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El cuero largo y fino del látigo serpenteó furiosamente contra la espalda del hombre, ya entrecruzada de marcas húmedas. La víctima gritaba a todo pulmón a cada golpe y retorcía frenéticamente las manos, atadas a un poste por cordones de cuero trenzado.

John Bassett miró a Camila, quien hizo una seca señal afirmativa. No tenía afecto a los castigos. Menos aún, respeto por los gritos  del prisionero. John Bassett cortó las ataduras y el hombre cayó sobre la hierba.

Nadie hizo ademán de auxiliarlo.

Camila miró hacia el castillo, al otro lado de un valle estrecho. Había tardado dos semanas en encontrar a Walter Demari. El astuto hombrecillo parecía más interesado en jugar al gato y al ratón que en conseguir lo que deseaba. Desde hacía una semana, Camila estaba acampado ante las murallas, elaborando el ataque. Desde los muros había lanzado sus desafíos contra los guardias apostados ante el portón, pero nadie le prestaba atención.

Empero, aun mientras ella vociferaba, cuatro de sus hombres excavaban silenciosamente bajo las antiguas murallas. Pero los cimientos eran anchos y profundos. Tardarían mucho tiempo en penetrar y Camila temía que Demari se cansara de esperar su rendición; en ese caso podía matar a Clara.

Como si no tuviera suficientes problemas, uno de sus hombres, esa bestia gimoteante acurrucada a sus pies, había decidido que, puesto que era caballero de Cabello, bien podía considerarse un poco Dios. Por lo tanto, Humphrey Bohun había


Lo desconcertó la ira de Camila , enterado por el padre de la muchacha que aquel hombre había violado a una niña de 14 años

—No me importa lo que hagas con él, pero asegúrate de que yo no lo vea durante un buen rato — Camila tomó los gruesos guantes de cuero, que le pendían del cinturón. — Envíame a Odo.

—¿A Odo? — La cara de John tomó una expresión dura—. ¿No estará mi señora pensando otra vez en viajar a Escocia?

—Es preciso. Ya lo hemos discutido, John. No cuento con hombres suficientes para declarar un ataque a fondo contra el castillo. ¡Míralo! Parece que fuera a derrumbarse ante una buena ráfaga de viento, pero juro que los normandos sabían construir fortalezas. Creo que está hecho de roca fundida. Para entrar antes de fin de año necesito la ayuda de Stephen.

—¿Cuánto hace que no vas a Escocia? Yo tengo alguna idea de dónde encontrar a mi hermano. Mañana por la mañana iré en su busca con cuatro hombres.

—Necesitaréis más protección de la que pueden daros sólo cuatro hombres.

—Cuantos menos seamos, más rápido viajaremos — dijo Camila—. No puedo dividir a mis hombres. He dejado ya la mitad con Lauren. Si me voy llevando a la mitad del resto, tú quedarás demasiado desprotegido. Sólo cabe confiar en que Demari no note mi ausencia.

John reconoció que  Camila tenía razón, pero no le gustaba que su ama partiera sin una buena custodia. De cualquier modo, sabía muy bien que de nada servía discutir con aquella  mujer tozuda. El hombre tendido a sus pies emitió un gruñido, llamando la atención.

Y marchó a grandes zancadas hacia sus hombres, que estaban construyendo una catapulta. John, sin pensarlo, pasó un fuerte brazo bajo los hombros del caballero y lo levantó.

—¡Y todo por culpa de esa pequeña buscona! — Siseó el hombre, espumeando por las comisuras de la boca.

—¡Cállate! — Ordenó John—. No tenías derecho a tratar a esa niña como a una pagana. Yo te habría hecho ahorcar.

Llevó al hombre ensangrentado hasta el borde del campamento, medio a rastras. Allí le propinó un empellón que dio con él en el suelo, medio despatarrado.

Humphrey Bohun se quitó la hierba de la boca y siguió con la vista a John, que se alejaba.

—Volveré, oh, sí. Y la próxima vez seré yo quien sostenga el látigo.

Los cuatro hombres se encaminaron hacia los caballos en completo silencio. Camila no había informado a nadie, salvo a John Bassett, de su viaje para ir en busca de Stephen.

Los tres hombres que la acompañaban habían combatido a su lado en Escocia y conocían esas tierras escarpadas y silvestres. Viajarían sin pompa y llevando muy poco peso, sin heraldo que llevara ante ellos el estandarte de los Cabello. Todos vestían de pardo y verde, en un intento de pasar tan inadvertidos como fuera posible.

Subieron en silencio a las monturas y se alejaron del campamento dormido, marchando al paso. Apenas se habían alejado quince kilómetros cuando los rodeó un grupo de veinticinco hombres, con los colores de Demari. Camila desenvainó la espada y se inclinó hacia Odo.

—Atacaré para abrir paso. Tú escapa y busca a Stephen.

—¡Pero os matarán, mi señora!

Los hombres de Demari rodearon lentamente al pequeño grupo. Camila miró a su alrededor, buscando el punto más débil. La miraban con suficiencia, sabiendo que la batalla ya estaba ganada. Entonces Camila reconoció a Humphrey Bohun, El violador sonrió de placer al ver arrinconado a su antigua ama.

De inmediato Camila supo cuál había sido su error, mencionar su viaje a Escocia delante de aquella bazofia. Hizo una señal afirmativa a Odo, desenvainó con ambas manos su larga y ancha espada de acero y se lanzó a la carga. Los hombres de Demari quedaron desconcertados: tenían órdenes de tomar prisionera a  Camila y habían supuesto que, al verse superada en número por más de seis a uno, se rendiría con docilidad.

Ese momento de titubeo costó la vida a Humphrey Bohun y permitió que Odo escapara. Camila se arrojó contra el traidor, que murió antes de haber podido siquiera desenvainar. Otro y otro más cayeron bajo el acero de Camila, que lanzaba brillantes destellos bajo los rayos del amanecer. El caballo de Odo, bien adiestrado, saltó sobre los cadáveres y los animales relinchantes, para galopar hacia la protección de los bosques.

Su jinete no tuvo tiempo de ver si alguien lo seguía. Mantuvo la cabeza gacha y se ciñó a la silueta del caballo.

Camila había elegido bien a sus hombres. Los dos que la acompañaban hicieron que sus caballos retrocedieran, arracimándose; a los animales se les había enseñado a obedecer las órdenes dadas con movimientos de rodillas. Los tres combatieron con valor. Cuando uno de ellos cayó, Camila sintió que caía una parte de ella misma. Eran sus hombres; los unía una relación estrecha.

—¡Parad! — Ordenó una voz por encima del choque de los aceros y los gritos de angustia.

Los hombres se retiraron rápidamente. Al despejarse sus ojos comenzaron a apreciar los daños. Quince de los atacantes, por lo menos, estaban muertos o heridos, incapaces de sostenerse en las monturas.
Los caballos, todavía reunidos en el medio, se mantenían grupa contra grupa en forma de rueda. A la izquierda de Camila, su compañero tenía un profundo tajo en el brazo.

Cabello, jadeante por el esfuerzo, estaba cubierta de sangre, pero muy poca de ella era suya. Los restantes hombres de Demari contemplaron a aquellos combatientes en silencioso tributo.

—¡Apresadlos! — Ordenó el que parecía jefe—. Pero cuidad de que Cabello no sufra daño alguno. Se la  necesita con vida.

Camila volvió a levantar la espada, pero de
pronto sintió un chasquido y sus manos quedaron inmovilizadas. Un fino látigo le sujetaba los brazos a los costados.

—Atadla.

Aún en el momento en que la desmontaban a tirones, su pie golpeó a uno de los atacantes en el cuello.

—¿Le tenéis miedo? — Acusó el jefe—. De todos modos, moriréis si no seguís mis órdenes. Atadla a ese árbol.
Quiero que vea cómo tratamos a los cautivos.

Promesse audacieuse . ( Camila G!P!) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora