13

246 29 0
                                    

Lauren guardó silencio un instante.

—En ese caso, ¿debo elegir entre mi esposa y mi madre? ¿Debo elegir si ceder o no a las codiciosas exigencias de un hombre al que apenas conozco?

—No. Tú no elegirás.-Ella levantó bruscamente la cabeza.-Tal vez riñamos con frecuencia dentro de nuestras propias fincas, hasta dentro de las alcobas, y quizá yo ceda muchas veces ante ti. Puedes cambiar los cebos para halcones y yo me enfadaré contigo, pero ahora no has de entrometerte. No me interesa que hayas estado prometida a él antes de nuestro casamiento; ni siquiera me interesa que hayas podido pasar la infancia en su lecho. Ahora se trata de guerra y no discutiré contigo.

—Trataré de rescatarla sana y salva, pero no sé si podré.

Camila no cedió.

—No puedo permitirlo. Ahora tengo que reunir a mis hombres. Partiremos mañana a primera hora.

Y abandonó la habitación.

Lauren pasó largo rato ante la ventana de su alcoba. Su doncella entró para desvestirla y le puso una bata de terciopelo verde, forrada de visón. Lauren apenas notó su presencia, La madre que la había amparado y protegido toda su vida estaba amenazada por un hombre que Lauren apenas conocía. Recordaba vagamente a Walter Demari: un joven simpático, que había conversado con ella sobre las reglas del torneo. Pero tenía muy claro en la memoria que, según Camila, ella había provocado a ese hombre.

Camila, Camila, siempre Camila. Todos los caminos conducían a su esposa. Ella exigía y ordenaba lo que se debía hacer, sin darle alternativa. Su madre sería sacrificada a su feroz posesividad. Pero ¿qué habría hecho ella, de contar con la posibilidad de elegir?
De pronto, sus ojos chisporrotearon en oro. ¿Qué derecho tenía ese hombrecillo odioso a intervenir en su vida, a fingirse Dios haciendo que otros se sometieran a sus deseos? “¡Luchar!” Gritaba su mente. La madre le había enseñado a ser orgullosa.

¿Acaso a Clara le habría gustado que su única hija se presentara mansamente ante el rey, cediendo a la voluntad de un payaso presumido sólo porque ese hombre así lo decidía?

¡No, nada de eso! A Clara no le habría gustado semejante cosa. Lauren giró hacia la puerta; no estaba segura de lo que iba a hacer, pero una idea le daba coraje, encendida por su indignación.

—Conque los espías de Demari han informado de que no dormimos juntas, de que nuestro matrimonio podría ser anulado — murmuró mientras caminaba por el pasillo desierto.

Sus convicciones se mantuvieron firmes hasta que abrió la puerta del cuarto que ocupaba Camila. La vio ante la ventana, pérdida en sus pensamientos, con una pierna apoyada en el antepecho. Una cosa era hacer nobles baladronadas de orgullo; otra muy distinta enfrentarse a esa mujer que, noche tras noche, hallaba motivos para evitar el lecho .

La bella y gélida cara de Alice Valence flotaba ante ella. Lauren se mordió la lengua, para que el dolor alejara las lágrimas. Había tomado una decisión y ahora debía respetarla; al día siguiente, su esposa marcharía a la guerra. Sus pies descalzos no hicieron ruido sobre los juncos del suelo. Se detuvo a un par de metros de ella.

Camila sintió su presencia, más que verla. Se volvió lentamente, conteniendo el aliento. El pelo de Lauren parecía más oscuro a la luz de las velas; el verde del terciopelo hacía centellear la riqueza de su color, y el visón oscuro destacaba el tono de su piel. Camila no pudo decir nada. Su proximidad, el silencio del cuarto, la luz de las velas eran aún más que sus sueños.

Lauren la miró fijamente; luego desató con lentitud el cinturón de su bata y la dejó deslizar, lánguida, hasta caer al suelo.
La mirada de Camila la recorrió entera, como si no lograra aprehender del todo su belleza. Sólo al mirarla a los ojos notó que estaba preocupada. ¿O era miedo lo que había en su expresión? ¿Miedo de que ella... la rechazara? La posibilidad le pareció tan absurda que estuvo a punto de soltar una carcajada.

Apenas había terminado de murmurar el nombre cuando se encontró en sus brazos, rumbo a la cama. Los labios de su Camila ya estaban clavados a los de ella.

Lauren no tenía miedo sólo de la morena, sino también de sí misma, y Camila lo sintió en el beso. Había esperado largo rato verla acudir. Llevaba semanas lejos de ella, con la esperanza de que Lauren aprendiera a tenerle confianza. Sin embargo, ahora la abrazaba sin sensación de triunfo.

Ese interés por ella hizo que Lauren tuviera ganas de llorar. ¿Cómo explicarle su dolor? Cuando Camila la llevó a la cama, dejando que la luz de las velas bailaran sobre su cuerpo, olvidó todo, salvo su proximidad. Se desembarazó velozmente de su ropa y se tendió a su lado. Quería saborear el contacto de su piel, centímetro a centímetro, lentamente. Cuando la tortura le fue insoportable, la apretó contra sí.

Lauren levantó la cara para un beso.
Llevaban demasiado tiempo separadas como para proceder con lentitud. La mutua necesidad era urgente. Lauren aferró un puñado de carne y músculo de la espalda de Camila, que ahogó una exclamación y rió con voz ronca. Ante un segundo manotazo, le sujetó ambas manos por encima de la cabeza.

Ella pugnó por liberarse, pero no pudo . Ante la penetración lanzó un grito ahogado y levantó las caderas para salirle al encuentro. Hicieron el amor con prisa, casi con rudeza, antes de lograr la liberación buscada. Después, Camila se derrumbó sobre ella, aún unidos los cuerpos.

Minuto a minuto, su mente se fue perdiendo en las sensaciones del cuerpo, No sabía qué deseaba, pero no estaba satisfecha con su postura. No supo de la consternación de Camila cuando la empujó hacia un costado, sin separarse. Un momento después la  morena estaba de espaldas y ella, a horcajadas.

Lauren cayó sobre Camila, y ella la sostuvo contra su cuerpo. La cabellera envolvió a las dos, empapadas en sudor, como en un capullo de seda. Ninguna de las dos mencionó lo que les pasaba por la mente, por la mañana Camila se marcharía para dar batalla.

Promesse audacieuse . ( Camila G!P!) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora