Capítulo 10

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—No tiene gracia —respondió Crish, sus ojos oscuros clavados en Mario, dejando claro que no aceptaba ninguna excusa.

Melizsa, aún paralizada por la incomodidad y la sorpresa, se levantó de la cama rápidamente. La intensidad de la situación la sofocaba, y necesitaba escapar de las miradas que la taladraban.

—Voy al baño... —murmuró, apenas encontrando su voz, mientras apresuraba sus pasos hacia la puerta.

Mientras caminaba hacia el pasillo, podía sentir las miradas pesadas a su espalda, pero no se atrevió a girarse. Al cruzar la puerta, el sonido de su respiración acelerada fue lo único que la acompañó. Sabía que, aunque había logrado salir de la habitación, no había escapado del conflicto que acababa de desatarse. Crish había sido inesperadamente protector, pero la agresividad en sus palabras la había dejado desconcertada, incluso a ella.

Una vez que salió de la recámara, Melizsa soltó el aire que había estado conteniendo sin darse cuenta. Todo había sido una locura. Tanto lo que hizo Mario al ponerle la mano en el muslo como la reacción de Crish la tenían confundida. Su corazón había latido tan rápido, pero no sabía si era por la acción de Mario o por lo que Crish había hecho después. Todo había sido un torbellino de emociones que no lograba descifrar.

Mientras caminaba hacia el baño, aún tratando de calmar su respiración, escuchó una voz detrás de ella, dura y llena de resentimiento.

—¿Siempre dejas que te ponga la mano donde le da la jodida gana? —La voz de Crish, cargada de enojo y arrepentimiento, la detuvo en seco justo cuando salía del baño.

Melizsa se giró, sin saber qué decir, el impacto de sus palabras la dejó atónita.

—¿Qué...? ¿Cómo? —preguntó, confundida, sin comprender a qué se refería.

—Así que te gustó que ese tipo te manoseara a su antojo —continuó Crish, su tono aún más molesto. Sus palabras caían sobre ella como cuchillos afilados.

Melizsa sintió una punzada en el pecho, su incomodidad transformándose en algo mucho peor, pero antes de que pudiera defenderse, Crish añadió con frialdad:

—Bueno, igual no es mi problema, si ya hasta te acostaste con él.

El golpe emocional fue brutal. Crish no mostró el más mínimo cuidado por cómo esas palabras la destrozaban. Melizsa, paralizada, intentó articular una respuesta, pero las palabras no salían. Se sentía traicionada y, sobre todo, humillada.

—Me voy —murmuró Crish finalmente, su voz cargada de desprecio, como si sintiera asco de ella.

Melizsa lo observó alejarse, incapaz de moverse, incapaz de respirar. ¿Cómo había llegado todo a este punto? Se quedó ahí parada, atrapada en una mezcla de rabia, tristeza y desesperación. Quería gritar, explicarle que nada de lo que él insinuaba era verdad, que Mario la había incomodado, que ella nunca había permitido nada de eso. Pero Crish no le dio la oportunidad. Se había ido sin escucharla.

Cuando finalmente regresó a la recámara con el resto del grupo, todos voltearon a verla en el momento en que abrió la puerta. Nadie dijo nada sobre lo ocurrido, pero el silencio que llenaba la habitación era insoportable. Mario, por supuesto, ya no estaba; se había marchado poco después de que ella saliera al baño, y eso la alivió un poco, aunque no lo suficiente para calmar el torbellino de emociones que sentía.

El peso de lo ocurrido empezó a aplastarla. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y aunque intentó contenerlas, una finalmente escapó, rodando por su mejilla. Se la limpió de inmediato, intentando no llamar la atención, pero el ambiente en la habitación ya había cambiado por completo. Aunque algunos no habían presenciado lo ocurrido directamente, todos podían sentir la pesadez en el aire desde que Melizsa había salido de la recámara.

—Chicos... me iré a casa —dijo de repente, su voz temblando ligeramente, incapaz de soportar más el ambiente.

—¿Estás bien, amiga? —preguntó Marta, con una expresión preocupada—. ¿Quieres que te acompañemos?

—Sí, podemos ir contigo —intervino Luis—. Le puedo decir a mi mamá que te lleve a tu casa. Ya es tarde.

Melizsa negó con la cabeza, forzando una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

—Gracias, chicos, pero... está bien. Quiero caminar —respondió, sintiendo que necesitaba ese tiempo para sí misma.

La despedida fue rápida, y tan pronto salió de la casa, comenzó a caminar con pasos apresurados hacia su hogar. Cada paso que daba sentía cómo las lágrimas luchaban por salir, y al llegar finalmente a su casa, subió las escaleras casi corriendo, sin molestarse en quitarse el uniforme. Se dejó caer sobre la cama y rompió en llanto, dejando que todas las lágrimas que había estado conteniendo se desbordaran, hasta quedarse dormida, exhausta por la mezcla de emociones.

1:30 A.M.

Unos suaves pitidos la despertaron, su teléfono vibrando sobre la mesita de noche. 

—Mell... ¿puedes salir? —decía el mensaje.

—¿Qué quieres, Crish? —respondió ella, irritada.

—Por favor, necesito hablar contigo... Estoy afuera de tu casa.

¿Afuera de su casa? Miró la hora, aún no podía creerlo. ¿1:30 de la madrugada? Se levantó lentamente, frotándose los ojos, con una mezcla de confusión y enojo.

—¿Te das cuenta de la hora que es? —tecleó rápidamente, sin ocultar su molestia.

—Por favor...

Suspiró, enfadada, pero cedió. Se puso una chaqueta encima del uniforme que no había tenido fuerzas de quitarse y bajó las escaleras en silencio. Cuando abrió la puerta principal, lo vio ahí, parado junto a su auto, con los auriculares puestos y una mano en el bolsillo. La otra sostenía su celular, como si fuera la cosa más casual del mundo estar ahí a esas horas.

—¿Es costumbre visitar a la gente en plena madrugada? —le preguntó, con un tono ácido, mientras se acercaba.

Crish se quitó los auriculares y alzó una ceja, despreocupado.

—Sí, un poco. Soy una persona nocturna —respondió con indiferencia, rascándose la cabeza—. Yo... quiero disculparme contigo por lo que pasó en casa de Luis —agregó, bajando un poco la mirada, aunque el arrepentimiento se notaba apenas.

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