Capítulo 10. Un sinfín de recuerdos me vienen a la mente

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Durante los siguientes días, Gia dio muchas vueltas a las palabras tanto de Dumbledore como de sus amigos y de Sirius, quien había vuelto a llamarla para confirmar que no había vuelto a intentar espiar a Draco.

- Me estoy comportando, Sir. De hecho, estaba planeando las pruebas de quidditch y mirando los deberes, pero no se hacen solos - Sirius rió al otro lado de la línea -. También te digo que en medio de un bosque no es el sitio mas adecuado.

- No, la verdad es que no - corroboró -. Te entiendo, pajarito. Se que os iba muy bien y que tú estabas muy feliz, y habías llegado a confiar en él, y con lo desconfiada que eres, es decir mucho - continuó -. Pero es un cerdo canalla que no se merece nada de ti, mucho menos que intentes ayudarlo.

- Lo sé, Sir... lo sé.

Por suerte para ella, no tenía demasiado tiempo para pensar en Draco gracias a las montañas de deberes y a la cantidad de cosas de estudiar que tenía. Casi había llegado a pensar que las hora de clases con Dumbledore era mas por distraerla que por enseñarle cosas, pues hasta a Hermione le costaban a entender las instrucciones de la profesora McGonagall, aunque gracias a que les mandaban realizar magia no verbal en Encantamientos y Defensa, Gia no tardó si no en dominarla, aprender a usarla con algo de fluidez. Por suerte, en los invernaderos encontraban cierto desahogo; en las clases de Herbología trabajaban con plantas cada vez más peligrosas, pero al menos todavía les permitían decir palabrotas si la Tentácula venenosa los agarraba por sorpresa desde atrás.

Una de las consecuencias del gran volumen de trabajo y las frenéticas horas de prácticas de hechizos no verbales era que, hasta ese momento, Gia, Ron y Hermione no habían tenido tiempo de ir a visitar a Hagrid, quien ya no comía en la mesa de los profesores, lo cual era muy mala señal; curiosamente, en las pocas ocasiones en que se habían cruzado por los pasillos o el jardín, él no los había visto ni oído sus saludos.

- Debemos ir y explicárselo - propuso Hermione el sábado siguiente, a la hora del desayuno, mientras miraba la enorme silla que, una vez más, Hagrid había dejado vacía en la mesa de los profesores.

- ¡Esta mañana se celebran las pruebas de selección de quidditch! - objetó Ron -. ¡Y tenemos que practicar ese encantamiento aguamenti para el profesor Flitwick! Además, ¿qué quieres explicarle? ¿Cómo vamos a decirle que odiábamos su absurda asignatura?

- Eres un bruto, Ronald - le regañó Gia.

- ¡No la odiábamos! - gritó Hermione.

- Eso lo dirás tú; yo todavía me acuerdo de los escregutos - dijo Ron sin entrar en detalles -. Y créeme, nos hemos salvado por los pelos. Tú no le oíste hablar del idiota de su hermano; si nos hubiéramos matriculado en Cuidado de Criaturas Mágicas, ahora estaríamos enseñando a Grawp a atarse los cordones de los zapatos.

- Es insoportable no poder hablar con Hagrid - resopló Hermione con cara de disgusto.

- Y yo estoy de acuerdo, iremos después del quidditch - le aseguró Gia -. Pero es posible que las pruebas duren toda la mañana, se ha apuntado mucha gente - comentó, nerviosa ante la perspectiva de su primera actuación como capitana -. Ahora resulta a que a todo el mundo le flipa el equipo, no entiendo nada.

- ¿No lo dices en serio, verdad? - dijo Hermione -. ¡A esos les importa una mierda el equipo, Gi, lo que quieren es hacer cola para que les des cinco minutos de tu atención! Ya fascinabas, pero ahora mucho mas, nunca habías estado tan atractiva - Ron se atragantó con un trozo de arenque ahumado y Hermione le lanzó una mirada de desdén -. Ahora todo el mundo sabe que decías la verdad, ¿no? La comunidad mágica ha tenido que admitir que estabas en lo cierto cuando asegurabas que Voldemort había regresado, y que es verdad que luchaste contra él dos veces en los dos últimos años y que en ambas ocasiones lograste escapar de sus garras y encima le engañaste. Ahora te llaman «la Elegida». Vamos, mujer, ¿todavía no entiendes por qué la gente está fascinada contigo?

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