún no entendía a donde me dirigía, solo tenía que salir de ese lugar.

Revolví mi cabello, más bien jalándolo de necesidad. Odiaba cuanto necesitaba probarlo.

Aunque me gustaba más pensar en que lo que en verdad necesitaba era desaparecer de mi monótona e insignificante existencia.

Solo que lo hacía diferente a otras personas y no de la mejor manera.

Pero, ¿que más da estar colado todo el tiempo? A mí la vida ya me dijo adiós hace tiempo.

—Maldita sea— mascullé pasando entre las personas retorciéndome los dedos.

De seguro traía un aspecto deprimente, pero no importaba. Ya nada lo hacía.

Quizás mi único consuelo era lo que más me importaba.

Ella.

Joder, la amaba demasiado.

Y porque la amo no la podía hundir en mi vacío.

No podría.

Quisiera cambiar por ella, juro que quisiera. Pero simplemente no puedo. La droga me tiene atado de pies y manos, no puedo escapar ni siquiera con su ayuda.

Apresuré mis pasos para llegar al mismo lugar de siempre.

Mismo edificio, misma oscuridad, mismo olor, mismas personas... misma droga.

Me escabullí entre los cuerpos sudorosos que se interponían entre mi camino, este lugar era deprimente.

Pero no por eso lo dejaba de frecuentar, supongo que lo aceptaba con todos sus defectos.

Dirigí mi cuerpo hasta la mesa rodeada de dos hombres. Ya estaba cansado de verles las caras.

—Lo de siempre— dije con obstinación.

Pero por supuesto que no podía cerrar el pico, el muy imbécil.

—Ohh, pensaba que no vendrías más— su voz de ogro inundó mis tímpanos.

—Vine ayer— casi giro los ojos, suplicando paciencia— Lo de siempre.

Repetí, inhalando aire con frecuencia.

—Que lástima que estés tan jodido— hizo un puchero repasándome con los ojos.

—Casi tanto como tú— intenté mantener la calma— Lo de siempre, ¿acaso quieres que hable con tu jefe? Si se entera de todo esto lo mínimo que puede hacer es echarte a los perros.

Se echó a reír preparando mi paquete.

—No estás en condiciones de amenasarme, el jefe no te quiere ver ni en pintura. No importa que seas su familia... o lo que sea.

Solté una risa irónica.

Familia dice.

—Dame eso y cierra la boca, me aturdes.

Me pasó la bolsita, se la arrebaté de la mano y deposité el dinero bruscamente frente a sus narices para simplemente dirigirme hacia la mesa individual de siempre.

Yo PuedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora