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Alice estaba sentada en un banquillo, delante del espejo, en una gran habitación del último piso del palacio. A su alrededor había colores intensos en abundancia: satén purpúreo o verde, tafetanes escarlatas, brocados naranjas.

Cada tela, cada prenda, habían sido elegidas como instrumento para llamar la atención sobre su persona. En la boda de Lauren Jauregui había visto los vestidos de la novia; sabía que el gusto de la heredera se inclinaba hacia los colores sencillos y a las telas de buena calidad, Alice, por el contrario, planeaba distraer la atención de Camila con ropas llamativas.

Lucía unas enaguas de color rosado claro, con las mangas bardadas con trenzas negras que describían remolinos. Su vestido de terciopelo carmesí tenía profundas aberturas en el borde; en la falda habían sido aplicadas enormes flores silvestres de todos los colores conocidos. Su orgullo era la pequeña capa que le cubría los hombros, de brocado italiano con llamativos animales entretejidos en la trama; cada uno tenía el tamaño de una mano masculina; los había purpúreos, anaranjados y negros. Estaba segura de que nadie podría hacerle sombra durante ese día.

Y era muy importante llamar la atención porque iba a ver otra vez a Camil. Sonrió a su imagen del espejo. Sin duda necesitaba del amor de Camila tras el horrible período que había pasado con Edmund. Ahora que era viuda podía recordar a Edmund casi con cariño. Claro, que el pobre hombre había actuado así sólo por celos.

—¡Mira esa diadema! — Ordenó súbitamente Alice a Ela, su doncella—. ¿Te parece que esta piedra azul hace juego con mis ojos? ¿No es demasiado clara? — Se quitó el aro dorado de la cabeza con un ademán furioso—. ¡Maldito sea ese orfebre! Por lo torpe de su obra, se diría que trabaja con los pies.

—El orfebre es el mismo que trabaja para el rey, el mejor de toda Inglaterra. Y la diadema es la más bella que ese hombre haya creado nunca — la tranquilizó—, La piedra es demasiado clara, por supuesto. No hay piedra que pueda igualar el color intenso de vuestros ojos, señora. Alice se estudió en el espejo y comenzó a tranquilizarse.

—¿De veras piensas eso?

—De veras — respondió Ela con sinceridad—. No hay mujer que pueda igualar vuestra belleza.

—¿Ni siquiera esa zorra de la Jauregui? — Acusó Alice, negándose a nombrar a Lauren por su apellido de casada.

—Con toda seguridad. Señora... ¿no estaréis planeando algo... que se oponga a las enseñanzas de la Iglesia?

—Lo que yo haga con ella no puede estar contra las enseñanzas de la Iglesia. Camila era mía antes de que ella la tomara. ¡Y volverá a ser mía! Ela sabía por experiencia que era imposible razonar con Alice una vez que se le metía una idea en la cabeza.

—¿Recordaréis que estáis de duelo por vuestro esposo, así como ella lo está por su padre?

—Supongo que las dos sentimos lo mismo por nuestros muertos. Me han dicho que su padre era aún más despreciable que mi difunto y bien amado esposo.

—No habléis así de los muertos, señora.

—Y tú no me regañes si no quieres servir a otra.

Era una amenaza familiar, a la que Ela ya no prestaba atención. El peor castigo que Alice podía imaginar era el de privar a una persona de su compañía. La joven se levantó para alisarse la falda. Los colores y las texturas centelleaban y competían entre sí.

—¿Crees que ella reparará en mí? — Preguntó sofocada.

—¿Quién no?

—Si — reconoció Alice—. ¿Quién no?

Promesse audacieuse . ( Camila G!P!) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora