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¡No puedo permitir esto! — Dijo Ela con la columna vertebral muy rígida, de pie junto a Alice en una pequeña alcoba del castillo.

—¿Desde cuándo autorizas o desautorizas lo que yo deseo? — Le espetó la muchacha—. Mi vida es cosa mía. A ti sólo te corresponde ayudar a vestirme.

—No es correcto que os arrojéis a los brazos de esa mujer . No pasa un día sin que alguien os pida en matrimonio. ¿No podéis conformaros con cualquiera de vuestros pretendientes? — Alice se volvió hacia la doncella.

—¿Para que ella se quede con Camila? Antes moriría.

—¿En verdad la queréis para vos? — Insistió Ela.

—¿Qué importa eso? — Alice se acomodó el velo y la diadema—. Es mía y seguirá siendo mía.

Cuando salió del cuarto, la escalera estaba a oscuras.

Alice no había tardado en descubrir que en la Corte del rey Enrique era fácil averiguar lo que deseara saber. Había muchos dispuestos a hacer cuanto ella mandara, sólo por dinero. Sus espías le habían indicado que Camila estaba abajo, en compañía de su hermano, lejos de su esposa.

Ella no ignoraba hasta qué punto podía obnubilarse una persona  con la bebida y planeaba aprovechar la oportunidad para sus pro píos fines. Con la mente aturdida por el alcohol, Camila no podría resistirse.

Al llegar al salón grande, soltó una maldición, ni Camila ni su hermano estaban a la vista.

—¿Dónde está Camila? — Preguntó ásperamente a una criada que bostezaba.

El suelo estaba sembrado de sirvientes que dormían en jergones de paja.

—Salió. Es todo cuanto sé. — Alice la sujetó por un brazo.

—¿Adónde fue?

—No tengo idea.

Alice sacó una moneda de oro del bolsillo y observó el resplandor en los ojos de la muchacha.

—¿De qué serías capaz por una como esta?

— La muchacha despertó por completo.
—De cualquier cosa.

—Bien — Alice sonrió—. Entonces escúchame con atención.

Lauren despertó de un sueño profundo al oír un leve rasguño en su puerta. Estiró el brazo antes de abrir los ojos, sólo para encontrarse con que el lado de Camila estaba desierto. Se levantó, con las cejas fruncidas, y entonces recordó que ella había comentado algo de una despedida a Stephen.

Los rasguños continuaban. Joan, que solía dormir cerca de su ama cuando Camila se ausentaba, no estaba allí. Contra su voluntad, Lauren arrojó los cobertores a un lado y deslizó los brazos en las mangas de su bata, de terciopelo verde esmeralda.

—¿Qué pasa? — Preguntó al abrir, viendo ante sí a una criada.

—No sé, señora — dijo la muchacha con una mueca burlona—. Se me ha dicho que se os necesitaba y que teníais que acudir inmediatamente.

—¿Quién lo ha dicho? ¿Mi esposa?

La criada se encogió de hombros por toda respuesta.

Lauren frunció el ceño. En la Corte pululaban los mensajes anónimos; todos ellos parecían llevar a lugares donde ella no tenía interés en estar. Pero quizá su madre la necesitaba. Era probable que Camila, demasiada borracha para subir la escalera, requiriera su ayuda. Sonrió al pensar en la azotaina verbal que le propinaría.

Siguió a la muchacha por las oscuras escaleras de piedra hasta la planta inferior. Parecía más oscura que de costumbre, pues algunas de las antorchas adosadas a la pared no estaban encendidas. Abiertos en aquellos muros, que medían más de tres metros y medio de espesor, había feos cuartitos que los huéspedes más nobles no frecuentaban. La criada se detuvo ante uno de aquellos cuartos, próximos a la empinada escalera circular.

Promesse audacieuse . ( Camila G!P!) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora