Cada mañana, la brisa fresca acariciaba su rostro al salir de casa, mientras caminaba hacia la de un vecino que lo llevaría a la preparatoria. El ritual se repetía día tras día: reunirse con otros vecinos y apretujarse en un auto lleno de miradas incómodas. No siempre iba con ellos, las veces que su familia tenía problemas con el dinero —lo que era casi una constante— no quedaba más opción. Pero lo soportaba, como tantas otras cosas.
La preparatoria no era grande ni destacaba por su belleza. Un camino corto, flanqueado por árboles que parecían estar siempre a punto de marchitarse, daba la bienvenida. Si no se les prestaba demasiada atención, la escena resultaba casi agradable.
Al entrar al edificio donde tomaba sus clases, cruzaba un salón antes de llegar al suyo. Las paredes, desgastadas por los años, los pupitres arañados como testigos de incontables generaciones, le resultaban extrañamente reconfortantes. A pesar del deterioro, había algo en esa simplicidad que la calmaba. Su rutina era siempre la misma: dejaba su mochila sobre el pupitre, volvía a salir y se apoyaba en el barandal que protegía el vacío del primer piso.
Con los audífonos puestos, se aislaba del mundo exterior. La música clásica inundaba sus pensamientos mientras observaba a los demás alumnos pasar por debajo, cada uno absorto en sus propias preocupaciones, sus propias vidas. Desde arriba, ella se sentía invisible, como si su mundo estuviera separado del resto.
Hasta que una voz rompió la burbuja que había creado.
Con un sobresalto, se quitó un auricular y giró la cabeza, molesta por la interrupción. No se había dado cuenta de cuándo su amiga había llegado, y mucho menos de que llevaba rato parada junto a ella.
—¿Perdón? ¿Qué decías, Martha? —respondió, intentando controlar la irritación que había surgido de ese instante de desconexión rota.
Martha frunció el ceño, pero enseguida soltó una sonrisa cómplice.
—Te estaba preguntando si vas a venir a mi casa hoy. Pero bueno, mira, ya llegaron los demás —dijo, señalando con la mirada a un grupo de amigos que se acercaban. —Vamos a preguntarle a ellos también.
Melizsa miró hacia ellos, pero su mente seguía atrapada en la bruma de sus pensamientos, lejos de la risa y el bullicio que ahora rodeaban el ambiente. Los veía, pero no los sentía. Era como si existiera una barrera invisible entre su mundo y el de ellos. Solo la música y su pequeña rutina parecían mantenerla a flote.
Martha, notando el silencio prolongado de Melizsa, la empujó suavemente con el codo, intentando romper la tensión.
—¿Todo bien? —preguntó con un dejo de preocupación en su voz.
Melizsa asintió, pero la sonrisa que ofreció era débil. No todo estaba bien, y aunque su amiga lo notara, no sería capaz de explicar esa extraña sensación que la consumía últimamente, esa necesidad de escapar incluso de las personas que alguna vez le habían dado consuelo.
—Sí, todo bien —respondió al fin, devolviendo la vista a los alumnos que caminaban despreocupadamente abajo, preguntándose por qué ella no podía sentirse así.
Martha observó a su amiga por un segundo más, como si quisiera desentrañar sus pensamientos, pero finalmente decidió no insistir. Alzó los hombros con indiferencia y, mientras sus amigos se acercaban, cambió el tema de la conversación con naturalidad.
Pero Melizsa no los escuchaba. Estaba demasiado atrapada en su propio mundo.
—Hola chicas, buenos días —saludó con energía un chico amigable que recientemente había comenzado a hablar con ellas. Era de esos que caen bien a todos, con una personalidad excéntrica y divertida, siempre con algún comentario u ocurrencia que sacaba una sonrisa. Sin embargo, detrás de su fachada alocada, había una mente brillante; era uno de los estudiantes más destacados de la clase.
—Hola chicos, le estaba preguntando a Melizsa si va a querer ir a mi casa después de clases —comentó Martha, volviendo a dirigir la atención a su amiga, quien aún parecía distante.
—Yo y este nos apuntamos —dijo Mario, señalando a Luis con un gesto de complicidad—. Supongo que también irá Fernanda, ¿no? —añadió con una sonrisa.
***
Las clases continuaron sin mayor novedad hasta que, por fin, llegó el descanso. Como siempre, el aula se llenó de ruido, con todos los estudiantes charlando, comiendo o buscando alguna actividad para pasar el tiempo.
Melizsa, fiel a su costumbre, no participaba mucho en las conversaciones. Su silencio la envolvía como un escudo. Aunque era parte del grupo, rara vez intervenía más allá de intercambiar algunas palabras con sus amigos de siempre. Tenía un aire serio, distante, que los demás respetaban sin cuestionar.
—Voy a salir a comprar algo para comer —les dijo, levantándose mientras se colocaba los audífonos, su pequeño ritual de desconexión.
Le gustaba ese momento del día. Al salir, tenía que pasar por el salón del grupo 2B, en ese salón se encontraba Elvis. La razón oculta de por qué Melizsa siempre prefería ir sola en ese descanso. Él siempre estaba ahí, sentado junto a la ventana, conversando con sus compañeros, completamente ajeno a que ella pasaba por el pasillo solo para verlo, aunque fuese por unos segundos.
Elvis, con su cabello castaño claro, era alto, quizás un metro ochenta. Su piel blanca y aquellos ojos profundos que parecían esconder secretos le resultaban irresistibles. Pero lo que más le gustaba, lo que siempre la hacía detenerse a medio paso, era su sonrisa. Jamás habían hablado. Melizsa nunca se había atrevido a cruzar palabra con él, y cada vez que imaginaba hacerlo, el miedo la paralizaba. Así que, en lugar de enfrentarse a sus propios sentimientos, recurría a su amigo de la infancia, Erick, a quien llamaba en broma su "amigo de calzones" por lo cómodos que eran con su cercanía desde pequeños. Él era su excusa, su forma de acercarse un poco más a Elvis sin exponerse del todo.
—¡Erick, te buscan! —gritó alguien desde el otro lado del pasillo.
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Todo lo que aprendi
Romans¿Qué pasa cuando la primera impresión es..."siento que no puedo alejarme de él"?, ¿qué pasa cuando te pierdes a ti misma por alguien más?, sentimientos nuevos, experiencias nuevas... ¿Qué pasa cuando experimentas todo lo que jamás imaginaste, solo c...