Capítulo 15

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Crish la siguió, con la expresión de quien acaba de salir de una aventura. Al escuchar lo que sus compañeras le decían a Melizsa, no pudo resistir la tentación de acercarse para molestarla un poco.

—¿Segura que estás bien? ¿No quieres ir a la enfermería? —volvió a preguntar su amiga, con la mirada fija en ella.

—¡Por Dios, estoy bien! Solo... solo corrí cuando venía —dijo, dejándose caer en su pupitre, tratando de calmar su acelerado corazón.

—¿Segura que estás bien, Melizsa? Martha tiene razón, te ves... muy roja y agitada —intervino Crish, con una sonrisa traviesa. —Hasta se te siente la cara caliente —añadió, tocándole la frente mientras disfrutaba de la incomodidad que le provocaba.

Melizsa sintió cómo su rostro se encendía aún más ante el desafío en sus ojos.

—¡Dios! Saldré un momento a la enfermería —exclamó, levantándose de golpe y saliendo del salón, sintiéndose aún más molesta.

¿Por qué todos la molestaban tanto ese día? Especialmente él, que sabía exactamente por qué estaba así y aun así se atrevía a provocarla.

Cuando regresó al salón, el maestro ya había comenzado la clase. Se disculpó y entró silenciosamente, sintiendo la mirada de sus compañeros sobre ella.

Al sentir su celular vibrar, Melizsa lo sacó de su mochila y revisó los mensajes. No pudo evitar que una pequeña sonrisa se asomara a sus labios al ver que era Crish quien le escribía:
"¿Te encuentras bien? No quise hacerte sentir incómoda. Solo fue un momento, ¿verdad? ;)"
El calor volvió a subirle a la cara al leer esas palabras. Esa pregunta la hizo reflexionar sobre lo que había sucedido entre ellos. ¿Era realmente solo un momento? ¿Qué significaba eso para su relación? Mientras se perdía en sus pensamientos, sintió que su pulso se aceleraba una vez más.

"¿Deberíamos volver y continuar?..."

Leyó el mensaje de nuevo y sintió cómo su cara se calentaba aún más. Dejó caer la cabeza sobre su mesita del pupitre y miró hacia atrás, donde se sentaba Crish. Él le guiñó un ojo, provocando que su corazón diera un vuelco.

—Por cierto, Crish, ¿qué te pasó en el labio? —preguntó Mario una vez que el maestro se fue y esperaban al siguiente.

—Ah, verás —respondió él con una sonrisa traviesa—. Me estaba comiendo... algo y por la emoción, me mordí. —Miró a Melizsa mientras hablaba, disfrutando del momento.

Mientras Crish hablaba, sus ojos brillaban con diversión, y Melizsa no podía apartar la mirada de él. Su estómago se revolvía como si tuviera mariposas volando dentro. Cada vez que él la miraba, era como si la electricidad llenara el espacio entre ellos, y no podía evitar sentir que algo más que la simple amistad estaba floreciendo entre ellos. Melizsa se mordió el labio, sintiendo un torrente de emociones que la abrumaban. ¿Realmente podía haber algo más entre ellos?

Al salir de clases, todos se dispersaron rápidamente. El resto parecía haber olvidado lo que había sucedido durante el descanso, charlando sobre sus cosas y trabajos. De repente, Erick apareció y tomó a Melizsa del brazo, llevándola de un tirón.

—Otra vez ese loco molestándola —comentó Mario, con una mezcla de preocupación y diversión.

—Yo no sé cómo es que Melizsa lo aguanta de verdad —opinaron también Martha, con un suspiro.

—¿Quién es? —preguntó el único que no sabía de la existencia de ese amigo.

—Es su vecino, ellos crecieron juntos, se conocen de toda la vida —le respondió Martha—. Cada tanto, él le pide que le ayude con cosas absurdas, hazme el favor —decía mientras el resto se iba despidiendo para regresar a sus casas.

Cuando Melizsa y Erick llegaron a la casa de ella, el ambiente ya parecía vibrar con una energía palpable. Al cruzar la puerta, él tomó la delantera, como si llevara una carga invisible que lo empujaba hacia su habitación. Una vez en su recámara, se desplomó en la cama con un estruendo, como si el mundo entero hubiera caído sobre sus hombros.

—¡No puedo creer esto! —exclamó, quejándose dramáticamente mientras movía los brazos en un gesto exagerado, como si estuviera representando una obra en la que el destino lo había traicionado—. ¡Mel, necesito que me salves!

Melizsa lo observó, sorprendida por la intensidad de su comportamiento. Normalmente, Erick era el rey de la indiferencia, un chico despreocupado que siempre se reía de los problemas y tomaba la vida como un juego. Pero ahora, su desesperación era palpable, casi contagiosa.

—¿Qué te pasó? —preguntó ella, alzando una ceja mientras se acercaba, intrigada y algo preocupada por su repentino dramatismo.

—Mell, enana, amiga de mi vida... —comenzó a decir, su voz resonando con un aire de urgencia que le resultaba inusual—. Tienes que venir conmigo a un café, ¡por favor! —insistió, aún tirado en la cama, su mirada suplicante atravesando la habitación.

Era extraño verlo así, vulnerable y sincero, como si el peso de su mundo estuviera a punto de aplastarlo. Melizsa sintió que su corazón se aceleraba ante la posibilidad de que su amigo estuviera en una situación realmente complicada.

Justo cuando estaba a punto de preguntarle qué había ocurrido, el sonido estridente de su teléfono interrumpió la conversación. Melizsa miró el dispositivo, su curiosidad picando en su interior. Sin revisar el nombre del contacto, contestó.

—Lo voy a pensar, Erick. Ahora tengo cosas que hacer —le dijo, sintiendo que la conversación se deslizaba hacia lo desconocido.

—¡Sabía que aceptarías, amor mío de corazón! —exclamó Erick, levantándose de un salto como si de repente toda su energía hubiera regresado—. ¡Mañana te veo! —añadió, lanzándose hacia ella para darle un gran abrazo y llenando el aire con su exuberancia habitual—. Me despides de la tía —finalizó, desapareciendo por el pasillo como un torbellino, dejando a Melizsa aturdida y algo confundida por la repentina agitación de su amigo.

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