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La casa solariega de los Chartworth era una mansión de ladrillo, de dos plantas, con ventanas de piedra tallada y cristales importados. 

A cada extremo de su estructura, larga y estrecha, había una ventana salediza cubierta de vidrieras.
Atrás se extendía un encantador patio amurallado. Ante la casa había un bello prado de casi una hectárea, con el coto de caza del conde algo más allá.

De ese bosque privado estaban saliendo tres personas, que caminaban por el prado hacia la casa. Jocelin Laing, con el laúd colgado del hombro, llevaba de la cintura a dos fregonas, Gladys y Blanche. Sus ojos oscuros y ardientes se habían nublado aún más tras la tarde pasada satisfaciendo a las dos codiciosas mujeres. Pero a él no le parecían codiciosas. Para Jocelin, todas las mujeres eran joyas que había que disfrutar cada una según su brillo especial. No conocía los celos ni la posesividad.

Por desgracia, no era ese el caso de las dos mujeres. En ese momento, a ambas les disgustaba abandonarlo.

—¿Para ella te han traído aquí? — Preguntó Gladys.

Jocelin giró la cabeza para mirarla hasta hacerla apartar la vista, ruborizada. Blanche fue más difícil de intimidar.

—Es muy extraño que Lord Edmund te permitiera venir, porque tiene a Lady Alice como si fuera prisionera. Ni siquiera le permite salir a caballo, como no sea con él.
—Y a Lord Edmund no le gusta sacudir su delicado trasero a lomos de un caballo — gorjeó Gladys.

Jocelin parecía desconcertado.

—Pensé que tratándose de una alianza por amor, puesto que es una mujer pobre casada con un conde...

—¡Por amor! ¡Bah! — Rió Blanche—. Esa mujer sólo se ama a sí misma. Pensó que Lord Edmund era un patán al que podría usar a voluntad, pero él dista mucho de serlo. Nosotras, que vivimos aquí desde hace años, lo sabemos muy bien, ¿verdad, Gladys?

—Oh, sí — concordó su compañera—. Ella creyó que manejaría el castillo. Conozco a ese tipo de señoras. Pero Lord Edmund preferiría incendiar todo esto antes que darle rienda libre.

Jocelin frunció el ceño.

—¿Por qué se casó con ella, en ese caso? Tenía mujeres para elegir. Lady Alice no tenía tierras que aportar a la alianza.

—Pero es hermosa — respondió Blanche, encogiéndose de hombros—. A él le gustan las mujeres hermosas.

—Este hombre empieza a caerme simpático. Estoy plenamente de acuerdo con él.
Y dedicó a las dos muchachas una mirada lasciva que les hizo bajar los ojos, con las mejillas enrojecidas.

—Pero no es como tú, Jocelin — continuó Blanche.

—No, por cierto. — Gladys deslizó una mano por el muslo del joven. Su compañera le echó una fuerte mirada de reprimenda.

—A Lord Edmund sólo le gusta su belleza. Nada le importa de la mujer en sí.

—Y lo mismo ocurre con la pobre Constance — agregó Gladys.

—¿Constance? — Repitió Jocelin—. No la conozco.

Blanche se echó a reír.

—Míralo, Gladys. Está con dos mujeres, pero le preocupa no conocer a una tercera.

—¿O tal vez le preocupa que exista una mujer a la que no conozca?
Jocelin se llevó la mano a la frente, fingiendo desesperación.

—¡He sido descubierto! ¡Estoy perdido!

—Sí que lo estás. — Blanche, riendo, empezó a besarle el cuello. — Dime, tesoro: ¿eres alguna vez fiel a una mujer?

—Soy fiel a todas las mujeres... por un tiempo. — Así llegaron a la casa solariega, riendo.

Promesse audacieuse . ( Camila G!P!) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora